«El hombre es bueno por naturaleza, la sociedad lo corrompe».El francés tenía cierta razón, pero no toda. Cierto es que no se le puede culpar porque no tuviera demasiada idea sobre influencias genéticas, pero no por ello vamos a evitar corregirle. El hombre no es bueno ni malo por naturaleza: lo que en este punto de nuestra evolución social consideramos 'bondad' no es propio de la humanidad. Se trata de una propiedad que puede aparecer gracias a un entorno muy afortunado y poco común en esta sociedad.
Otra noción similar es la de la "tabula rasa", es decir, que somos como una vasija vacía hasta que aprendemos de la sociedad y nos llenamos. Esta locución tampoco tiene en cuenta la importancia de nuestra naturaleza: desde características que quizás nunca notemos hasta problemas serios como enfermedades de nacimiento, la genética siempre está ahí presente antes incluso de que la sociedad nos afecte de forma alguna.
La filosofía dedica gran parte de su estudio a responder a la gran pregunta: ¿qué somos y cómo hemos llegado a ser así? ¿Cual es nuestra naturaleza? De hecho, ¿acaso existe la naturaleza humana? No en el sentido tradicional: más allá de las propensiones y fronteras que nos imponga la genética, la naturaleza humana no es más que una forma fácil de explicar cuestiones demasiado complejas. Esta falacia es la mejor y última excusa para rechazar nuevos sistemas que exijan menos avaricia por nuestra parte. Muchos afirman que somos avaros y egocéntricos por naturaleza, ¿pero es eso cierto?
No exactamente: estos factores se manifiestan por nuestros instintos básios en ciertas circunstancias. En concreto, la avaricia y las ansias de poder y propiedad no son más que consecuencias de la escasez. En el caso de que llegue un momento en el que todos tengamos abundancia, no habrá necesidad de robar ni de tener propiedad tal como la entendemos actualmente, por lo que la avaricia acabará por ser prácticamente irrelevante.
En lo que respecta a si somos egocéntricos por naturaleza, la discusión puede ampliarse con facilidad, ya que sí que lo somos hasta cierto punto. Nuestro egocentrismo se ha ampliado hasta límites insospechables por la escasez de todas las sociedades, pero siempre ha estado y estará allí aunque sea de la forma más básica. Y es que, al fin y al cabo, dicho "egocentrismo natural" no es más que nuestro instinto de supervivencia. Le damos más importancia a nuestro ser -al ego- que a ningún otro ser, ya que nuestra existencia depende de permanecer vivos. Por ello, luchamos por sobrevivir a toda costa.
Pero, ¿qué podemos hacer con ese ego tan nuestro? En nuestra sociedad se aprovecha de forma individual: tanto en el capitalismo como en cualquier otro sistema que se base en el manejo desigual de la escasez el ego es necesario para escalar posiciones sociales. Básicamente, nos pisamos mutuamente para llegar a lo más alto de la pirámide. Al estar preocupados por nuestro estatus económico y social, no nos podemos permitir pensar demasiado en los demás. No es casualidad que las mayores atrocidades se cometan en las regiones más pobres y en tiempos de crisis, cuando la desigualdad es mayor.
La situación descrita perpetúa un sistema basado en escasez que no puede sostenerse mucho más, ya que tener como fin "mantener el sistema" (seguir existiendo en aras de seguir existiendo) no es un fin válido. Pero entonces, ¿qué podemos hacer? Quizás, la mejor forma de evitar la avaricia y el ego sería crear un sistema en el que se aprovechen dichos instintos innatos para el bien común, la abundancia sea accesible para todos de forma igualitaria y tenga como fin el desarrollo en lugar del mantenimiento. En tal sistema hipotético uno no tendría razón alguna para ser avaro, al igual que no tendría sentido robar. ¿Por qué ibas a robar algo que puedes tener tú fácilmente? ¿Y qué ibas a hacer con lo robado? ¿Venderlo? ¿A quién, si todo el mundo tiene acceso a lo necesario?
La compleja explicación de cómo podríamos manejar un sistema en el que todos tuviéramos abundancia la dejo para otro día. Hoy vengo a responder la gran pregunta que Rousseau creyó resolver y en su tiempo puede que bastara, pero ya no: ¿Qué somos?
Somos seres interconectados, pero no por fuerzas metafísicas sino por leyes naturales que nos hacen depende los unos de los otros, con propensiones genéticas que pueden empujarnos hacia cierto camino en la vida. En cambio, la senda la construye primordialmente la sociedad que nosotros mismos hemos creado. En un círculo vicioso, afectamos a la sociedad y la sociedad nos afecta a nosotros.
No podemos considerarnos bondadosos ni malvados por naturaleza, ya que estas no son más que calificaciones anticuadas que pueden hacer más daño que bien. No somos tablas rasas sobre las que inscribir sino seres cuyas características y propensiones innatas dirigen el desarrollo de aprendizaje que ofrece la sociedad, para bien o para mal: con una cultura cuerda y sana todos estaríamos cuerdos y sanos y con una cultura demente y enferma... amigos, no tenéis más que mirar a vuestro alrededor para ver los resultados.
Hay una realidad innegable en todo esto: nosotros somos como la sociedad en su totalidad y viceversa, pero solo nosotros podemos hacer algo al respecto, ya que la sociedad no moverá un dedo por ello. Sólo nosotros podemos cambiar la sociedad para que acabemos siendo afectados por ella de forma positiva y, por primera vez en nuestra existencia, podamos decir con total convicción: «Al hombre le guía su naturaleza, la sociedad nos desarrolla».