Miradas

A veces, simplemente camino por mi barrio sin ninguna motivación, solamente por hacerlo. Consciente de que soy también uno de ellos, miro al suelo para evitar esos ojos de miradas vacías por la inconsciencia que produce la maquinaria del sistema: las de ancianos que añoran otros tiempos, vidriosas; otras grises de los trabajadores que cada mañana acuden a la misma rutina que los estrangula; las de niños felices sin conciencia de la realidad… Todas ellas miradas, al fin y al cabo.

Una nostalgia prendada de mi pecho me hace recordar, mientras suena alguna pieza de Bach en mi MP3, aquellos tiempos de ignorancia y felicidad, cuando todo era fácil, las decisiones se basaban en el presente y nada perturbaba un futuro sin problemas. Ahora en cambio la sociedad empieza su proceso de fagocitación, atrapándote en sus fríos tentáculos y tirando de manera imperceptible tu alma hacia un negro abismo de maquinismo y rutina que se alimenta de tus sueños.

Aún, mientras me debato entre sueño y realidad, recuerdo como si intentara rescatar algún fragmento de sensación de libertad para mitigar este dolor, intentar rescatar de entre los días vacios de mi baúl de recuerdos alguna foto en la que me veía sentado en una terraza desafiando a la noche, riendo con la luna, soñando con ser libre en cada estrella, saludando al sol y yéndome descortésmente a dormir cuando este se hallaba aun desperezándose. Pequeñas burbujas de oxigeno en un asfixiante entorno.

Ahora, ¿qué es lo que te queda? Despertar cada mañana esperando el momento de irte a dormir para volver a ese lugar recóndito de la mente donde la calma es palpable, donde el alivio onírico es el único respiro posible para el espíritu junto con algún momento a solas, tirado en el suelo de tu habitación escuchando alguna canción que mitigue tus ansias de libertad.

Amigos, al principio creía en una revolución peliculera, una de esas en las que todo el mundo sale a la calle con banderas al grito de “¡Revolución!”, pero ahora, al ver a la gente adorando al sistema que les despelleja la espalda a latigazos día a día y matando y muriendo por él en algún país lejano, mientras familias sufren en sus hogares, la cosa ha cambiado.

El fuego que impulsaba mi ignorante insumisión, que creía que alumbraría al mundo, resulta no ser más que una insignificante vela que apenas me calienta las manos. Pero cada mañana me recuerdo que no debo permitir que ese pequeño haz de luz se apague con los vientos y cantos de sirena que alguien manda día a día. Lo fácil que se mantenía la llama y lo duro que es mantener una simple velita encendida.

Llegando ya al final de esta melancólica divagación por los callejones de mi mente, os diré algo: no olvidéis que cada uno de vosotros debéis mantener vivo ese fuego, y aunque la revolución no sea global, cada uno lleva dentro su pequeña revolución, apenas perceptible, y más de aires románticos que prácticos, pero no perdáis la esperanza, algún día amigos, algún día...

Espectacular discurso de un veterano

Son muchos los que intentan dar a conocer la criminalidad de la guerra de Iraq y, porque no, de todas las guerras habidas y por haber. En cambio, rara vez nos llegan tales declaraciones por parte de alguien que ha estado allí, de un veterano de guerra. Y rara vez tales mensajes son tan emotivos.


Sin duda, un gran discurso en contra de las guerras y de quienes nos las venden porque es rentable. Si ocurriera como dice el ex-soldado, si de verdad la gente despertara y se limitara a ignorar (no hablo de actuar, de revolucionarse; no hablo de un esfuerzo sobrehumano) a los que nos dicen cómo debemos pensar,  se abrirían las puertas a un nuevo mundo. No sería un mundo feliz automáticamente, no se arreglarían todos los problemas; pero el primer paso es que todos aceptemos el problema. Eso es abrir las puertas a un mundo mejor.

"La rebelión de las masas" de Ortega y Gasset

Quizás hayáis notado que muchas de las últimas citas de la semana son de Ortega y Gasset, todas en su obra "La rebelión de las masas". En efecto, la he estado leyendo y apuntando frases memorables. Aunque no coincido con el autor en muchos asuntos, parte de lo que dice me ha llamado mucho la atención, sobre todo en lo que respecta a la figura del intelectual, la democracia y sobre todo la masa.
"La misión del llamado 'Intelectual' es, en cierto modo, opuesta a la del político. La obra intelectual aspira, con frecuencia en vano, a aclarar un poco las cosas, mientras que la del político suele, por el contrario, consistir en confundirlas más de lo que estaban. Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejía moral"

"Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Es el deporte y el lujo específico del intelectual. Por eso su gesto gremial consiste en mirar el mundo con los ojos dilatados por la extrañeza. Todo en el mundo es extraño y es maravilloso para unas pupilas bien abiertas. Esto, maravillarse, es la delicia vedada al futbolista, y que, en cambio, lleva al intelectual por el mundo en perpetua embriaguez de visionario"

"La masa puede definirse [...] sin necesidad de esperar a que aparezcan los individuos en aglomeración. Delante de una sola persona podemos saber si es masa o no. Masa es todo aquel que no se valora a sí mismo -en bien o en mal- por razones especiales, sino que se siente 'como todo el mundo', y, sin embargo, no se angustia, se siente a sabor al sentirse idéntico a los demás"

"El alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera. Como se dice en Norteamérica: ser diferente es indecente. La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto"

"¡Que un tiempo se llame a sí mismo 'moderno' , es decir, último, definitivo, frente al cual todos los demás son puros pretéritos, modestas preparaciones hacia él!"

"La libertad de espíritu, es decir, la potencia del intelecto, se mide por su capacidad de disociar ideas tradicionalmente inseparables. Disociar ideas cuesta mucho más que asociarlas"

"En el sufragio universal no deciden las masas, sino que su papel consistió en adherirse a la decisión de una u otra minoría"

"El poder público, el Gobierno [...] no aparece como comienzo de algo cuyo desarrollo o evolución resulte imaginable. En suma, vive sin programa de vida, sin proyecto. No sabe donde va porque, en rigor, no va, no tiene camino prefijado, trayectoria anticipada. [...] De aquí que su actuación se reduzca a escapar de él por el pronto, empleando los medios que sean, aun a costa de acumular con su empleo mayores conflictos sobre la hora próxima"
Es ciertamente extraño: si bien nuestra ideología no concuerda en muchos aspectos, sus definiciones de la política y la sociedad son simplemente geniales y acertadas aunque nuestros tiempos ni siquiera coincidan.

El Gran Dictador

Puede que sea con cuarenta y nueve años de retraso pero de todas formas mostraré el gran monólogo de cierto barbero, interpretado y escrito por Charles Chaplin en El Gran Dictador:


«En este mundo hay sitio para todos y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las almas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia la miseria y las matanzas. Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado, y sentimos muy poco. Más que máquinas, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo.

Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad humana, exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros. Ahora mismo, mi voz llega a millones de seres en todo el mundo, a millones de hombres desesperados, mujeres y niños, víctimas de un sistema que hace torturar a los hombres y encarcelar a gentes inocentes. A los que puedan oírme, les digo: no desesperéis. La desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de hombres que temen seguir el camino del progreso humano.

El odio de los hombres pasará y […] el poder que quitaron al pueblo se reintegrará al pueblo, y, así, mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá.

Soldados, no os rindáis a esos hombres que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas y os dicen lo que tenéis que hacer, qué pensar y qué sentir. Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como carne de cañón. No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres máquinas, con cerebros y corazones de máquinas. Vosotros no sois máquinas, no sois ganado, sois Hombres. Lleváis el amor de la Humanidad en vuestros corazones, no el odio. Sólo los que no aman odian, los que no aman y los inhumanos. [...]

Luchemos ahora para [...] libertar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia. Luchemos por el mundo de la razón, un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad».
Y cincuenta años después, si Chaplin supiera...

El poder

El poder. Muchos tienen ansias de poseerlo aunque pocos lo consiguen, y la mayoría teme a los que sí que cumplen su objetivo. En mi caso, lo primero en lo que pienso al oír hablar del poder es en el peligro que este supone, sobre todo a nivel gubernamental y económico. El poder político y financiero. No hay duda de que tratamos un tema delicado, así que hagamos la gran pregunta de una vez por todas: ¿a quién debería pertenecer el poder?

Empecemos por lo fácil y más cercano: ¿a las empresas? Así dicta la corporatocracia o la mismísima democracia representativa que tenemos cuando el gobierno se encuentra en su estado menos socialista y se inclina más por la privatización. Si bien suele tratarse de la soberanía más productiva económicamente a corto plazo para la nación en cuestión de PIB, los resultados para el pueblo en sí son devastadores. Entre los muchos estragos que ha causado el nacionalismo, el más aberrante es poner el término "pueblo" como sinónimo de "estado". Teniendo en cuenta que la corporatocracia deja de lado al pueblo, el pueblo no necesita más para dejar de lado a la corporatocracia. Así que, ¿cuál es el próximo paso lógico? ¿Qué es lo primero que podría venirnos a la mente con la 'unión del pueblo'?


Efectivamente: el comunismo. En otras palabras, significaría dar todo el poder al estado. Pero como ya puntualizamos al hablar de la diferencia entre propiedad privada y pública, el gobierno de una corporación y el de muchas es similar; de hecho, el gobierno de una sola es mucho más peligroso, ya que no encontrará oposición alguna: si el sistema de hoy nos beneficia en algo es en que las corporaciones compiten entre sí y el ánimo de lucro es el fin en lugar del control del pueblo. Con el comunismo tiende a ocurrir lo contrario, como ya hemos visto en la práctica. Desgraciadamente, nada indica que este sistema pueda tomar un rumbo distinto -al menos no sin una profunda reforma educativa previa.

Entonces, ¿el problema está en la ignorancia que lleva a las ansias de poder y control, que a su vez se manifiestan en injusticia? Entonces, ¿se solucionaría ese punto cediendo el poder a los más sabios, que según la aristocracia que proponen Platón y compañía son "los mejores"? Con los filósofos y científicos ocupando los cargos públicos, se gobernaría con sabiduría. Hoy día, esta idea general se refleja en el movimiento tecnócrata. Es indudable que así se resolverían muchos conflictos del sistema político y social, pero todos estos pensadores olvidaron la lucha de clases inevitable en una sociedad desigual.

Por tanto, podemos concluir que en este caso la traba reside en la desigualdad social, ¿verdad? ¿Y si el poder político recae realmente en el pueblo, como ocurriría en una democracia directa? Desaparecería la desigualdad a nivel político, efectivamente, pero volveríamos al problema de la ignorancia: en el caso de que el pueblo sea por lo general estúpido, lo serán también sus decisiones. No debemos olvidarnos de la reforma educativa.



¿Cómo podemos deshacernos de la ignorancia sin dejar atrás la igualdad? Si adoptamos una sola de las clases sociales que propone Platón, las clases desaparecerían. Sin lugar a dudas, en una sociedad en la que todos fueran gobernantes sabios (filósofos, científicos, técnicos y educadores) no nos encontraríamos los dos grandes conflictos que hemos comentado, aunque por supuesto tampoco se trataría de una utopía: aparecerían nuevos problemas. La sociedad no sería perfecta; simplemente, sería mucho mejor de lo que tenemos ahora.

¿Pero qué significa que todos sean gobernantes? ¿No significa eso que cada uno se gobierna a sí mismo? ¿Y acaso no podríamos definir así a la anarquía? Que todos tengan el poder significa que ninguno tiene el poder más que sobre sí mismos: no hay dirigentes, o sea, es una anarquía. En definitiva: no hay poder. ¿Por qué? Ya lo dijo John Acton:

"El poder tiende a corromper.
El poder absoluto corrompe absolutamente"


El primer paso es la comunicación y la educación, y cuando el ser humano pueda considerarse sabio en conjunto e individualmente estará preparado para dar el gran paso a un sistema sin control estatal. De todos modos, ¿funcionaría un mundo en la anarquía tradicional? Todo depende de cómo queramos vivir. Aunque podría funcionar en pequeñas comunidades tradicionales sin una gran difusión de nuevas tecnologías, la anarquía no se empareja fácilmente con una visión más global de la sociedad y con el uso diario de tecnología punta, ya que para ambas cosas se necesita algún tipo de sistema de gestión estable.

Pero, ¿precisamos de un gobierno como lo entendemos hoy en día, de una cabeza controlando el sistema político establecido? No necesariamente: bastaría con un sistema económico (administración de bienes) informático mantenido por técnicos y científicos que simplemente se ocuparía de la gestión y organización de los recursos de la Tierra, de la construcción y de todos los demás fines meramente objetivos.

Al fin y al cabo, ¿qué más hay que decidir? ¿Gastos financieros, que es a lo que se reduce la política hoy en día, teniendo en cuenta que la guerra, las relaciones internacionales y la construcción de infraestructura pública también persiguen o se basan en fines económicos? En un mundo sin desigualdad social, en un mundo en el que el poder no recae sobre nadie, ¿para qué se necesita un sistema monetario? Nos iría perfectamente con una economía que se basara únicamente en los recursos y no en el comercio monetario. No se trata de tener los fondos necesarios sino de tener los recursos. Y sí, la Tierra los tiene.

Las cuestiones subjetivas son irrelevantes a nivel mundial. Hoy en día se habla muchísimo de nuestro derecho de decisión. En cambio, en un sistema democrático representativo y capitalista, ¿qué decidimos nosotros? Y vayamos más allá: ¿qué es realmente lo que el gobierno decide por nosotros? El fin del sistema es preservarse a sí mismo cueste lo que cueste: el único cambio que ocurre cuando un gobierno sustituye a otro es la fachada. En definitiva, no es más que una lucha de poder sobre un mismo organismo imperturbable, y aunque algún político quisiera hacerlo de buena fe para con el pueblo, no podría cambiar nada que desafiara las bases del sistema.

Al final, el hecho es que el poder político desde un punto de vista subjetivo (y de alguna forma u otra, los humanos siempre lo somos) es una amenaza. En otras palabras, el poder es peligroso en sí mismo, así que lo mejor es anular su importancia haciendo que nadie lo posea.

Si no se recompensa el poder, no hay poder.

Propiedad Privada

Ya hablé largo y tendido acerca de lo que puede y no puede considerarse piratería: siempre y cuando no cambien la ley porque lo diga la SGAE u otra entidad privada, compartir es legal. Por otro lado, no lo es cobrar por algo de lo cual no se poseen derechos de propiedad, ni alegar que es de tu creación o modificarlo. Ahora bien, ¿por qué tenemos esa concepción de propiedad? ¿Qué es realmente la propiedad privada?

Una vez establecido que la llamada "piratería" no es más que una etiqueta más con el fin de -supuestamente- proteger los derechos de autor, podemos profundizar y plantearnos también la base sobre la que se sostiene la propiedad privada: esta es, en última instancia, una forma de defender nuestras finanzas y objetos de valor.

Pero antes de sumergirnos en el tema, me gustaría sacar a relucir que, aunque me referiré constantemente a la propiedad privada o a la propiedad a secas, se incluye el dominio público. ¿Por qué? La propiedad privada es cualquier bien tangible e intangible que una persona o un grupo de personas posea. A pesar de su nombre, el dominio público no pertenece al pueblo sino al estado.

Aunque todos los gobiernos han intentado hacernos creer que el estado equivale al pueblo a través del nacionalismo y el patriotismo, no es así. Nunca lo ha sido. Quizá fuera así en una democracia directa, pero esa es otra historia. Nos lo ceden; se trata de un privilegio, no de un derecho, y sin duda no nos pertenece. Así podemos concluir que la propiedad pública pertenece a otra gran corporación más: al gobierno y a todas las empresas sobre las que este se sostenga.


Sugiramos por un momento una sociedad hipotética con un sistema basado en el acceso libre de recursos y la maximización de la abundancia real en lugar de monetaria. Todos los bienes se comparten equitativamente usando una red informática de gestión mantenido por técnicos (científicos, educadores y demás), que constituyen un pequeño porcentaje dinámico y completamente abierto de una población que disfruta del mismo acceso a la educación y a las posibilidades de vida. Aunque en el pasado efectivamente así era, ¿es necesario el concepto de propiedad en este caso hipotético? ¿Qué tendríamos que proteger? Exacto, nada. No sería necesario.

Volviendo al principio, ¿cuándo floreció la idea de proteger "lo que es nuestro", y cuales fueron sus consecuencias? Hans Küng lo dejó muy claro en su obra "En busca de nuestras huellas" al hablar de la revolución neolítica:
"El paso no sólo a instrumentos de piedra pulimentada, al arco y a la alfarería, sino también a la producción (cultivos, domesticación y cría de animales) y al capital (en forma de animales reproductores, de semillas, de materias primas). Con la agricultura y la ganadería surgió el deseo de propiedad privada, se pudieron hacer guerras "justas", tomó forma el dominio de pocos sobre muchos".
Apareció la noción de propiedad, y aquella nueva idea sin la que todos habían podido vivir anteriormente era ya imprescindible. ¿Qué significa esto? Podemos concluir que si viviéramos en el sistema social propuesto anteriormente, con abundancia de aquello que la civilización considere elemental, no habría sentido de propiedad ni -evidentemente- la necesidad de luchar por ella. Aunque es obvio que no estaríamos ante una utopía, ¿no merece la pena pensar en cuantos conflictos se resolverían así?

Podemos ver de primera mano este cambio de mentalidad en el clásico film de comedia "Los dioses deben estar locos". Una botella de Coca-Cola cae del cielo, y la tribu que la recoge encuentra todo tipo de usos para ella. Al fin y al cabo, es más suave pero al mismo tiempo más dura que nada conocido para ellos. ¿El problema? Solo tienen una, no hay abundancia. Siempre lo han compartido todo, pero la lucha empieza en cuanto llega el elemento que deshace la igualdad de oportunidades: la escasez, y con ella la necesidad de propiedad.
"Y ahora, por primera vez en sus vidas, había algo que no podían compartir, ya que sólo tenían una. De repente, todos la necesitaban la mayor parte del tiempo. Algo que no habían necesitado nunca era ahora esencial, y comenzaron a emerger emociones desconocidas: un sentimiento de querer poseer, de no querer compartir. Y aparecieron otros nuevos sentimientos: enfado, celos, odio y violencia"
¿Cual es la trascendencia de ese cambio? Para buscar una respuesta, solo tenemos que mirar a nuestro alrededor, o en su defecto, a la última cita: la propiedad va de la mano de la desigualdad y la competitividad, que se manifiestan con "enfado, celos, odio y violencia".


Si deseamos ser más específicos, podríamos mencionar que esta es también la raíz de muchos de los problemas que arremeten contra la sociedad contemporánea. El robo, el asesinato, la agresión y otros delitos contra nosotros o nuestros bienes no desaparecerían en una sociedad mentalmente más sana, pero no supondrían el mismo problema que a día de hoy.

La propiedad fue necesaria en un tiempo en el que la abundancia no era en absoluto posible, pero eso ya ha cambiado: desde la industrialización, la productividad ha incrementado a pasos de gigante aunque nuestra importancia en el ámbito laboral haya decrecido al mismo ritmo (de ahí el desempleo tecnológico, del que hablaré próximamente) y se nos prometieron jornadas de trabajo más cortas. Pero todo se truncó por presiones políticas y económicas: se necesitan empleos, porque sin ellos no hay empleados, y sin estos no hay compradores. El ciclo de consumo no puede romperse, y cuanta más industrialización y globalización haya, más cerrado deberá ser ese consumo cíclico, por lo que cada vez exigirá más; eso no puede sostenerse para siempre, y menos con las crisis financieras y económicas, energéticas y sociales que existen hoy en día y están por venir.

A este paso, con la automatización universal al alcance de nuestras manos y el nacimiento de la nanotecnología, no habrá ningún sector nuevo para suplir a los cientos de millones de desempleados. Por no hablar de las demás crisis anteriormente mencionadas, que juntas forman un cáncer sistémico incurable. En cambio, si la tecnología hubiera seguido su curso natural, sin las barreras del bagaje cultural, a este paso el sistema informatizado basado en recursos que he sugerido antes ya estaría en marcha, y la abundancia estaría en nuestras vidas.

El respeto por la vida

Coexisten dos grandes preguntas filosóficas a las que la humanidad ha intentado dar respuesta constantemente: el origen del universo y el de la vida, a veces mezclando ambas en una sola respuesta a la que muchos han decidido llamar Dios. De dónde viene el universo y nosotros, hacia dónde vamos, qué somos. Respecto a la vida ha habido y deduzco que seguirá habiendo por mucho tiempo un debate moral que difícilmente puede resolverse. Hablo del respeto por la vida.

Pero, ¿qué es el respeto por la vida? Antes de ofrecer una definición, me gustaría aclarar lo que definitivamente no es: el respeto por la vida no equivale con total precisión a la llamada "santidad de la vida". En principio, puede parecer tan solo otro punto de vista o incluso otra forma de referirse al mismo concepto. Y si así lo parece en principio es porque así lo es... en principio.

En cambio, en cuanto profundicemos nos daremos cuenta de que la santidad de la vida implica extremidad: la santidad en este término se refiere a la cualidad de sagrado e inviolable, por lo que la expresión toma un cariz irrefutable, final. Y esto crea un conflicto: la santidad de la vida nunca -jamás- debe cuestionarse, ni se ha de plantear alternativa alguna, aunque lo más lógico fuera buscar un equilibrio moral más armonioso.
¿Crees en la santidad de la vida? Personalmente, me parece una gilipollez. Vamos, ¿que la vida es sagrada? ¿Y quién lo dijo? ¿Dios? Hey, si lees historia, te darás cuenta de que Dios es una de las causas primarias de mortalidad. Así ha sido durante milenios: hindúes, musulmanes, judíos, cristianos... todos turnándose para matarse entre ellos porque Dios les dijo que era una buena idea. Millones de capullos muertos porque respondieron mal a la "Pregunta del Dios": ¿Crees en Dios? ¿No? ¡Pum, Muerto! ¿Crees en Dios? ¿Sí? ¿Crees en MÍ Dios? ¿No? ¡Pum, muerto! ¡Mi Dios la tiene más grande que el tuyo! -George Carlin
Hoy en día, los ejemplos más habituales que reflejan este punto de vista radical con respecto a la vida son el aborto, la eutanasia y las investigaciones con células madre. El quid de la cuestión es que la santidad de la vida dicta que se debe vivir, ya que la vida nos la ha dado Dios y no debemos despreciar lo divino y sagrado. Eximen como arma y escudo el derecho a vivir en cuestiones como al aborto. ¿Pero acaso no se refieren al deber a vivir, y no al derecho a tal? No confundamos términos: el derecho implica elección y el deber obligación.

Pro-Vida vs Pro-Elección
Habiendo definido ya la santidad de la vida como una obligación y nunca como un derecho, daré el tema por zanjado así: una visión menos extremista del asunto nos permite plantearnos buscar cierta armonía moral. Y es que temas tan peliagudos nunca deben tomarse a la ligera, pero tampoco de forma generaliza y absoluta. Aunque yo esté a favor del aborto en casos necesarios, no pediré a nadie que esté de acuerdo conmigo: únicamente os pido el derecho a plantear la pregunta. Puede parecer algo fundamental, pero es obvio que muchos desearían negar el derecho a cuestionar lo que desde el mencionado punto de vista es incuestionable.

Pero, ¿qué es el respeto por la vida? Habiendo aclarado ya lo que no es, será mucho más fácil determinar lo que sí que es. En pocas palabras, podría definirse así:
"El mayor miramiento y aprecio posible que pueda tenerse por los seres orgánicos activos, basándose en una moral universal básica y buscando un equilibrio teniendo en cuenta las circunstancias y medios disponibles".
Como todas las definiciones, esta es incomprensible y por lo tanto inútil sin un contexto previo. Para no caer en falacias circulares debemos recurrir a definiciones más o menos oficiales de la palabra "respeto" y "vida", aunque no creo que haya problema alguno para entender ese punto. En cambio, estoy seguro de que podríamos discutir durante horas respecto a lo que es la moral universal y a lo qué me refiero con las circunstancias y medios disponibles, un concepto en efecto ambiguo.

Es muy posible que muchos no estén de acuerdo con que haya una moral universal, pero yo creo que podemos afirmar que la hay, aunque no se haya puesto demasiado en práctica. Aunque algunas escuelas de pensamiento utilizan también ese término, según mi propia interpretación, tal es la tendencia nata sin influencias como las enseñanzas y prejuicios religiosos, raciales, sexuales, nacionales, culturales, clasistas y estamentales. Por lo tanto, el asesinato (al que se suele referir como el acto de mayor inmoralidad) no tendría cabida excepto cuando las circunstancias que rodean al individuo lo indultan de cargo moral: los humanos de antaño -al igual que los demás animales- debían matar para sobrevivir. No sólo para alimentarse, sino también para defenderse y proteger a su familia y territorio. Para ellos la violencia es necesaria. Nosotros no tenemos ya esa excusa.

Debido a esa necesidad, no sentían culpa entonces ni lo hacen ahora muchos otros: se trata del instinto de supervivencia, el único instinto absoluto que pertenece realmente a la naturaleza humana; por lo demás -y como ya mencioné- la genética produce propensiones no absolutas y es el entorno el que las dispara. Podría decirse que el afán por sobrevivir (primero uno mismo, luego los más allegados) es el único egocentrismo nato y no social.

En definitiva, cuantas menos razones tengamos para quitar una vida, más sensibilidad padeceremos. Sentiríamos una animadversión absoluta hacia la mera idea de quitar una vida en el hipotético caso de que la humanidad llegara a un punto en el que no deba matar a ningún ser vivo, incluyendo la muerte accidental de seres minúsculos. Nótese que no considero utopía que, por ejemplo, la humanidad deje de alimentarse de animales y de talar árboles indiscriminadamente. En contraposición, si tuviéramos que destruir todo a nuestro paso sólo para sobrevivir de forma natural, no sentiríamos ningún remordimiento haciéndolo.

Por supuesto, es fácil exponer los extremos de la moral universal y el respeto por la vida y dar por zanjada la discusión, pero en la realidad nada se muestra en blanco y negro. Ahí entra el equilibrio moral que hemos mencionado: en la vida real, debemos plantearnos las implicaciones éticas y morales de nuestros actos teniendo en cuenta nuestras circunstancias y los medios de los que disponemos. Desgraciadamente, esto no es nada fácil, pero podemos al menos tomar esta idea como base e inclinarnos a plantearnos al menos nuestras decisiones, esforzándonos por ignorar nuestros prejuicios.

Concluiré con la esencia de la idea que he tratado de compartir con vosotros: no podemos irnos a ningún extremo, ya sea puramente religioso, moral o ecológico y pretender no hacer daño a ninguna forma de vida, ya que tal idea es utópica con los conocimientos de los que disponemos a día de hoy. Por supuesto, tampoco debemos hacer justo lo contrario.

Si cada vez somos más sensibles a finiquitar vidas es porque cada vez precisamos menos de ello para asegurar nuestra supervivencia. No nos hemos vuelto "más humanos": las presiones bio-sociales nos han llevado a ello. Cuando no necesitemos hacerlo en absoluto, la mera idea nos repugnará. En cambio, en estos momentos ciertos sacrificios son necesarios; desde los insectos que pisamos sin querer hasta la experimentación no-invasiva de animales. Eso sí, nada de esto excusa la caza por diversión, ciertos experimentos que bien pueden considerarse tortura o la tala masiva de árboles. Las atrocidades que la mayoría etiqueta con orgullo de acontecimientos culturales y fomentadores de la economía son inexcusables.

Los animales matan porque deben hacerlo y nosotros hacemos igual. Simplemente, da la casualidad de que gracias a nuestra técnica podemos evitar muchas de estas muertes, y quizás algún día podamos evitarlas todas. De momento, lo mejor es ser lo más prácticos y justos que podamos, basándonos en una moral universal cuya definición general no deja cabida a discusión, y ayudar a las presiones bio-sociales que nos empujen a una sociedad moralmente más desarrollada.

Las corridas de toros

Muy recientemente, uno de los pocos lectores asiduos de este mismo blog me ha comentado que él mismo ha abierto un espacio similar, aunque con un punto de vista muy distinto, donde he podido leer su primer artículo. Tras leerlo, no he tardado en añadir el blog a nuestras páginas de interés. Respecto al texto solo tengo una palabra: brillante. La opera prima de PhyOS ha tocado un tema peliagudo, sobre todo porque interfiere con la "cultura" de este país: las corridas de toros. He aquí un retazo del artículo:
Esta tradición continúa presente en nuestro país, y los defensores lo califican como patrimonio cultural y hasta arte en sí mismo. ¿Cómo puede ser considerado arte una práctica cruel, sangrienta, y que acaba con la muerte de un pobre e inocente animal que no es capaz de entender el sentido de su dolor? Matar a un ser vivo por diversión no es cultura, y nunca lo será. Vergüenza es lo que deberían tener todos los que pagan para presenciar en directo un supuesto acto de valentía, cuando en realidad el torero es un cobarde que se enfrenta con un animal que está en situación de inferioridad.
(Podéis leer el resto del magnífico artículo aquí)
La verdad, ya me gustaría ver cómo responde un fanático de este supuesto arte a los argumentos que expone PhyOS; al fin y al cabo, es difícil llevar la contraria a alguien que lleva la razón irrefutable. Recordemos que no todas las opiniones son válidas ni deben respetarse; por ejemplo, no me veo obligado en absoluto a respetar a quien se divierta apuñalando seres vivos y además lo considere un arte.

Sir Ken Robinson y la creatividad en los niños

No es noticia que el sistema educativo de este y de prácticamente todas las naciones de la tierra está realmente jodido. No hay otra palabra para describirlo, o al menos no una que lo describa con tanta certeza, excepto quizás la expresión inglesa intraducible cluster fuck. No sé por qué, pero le he cogido un especial cariño a la palabra, quizás por la pronunciación -como me ocurre con vegetable, creature o alcachofa en nuestro idioma.

Pero esto no tiene nada que ver con esta pequeña reseña, por supuesto. He venido aquí para mostraros el vídeo de una conferencia en TED dada por Sir Ken Robinson, un antiguo profesor de universidad que nos habla de los sistemas educativos actuales y de como estos aplastan la creatividad de sus alumnos.


(Gracias a Kratos por el vídeo subtitulado)

Como habéis visto (si no, dejad de leed y miraos el vídeo, que para eso lo he puesto todo en orden), aunque el vídeo dura veinte minutos y está en inglés, es verdaderamente entretenido y acompaña sus argumentos con bromas e historias graciosas. De todos modos, los subtitulos no son perfectos; probablemente los haga yo mismo algún día, aunque no prometo nada.

Aunque Robinson no profundiza demasiado en sus ideas y la conclusión es cuanto menos vaga, eso no significa que no dé en el clavo a más de una diana. Escuchadle con atención porque enmendar nuestra educación colocaría nuestra disposición mental en el lugar adecuado para una reforma completa del sistema.

Ronald Gibson y el conflicto generacional

Por mucho que nos veamos tentados a pensar que "el pasado fue mejor", esta percepción es errónea. Errónea, inútil e incluso peligrosa: muchos movimientos sociales promueven la idea de volver al pasado en ciertos aspectos de nuestras vidas. Hay quienes quieren volver a cuando nuestro dinero representaba oro real y existente (un cambio relativamente reciente) como si aquello fuera a arreglar nuestros problemas. También hay casos más extremistas que promueven una vida aparentemente muy apetecible pero en realidad primitiva y retrógrada.

Ninguno de estos cambios solucionaría nada. Simplemente nuestros problemas serían distintos e intentaríamos solucionarlos con nuevas revoluciones que bien podrían llevarnos de vuelta al momento en el que nos encontramos. Los movimientos que promueven la idea de que "el pasado fue mejor" harían una sola cosa: retrasar la evolución natural de la sociedad.

Aunque a una escala de gravedad menor, este tema surge multitudes de veces al hablar de las distintas generaciones: las diferencias entre padres e hijos que crean el llamado "conflicto generacional", presentada como una hecatombe que nadie habría podido prever. A ese respecto, el médico de familia inglés Ronald Gibson tuvo algo que decir en una conferencia, ayudándose de sólo cuatro citas:
«Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos».

«Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud de hoy toma el poder, porque esa juventud es insoportable, desenfrenada, simplemente horrible».

«Nuestro mundo llegó a su punto crítico. Los hijos ya no escuchan a sus padres. El fin del mundo no puede estar muy lejos».

«Esta juventud esta malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores y ociosos. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura».
Al enunciarlas, Gibson observó como la mayoría de la concurrencia estaba de acuerdo con cada una de las frases. Aguardó unos instantes a que se acallaran los murmullos del público, que comentaba lo expresado con aprobación, y entonces reveló el origen de dichas citas:
«La primera frase es de Sócrates, que vivió del 470 al 399 antes de Cristo. La segunda es de Hesíodo, pronunciada el año 720 antes de Cristo. La tercera es de un sacerdote, 2.000 antes de Cristo. La cuarta estaba escrita en un vaso de arcilla descubierto en las ruinas de Babilonia (actual Bagdad), con más de 4.000 años de existencia».
Ante la perplejidad de los asistentes, el Doctor Gibson concluyó diciéndoles: "Señoras Madres y Señores Padres de familia, relájense, que la cosa siempre ha sido así".

Piratería - derechos, SGAE y David Bravo

A cada día que pasa los derechos de autor pierden cada vez más sentido y se ponen al servicio de la SGAE, cuyo fin no es proteger a los autores y luchar contra la piratería sino adinerarse a costa de mentes creativas. No es más que un intermediario innecesario al que se le ha cedido demasiado poder. Al final, resulta que el que ladra sobre ladrones es el verdadero ladrón.

¿Qué es la piratería? No es más que otra forma de llamar al robo. Metiéndonos en términos más técnicos, en derecho la piratería es el "delito que se comete apoderándose con ánimo de lucro de una cosa mueble ajena, empleándose violencia o intimidación sobre las personas, o fuerza en las cosas". Con ánimo de lucro, incluso empleando la violencia o algún tipo de fuerza.

¿Tiene algo que ver ese término con el uso que se le da hoy en día, refiriéndose a las descargas de P2P? No. Simple y llanamente no. La descarga de software NO es ilegal. Ni según nuestro sentido común, ni según la lógica. Y hasta hace poco, tampoco según la ley. Se considera robo o piratería si editamos la creación sin permiso, si nos autoproclamamos su autor o si le ponemos precio. ¿Por qué? Porque entonces estaríamos interfiriendo con los derechos de autor más básicos, y con ánimo de lucro. En cambio, si no se cumple nada de lo dicho no puede considerarse robo.


Pero mirémoslo desde el punto de vista de los autores, dejando de lado todavía a la SGAE y organizaciones similares. Sólo los autores. Uno diría: ¡pero merecen compensación monetaria por sus obras! En efecto, en este sistema el trabajo se paga con dinero. Una compensación monetaria.

Ahora veamos. Por un lado están los autores ya afianzados, que ganan muchísimo dinero por sí solos si las discográficas no les dejan en la calle. Según algunos, ganan más de lo que deberían si analizamos la trascendencia de su trabajo. Aprecio el arte, pero no aprecio la avaricia. Por otro lado están los autores no tan estables, que ganan la mayoría de su paga en conciertos y a los que la intervención de la SGAE no beneficia tanto como se promete. En la era de Internet, muchas bandas se han hecho conocidas en la red y se han adinerado con conciertos.

La SGAE suele decir en referencia a la música que se pierde la compra de un disco por cada uno que se descargue ilegalmente. Por supuesto, esta afirmación es falsa. Incluso ellos mismos se contradijeron en una entrevista con David Bravo, abogado en defensa de lo que algunos llaman "piratería" sin serlo. Debido al coste nulo, cuando alguien descarga un juego, una película o un disco de música lo más probable es que se lo haya descargado por curiosidad y no habría estado tan seguro como para comprarlo.


Aun así, debido a la mentalidad que tenemos en este sistema comprar algo sigue siendo muy relevante. Esto ocurre sobre todo entre los más coleccionistas, pero lo cierto es que casi todos tenemos esa tendencia consumista.

Muchos descargan el producto con el fin de probarlo, para asegurarse antes de una compra definitiva. ¿Por qué lo compran si ya lo tienen? En ocasiones es más cómodo. Siempre es mejor tener el disco de una película con su gran calidad, diferentes opciones de audio, subtítulos y extras. Siempre es mejor tener un juego original, con sus actualizaciones. En cambio, el caso de la música es más complicado ya que un disco de música es un disco de música ya sea digitalmente o no. Y aun así, muchos más de los que parece lo compran físicamente simplemente por el contenido impreso con extras como las letras de las canciones e imágenes exclusivas, y otros muchos lo compran en iTunes por su comodidad.

¿A qué quiero llegar con todo esto? A que bajo ningún concepto se pierde una compra de un producto por descarga. Ni muchísimo menos. De hecho, debido a la mentalidad de "descargar para probar y luego comprar", lo más seguro es que ganen unas compras de más por parte de los más inseguros. Y sí, es evidente que pierden por otros lados, especialmente en la industria musical. Pero, como dijo ya David Bravo, son ellos quienes tienen que adaptarse a los cambios de la sociedad y la tecnología, y no al revés.

Por lo tanto, el argumento se desecha. ¿Qué queda? ¿Qué excusa le queda a la SGAE y a todas las empresas "en defensa de los derechos de autor"? Poca cosa, a decir verdad. En Estados Unidos se han intentado métodos tan patéticos como la comparación entre compartir archivos y el comunismo, socialmente equivalente al Mal en EE. UU.


Entonces llegamos al único razonamiento posible: compartir es ilegal. Compartir archivos, aunque sea sin ánimo de lucro y sin modificar el archivo en cuestión, es ilegal. ¿Cuál es el problema para aquellos que lo afirman? Que hasta ahora la ley y por supuesto la lógica nos dicen que eso no es cierto.

Compartir es legal. Y es hora de que todos nos demos cuenta de ello.

Respecto a David Bravo, debo decir que él podrá explicar la legalidad de la compartición de archivos mucho mejor de lo que yo podré jamás. Podéis leerle en su blog anteriormente citado, y también podéis verle en Youtube. Os recomiendo, sin lugar a dudas, sus intervenciones en el programa "Noche sin tregua", pero hay por ahí muchos otros vídeos suyos muy informativos y también entretenidos, como su carta a Zapatero. Aunque no sea el rey de los monólogos, es entretenido escucharle y la verdad es que la ley -e insisto, el sentido común- respaldan sus afirmaciones.

Blog en nueva dirección

El blog Ciudadanos del mundo se ha trasladado a una dirección más adecuada. Aunque sólo pretendía ser provisional, la dirección en cm-pensar ha durado mucho ahí, más de lo que hubiéramos querido. De hecho, algunos interpretaron el título como "Cómo pensar" en vez de "Ciudadanos del Mundo - Pensar", en referencia al cariz pensativo, reflexivo, de nuestros artículos. La dirección actual es más directa y lógica: ciudadanosmundo. Por lo tanto, podréis encontrar la página en http://ciudadanosmundo.blogspot.com

"Más miedo"

Estas semanas he enlazado varios artículos respecto al miedo que infunden los medios, y ha sido una casualidad que me haya encontrado con varios artículos al respecto últimamente. Supongo que con lo de la Gripe A se les ve demasiado el plumero.

El caso es que en un blog llamado "La lengua" han escrito una entrada muy interesante al respecto, y quería compartirla. Muestra ejemplos muy buenos de la desinformación de los medios y tal. Allá va:
Ayer estaba viendo las noticias, no recuerdo en qué canal, porque ahora todos se unen en una nebulosa de chabacanería, estupideces y adoctrinamiento, y comenzaron a hablar de la gripe A, esta con la que nos quieren asustar ahora y de la que en realidad no parecemos tener tanto miedo.

La cuestión concreta es que, al parecer, esta enfermedad afecta de forma mucho más fulminante a las mujeres embarazadas, que en consecuencia deben ser mucho más cuidadosas y precavidas para no padecer las fatales consecuencias del virus de marras.

En España hemos malentendido la idea de democracia y de equidad, como hemos hecho con tantas cosas. En la buena idea de equidad, de igualdad de oportunidades, el objetivo supremo es hacer que todo el mundo pueda, parta de donde parta y mediante el esfuerzo público aportado por todos, llegar adonde se le antoje. El hijo de un porquero puede llegar a doctor en Medicina, a fiscal o a ministro, y para ello, aunque el patrimonio de su padre consista en un exiguo puñado de puercos, el Estado le concede las becas y ayudas necesarias para que solo tenga que preocuparse de su esfuerzo.

En la idea de equidad entendida por los españoles, el criterio del hijo de un porquero que haya pasado la vida revolcándose con su piara en el barro vale lo mismo que el criterio que el hijo del porquero de al lado, que con esfuerzo se partió los cuernos en la escuela e hizo méritos para merecer becas y obtener el doctorado en Medicina. Aquí la idea de que las opiniones sobre medicina —o cualquier otra cuestión— tienen valor distinto si vienen de un premio Nobel que si vienen de quien no sabe hacer la O con un cañuto es considerada franquista, calificativo supremo de degradación ética, así que hemos llegado a la curiosa conclusión de que no es una pérdida de tiempo escuchar a nadie.

Y esto, unido a la imbecilidad general y a la política de reducción de costes de las cadenas de televisión, ha propiciado que en cualquier noticia, ya trate sobre el precio del pollo o del gran colisionador de hadrones, concluya siempre con la opinión de tres o cuatro pelanas a los que el becario de turno se encuentra por la calle y les pregunta sobre el particular.

Retomemos nuestro asunto: la noticia de la que os hablaba al principio no podía finalizar sin que el reportero buscase a tres o cuatro portadoras de bombo y les preguntase sobre la peligrosidad del virus en las mujeres embarazadas. Debo decir que, aunque hay mucha gente que no tiene cultura, el sentido común sí que es algo relativamente extendido, así que cuando preguntaron a las embarazadas si tenían miedo, la respuesta de todas era casi siempre la misma, más o menos así: «pues no, no tengo miedo, no voy a estar todo el día temblando por si pillo un virus, y además si quiero quedarme embarazada no voy a dejarme condicionar por el hecho de que haya una nueva enfermedad deambulando por ahí». Más imágenes de mujeres embarazadas y la voz en off del locutor: «las mujeres embarazadas en España, atemorizadas por los nuevos datos sobre el virus».

¿¿¿Qué??? El periodista contradiciendo a sus entrevistadas, y diciendo exactamente lo contrario de lo que decía la gente de la calle. Y todo ¿para qué? Para seguir alimentando el miedo, para convencer a la gente de que no salga, de que se quede en casa viendo la televisión y comprando mascarillas en la teletienda.

Y, por primera vez en mucho tiempo, los mendrugos que los reporteros suelen buscar para que den su indocumentada opinión sobre el tema que sea me han dado una alegría. Parece que van a hacer falta muchas más torres gemelas, muchas más noticias sobre menores genocidas y sobre virus descontrolados y muchas más cámaras de vigilancia en cada orificio de nuestros cuerpos para que la sociedad entera se rinda a la nueva dictadura del miedo. Para una serpiente de verano no está nada mal.

Cadenas invisibles, la nueva esclavitud

Esclavitud. Escuchamos mucho esa palabra. La hubo en Mesopotamia y Egipto y durante miles de años siguió habiendo seres humanos que no eran considerados en mayor estima que animales de trabajo, a los que se les forzaba de maneras que no podemos siquiera imaginar.


El comercio negrero floreció años después, tras la conquista de América. Por ese entonces, la esclavitud había tomado otro cauce. Hacia el siglo XVII, la mano de obra de los esclavos africanos era muy preciada, pero fue entonces también cuando comenzaron a aparecer movimientos abolicionistas. Tras mucho esfuerzo, esa clase esclavitud dejó de existir de forma tan descarada en lo que hoy llamamos el Primer Mundo. Pero, aun con la abolición de la esclavitud, hasta el siglo XX no hubo un cambio considerable y todavía existe la "esclavitud clásica" en muchos países, por mucho que esté abolida en occidente.

Aunque parezca mentira, hoy día hay más esclavitud que en ningún momento del pasado, debido en gran parte a la explosión demográfica. Antes eran usados como si fueran bestias, pero bestias a los que había que cuidar, ya que no abundaban. Hoy día son más desechables. Se estima que hay casi treinta millones de esclavos.

Aun sin tener en cuenta lo recién comentado, la esclavitud sigue existiendo en otras formas. Tras la abolición comenzó a aparecer lo que podemos llamar "nueva esclavitud". En la nueva esclavitud no hacen falta cadenas ni celdas. Las cadenas que atan a millones de personas al trabajo en fábricas son el dolar diario que les pagan. De forma más sutil (y decididamente menos degradante) en los países desarrollados se nos presentan más ataduras económicas que nunca, desde hipotecas descabelladas hasta las cuotas del coche y el entretenimiento que nos distrae del hecho de que, en mayor o menor medida, somos esclavos del sistema.

¿O acaso no es así? Muchos recitarían que "tenemos libertad de expresión, de prensa y derecho a la información". Sin duda, el liberalismo fue un gran logro. Pero no debemos olvidar que en una mayoría de los países que nos apoyan con su mano de obra barata ni siquiera tienen los derechos humanos que consideramos fundamentales.

Aunque nosotros tenemos esos derechos, son privilegios y no derechos si pueden eliminarse en crisis económicas y guerras. En cuanto demasiada gente se une para expresar un sentimiento poco popular o anti-sistema dicha libertad se evapora. En la prensa la censura se muestra implícitamente en las leyes inexcusables de corrección política y la prensa bipartidista y explícitamente en puntos de vista que ningún partido mayoritario apoye. La libertad de expresión está cohibida de forma activa y pasiva, dejando a una población poco informada y educada incapaz de indignarse con un sistema "democrático" en el que los intereses corporativos esclavizan a millones de personas y emboban al resto.

Internet es una gran herramienta en contra de la censura en la prensa y en pos de la libertad de expresión e información, pero sigue siendo un medio minoritario. Por desgracia, la gran mayoría de la población se limita a aceptar lo que ve en los principales telediarios y periódicos de su rama ideológica sin contrastar hechos. Así, de forma natural la sociedad no avanza y las altas esferas de la política y el mundo financiero siguen en el poder, olvidando que su fin no es solo la administración sino también la innovación. Pero hoy día solo quieren poder en aras de seguir en el poder, sin mayores propósitos.

Si ganamos algo de perspectiva podremos evitar este estancamiento social y ser conscientes por fin de la terrible esclavitud, con cadenas o sin ellas, que desola a la humanidad.

El Miedo como fundamento de poder

Hace un tiempo eché una ojeada a un artículo muy interesante, escrito por un politólogo llamado Gustavo Bastardo, acerca de cómo los gobiernos y los medios usan el miedo de forma sucia y barata en un ridículo esfuerzo de mantenerse relevantes. Querría compartir el texto:
No hay prejuicio en convenir que las pretensiones por interpelar a aquellos factores que responsabilizamos por contribuir al incremento de la violencia en la sociedad, tales como los medios de comunicación social, han logrado su éxito en el cine norteamericano, sobre todo si de premios, taquilla y buena crítica se trata. La orgía medios-violencia ha sido una díada que ha motivado en más de una ocasión la crítica social llevada a la gran pantalla; piénsese en "Asesinos por naturaleza" (O. Stone, 1994) o en "El Cuarto Poder" (C. Gavras, 1977). Por otra parte, el tema de la violencia llevado al cine en los Estados Unidos ha estado por lo general aderezado con otros móviles como el racismo, bien como historia pasada (El color púrpura: Spielberg, 1985) o como historia devenida en drama actual (Historia americana X: T. Kaye,1998).
[...]La premisa de la que parte Moore para concebir la teoría del miedo con la que argumenta su propuesta de cine, no es otra que la de Thomas Hobbes, padre del estado absolutista, sólo que el filósofo inglés atribuye ese miedo al hombre genérico en el marco de una concepción pesimista antropológica de la naturaleza humana, mientras que Moore lo endilga al hombre americano, especialmente el blanco "caucásico" -expresión difícil de escribir amén de deletrear- como lo deja ver el propio Moore al momento de llenar la hoja de requisitos para abrir una cuenta en el banco (acto por el cual recibe como obsequio un rifle de precisión) como una manera de preguntarse si es que acaso eso tiene algún significado específico que le da de por sí una condición especial a cierta raza de hombres.
El texto entero lo podéis encontrar aquí en formato PDF. Aunque el artículo es muy específico, no está nada mal, y ciertamente voy a escribir próximamente al respecto.

La Barca de los Sueños

Amigos, cada día me cercioro mas de que la humanidad ha muerto. No es que hayamos perdido los pulsos vitales, es que sencillamente hemos dejado de vivir. Tenemos el intelecto embotado y los sentimientos reprimidos. Todo aquello nos debería remover el alma y la conciencia no ha desaparecido, sigue ahí, pero no nos conmueve. ¿Qué es lo que falla?

Cada día vemos más atrocidades por televisión: asesinatos, guerras, hambrunas... ¡Pero parece tan lejano! Casi es como si perteneciera a otra dimensión. Estamos tan acostrumbados que acaba por formar parte de nuestra rutina diaria. Esta es una noticia habitual:
«Se interceptó anoche una patera en aguas españolas cuando transportaba a 96 inmigrantes de origen subsahariano».
Qué vacías nos suenan ya estas palabras, ¿verdad? Tan acostumbrados estamos a oírlas que nos parece normal. Psicológicamente esta naturalización de lo que debería parecernos extraordinario y horrible es similar al sexto de los once principios de propaganda de Joseph Goebbels, el encargado de diseñar y propagar la fanática publicidad nazi.
«Principio de orquestación. La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. De aquí viene también la famosa frase: "Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad"».
Se basa en la repetición. De igual forma que el Estado alemán convenció a su pueblo de las mentiras más desvergonzadas y de las verdades más horripilantes, esta sociedad se ha acostumbrado a nociones como la inmigración, el Tercer Mundo y la hambruna por su repetición natural. Nos parecen sucesos normales, tan comunes y predecibles como el tíc-tác del reloj. Y el terrible resultado es que conceptos como "Tercer Mundo" e "inmigrante ilegal" nos parezcan de lo mas cotidianos y aceptables del mundo. No lo son.

En primer lugar se habla de un Tercer Mundo. El término proviene del bloque que no formó parte de la Guerra Fría, que estaba formado por naciones subdesarrolladas, así que hoy día su significado es económico. Lo importante es que figuradamente se da a entender que existe otro lugar que no está en este planeta, tan alejado como Saturno o Júpiter, y nos lo repetimos con tal calma y frialdad que parece ser un hecho normal. Es decir, parece que el curso de la vida lo marca así. Pero no, las cosas no deberían ser de este modo ni tienen por qué serlo.

ESTE ES EL ASPECTO DE LA DEMOCRACIA

No se trata de otro mundo; África esta a apenas a unos kilómetros de España, un presunto país desarrollado, y cada vez que vemos imágenes como las de Rwanda pensamos algo como «Pobrecitos los negritos, que se matan a machetazos. En navidad les daré dinerito para acallar mi conciencia y tener los huevos de pensar que estoy cambiando el mundo». Ese Tercer Mundo es una realidad bien cercana. No es ficción, sino su penosa realidad, y debería ser la de todo el planeta Tierra, porque somos Ciudadanos del Mundo.

Cuando vemos a una señora mayor tirada en la calzada porque se ha tropezado la ayudamos por solidaridad, ¿verdad? En cambio, cuando un continente entero muere de hambre le damos las sobras de un sobrealimentado sistema. ¿Por qué? Porque están lejos. Y nos hemos acostumbrado oír a sus penas. Ya no nos sorpende, no nos conmociona, no nos indigna.

En segundo lugar está el término ilegal. Los inmigrantes ilegales. Este es el término que mejor expresa la gravedad de la injusticia, el máximo exponente de la extrema diferencia que nos separa. Ya es triste como nos tratamos entre nosotros en esta sociedad supuestamente civilizada pero peor aún es que a estas personas se les trate como ganado o incluso como mercancía ilegal. No, basta ya: ningún ser humano es ilegal.

Se nos tendría que caer a todos la cara de vergüenza cada vez que se divisara una sola patera, cada vez que una sola persona se tuviera que aferrar a unos cuantos trozos de madera para llevar una vida algo mejor, jugándosela en la barca de los sueños. Estamos encerrados dentro de nuestras propias fronteras: debemos abrir las puertas al mundo y recibir con un abrazo a los inmigrantes de todo el mundo, así como hicieron ellos en su tiempo. Una vez esto ocurra, el término "inmigrante" dejará de tener sentido.

Amigos, debo insistir en que no se trata del clasismo habitual dentro de cada sociedad particular, no se trata de que se nos valore por el tamaño de nuestra cartera. Con los extranjeros va más allá: son personas tan humanas como nosotros, con los mismos pensamientos, preocupaciones y sentimientos, que se han visto obligadas a desterrarse en otro mundo, convirtiéndose en mercancía ilegal para que luego les expulsemos de nuevo a su infierno o si se quedan les tratemos como a esclavos infra-humanos.

Como decían en Senderos de Gloria, de Stanley Kubrick:
«La patria es el refugio de los cobardes».

«La sociedad nos corrompe»

Jean-Jacques Rousseau dijo una vez:
«El hombre es bueno por naturaleza, la sociedad lo corrompe».
El francés tenía cierta razón, pero no toda. Cierto es que no se le puede culpar porque no tuviera demasiada idea sobre influencias genéticas, pero no por ello vamos a evitar corregirle. El hombre no es bueno ni malo por naturaleza: lo que en este punto de nuestra evolución social consideramos 'bondad' no es propio de la humanidad. Se trata de una propiedad que puede aparecer gracias a un entorno muy afortunado y poco común en esta sociedad.

Otra noción similar es la de la "tabula rasa", es decir, que somos como una vasija vacía hasta que aprendemos de la sociedad y nos llenamos. Esta locución tampoco tiene en cuenta la importancia de nuestra naturaleza: desde características que quizás nunca notemos hasta problemas serios como enfermedades de nacimiento, la genética siempre está ahí presente antes incluso de que la sociedad nos afecte de forma alguna.

La filosofía dedica gran parte de su estudio a responder a la gran pregunta: ¿qué somos y cómo hemos llegado a ser así? ¿Cual es nuestra naturaleza? De hecho, ¿acaso existe la naturaleza humana? No en el sentido tradicional: más allá de las propensiones y fronteras que nos imponga la genética, la naturaleza humana no es más que una forma fácil de explicar cuestiones demasiado complejas. Esta falacia es la mejor y última excusa para rechazar nuevos sistemas que exijan menos avaricia por nuestra parte. Muchos afirman que somos avaros y egocéntricos por naturaleza, ¿pero es eso cierto?

No exactamente: estos factores se manifiestan por nuestros instintos básios en ciertas circunstancias. En concreto, la avaricia y las ansias de poder y propiedad no son más que consecuencias de la escasez. En el caso de que llegue un momento en el que todos tengamos abundancia, no habrá necesidad de robar ni de tener propiedad tal como la entendemos actualmente, por lo que la avaricia acabará por ser prácticamente irrelevante.

En lo que respecta a si somos egocéntricos por naturaleza, la discusión puede ampliarse con facilidad, ya que sí que lo somos hasta cierto punto. Nuestro egocentrismo se ha ampliado hasta límites insospechables por la escasez de todas las sociedades, pero siempre ha estado y estará allí aunque sea de la forma más básica. Y es que, al fin y al cabo, dicho "egocentrismo natural" no es más que nuestro instinto de supervivencia. Le damos más importancia a nuestro ser -al ego- que a ningún otro ser, ya que nuestra existencia depende de permanecer vivos. Por ello, luchamos por sobrevivir a toda costa.

Pero, ¿qué podemos hacer con ese ego tan nuestro? En nuestra sociedad se aprovecha de forma individual: tanto en el capitalismo como en cualquier otro sistema que se base en el manejo desigual de la escasez el ego es necesario para escalar posiciones sociales. Básicamente, nos pisamos mutuamente para llegar a lo más alto de la pirámide. Al estar preocupados por nuestro estatus económico y social, no nos podemos permitir pensar demasiado en los demás. No es casualidad que las mayores atrocidades se cometan en las regiones más pobres y en tiempos de crisis, cuando la desigualdad es mayor.

La situación descrita perpetúa un sistema basado en escasez que no puede sostenerse mucho más, ya que tener como fin "mantener el sistema" (seguir existiendo en aras de seguir existiendo) no es un fin válido. Pero entonces, ¿qué podemos hacer? Quizás, la mejor forma de evitar la avaricia y el ego sería crear un sistema en el que se aprovechen dichos instintos innatos para el bien común, la abundancia sea accesible para todos de forma igualitaria y tenga como fin el desarrollo en lugar del mantenimiento. En tal sistema hipotético uno no tendría razón alguna para ser avaro, al igual que no tendría sentido robar. ¿Por qué ibas a robar algo que puedes tener tú fácilmente? ¿Y qué ibas a hacer con lo robado? ¿Venderlo? ¿A quién, si todo el mundo tiene acceso a lo necesario?

La compleja explicación de cómo podríamos manejar un sistema en el que todos tuviéramos abundancia la dejo para otro día. Hoy vengo a responder la gran pregunta que Rousseau creyó resolver y en su tiempo puede que bastara, pero ya no: ¿Qué somos?

Somos seres interconectados, pero no por fuerzas metafísicas sino por leyes naturales que nos hacen depende los unos de los otros, con propensiones genéticas que pueden empujarnos hacia cierto camino en la vida. En cambio, la senda la construye primordialmente la sociedad que nosotros mismos hemos creado. En un círculo vicioso, afectamos a la sociedad y la sociedad nos afecta a nosotros.

No podemos considerarnos bondadosos ni malvados por naturaleza, ya que estas no son más que calificaciones anticuadas que pueden hacer más daño que bien. No somos tablas rasas sobre las que inscribir sino seres cuyas características y propensiones innatas dirigen el desarrollo de aprendizaje que ofrece la sociedad, para bien o para mal: con una cultura cuerda y sana todos estaríamos cuerdos y sanos y con una cultura demente y enferma... amigos, no tenéis más que mirar a vuestro alrededor para ver los resultados.

Hay una realidad innegable en todo esto: nosotros somos como la sociedad en su totalidad y viceversa, pero solo nosotros podemos hacer algo al respecto, ya que la sociedad no moverá un dedo por ello. Sólo nosotros podemos cambiar la sociedad para que acabemos siendo afectados por ella de forma positiva y, por primera vez en nuestra existencia, podamos decir con total convicción: «Al hombre le guía su naturaleza, la sociedad nos desarrolla».

Mi propia historia (II)

Volvamos a la crónica de mis ideologías: cómo fui concienciándome del desgraciado funcionamiento del mundo en el que vivimos y cómo busqué soluciones a este gran problema. Pero, ¿cuál es el problema, y cuáles son esos síntomas?

Lo explicaré con los ejemplos expuestos en la primera parte del artículo: ¿no os parece enfermiza la idea misma de "ilegalizar" a una persona simplemente por traspasar fronteras nacionales, que no son más que una idea arbitraria? Ahí se encuentra mucho racismo y xenofobia alimentado por patriotismo, cuando en la mayoría de los casos la hipocresía es innegable; los estadounidenses son un gran ejemplo:


¿Y qué me decís de encerrar y marginar a aquellos que no son ciudadanos ideales, muchas veces por trasgedir las normas del monetarismo, que no es más que otra arbitrariedad? Si bien estos sujetos pueden ser peligrosos en sí mismos, lo que los gobiernos están haciendo implícitamente es esconder los síntomas de una gran enfermedad: la sociedad misma.

Hay que ir a la raíz del problema. Es evidente que los gobiernos siguen manteniendo su patético statu quo con ahínco, pero, ¿cuánto puede durar tal patraña? A comienzos de este siglo han comenzado a aparecer más y más movimientos en pos de un sistema a la altura de lo que la tecnología y la sabiduría del colectivo humano puede ofrecernos. Si comenzamos a trabajar para deshacernos de la enfermedad y no de los síntomas, si trabajamos para dejar atrás gradualmente este sistema obsoleto, quizás no sea demasiado tarde.

Por lo tanto, por fin empecé a darme cuenta de que si queríamos que la humanidad funcionara debíamos buscar una cura y no un tratamiento, una solución radical, si bien no definitiva ni utópica. Porque seamos sinceros: un mundo en el que mueren miles de personas día sí y día también solamente por amasar más dinero, con la patria y la religión como escudo y excusa (la trinidad de disparates intangibles), simplemente no funciona.


Visto lo visto, empecé a buscar verdaderas soluciones: nuevos sistemas que pudieran librarnos de esta especie de esclavitud mental y a veces física en la que vivimos (suene o no a cliché, vivir para trabajar no es un fin válido). Hubo cierta época en la que la democracia directa me pareció una salida viable, pero es evidente que es sólo un parche más. Un parche considerable, cierto, pero la enfermedad seguiría expandiéndose por debajo y resultaría en una pura oclocracia llevada por una masa ignorante. Y entonces di en el clavo: ¿para qué se necesita un gobierno democrático en una sociedad que se ha librado por completo de su corrupción? El sistema legislativo en el que se basa la sociedad moderna es en si mismo un parche, así que para deshacerse de la corrupción sistémica debería desaparecer el sistema entero. La libertad de la humanidad y los sistemas políticos no pueden convivir.

Dicho esto, solo me queda una pregunta: ¿somos algo más que 'activos' del sistema, meros peones, si aceptamos pasivamente toda la mierda que nos meten a presión en el cerebro o incluso si luchamos contra el sistema para instaurar uno similar que castigue a los antiguos castigadores? No lo creo. Solo podremos considerarnos realmente una humanidad civilizada cuando dejemos de luchar entre nosotros, trascendamos el sistema y miremos hacia delante, porque existe un futuro posible para la humanidad pero no nos lo ofrecerá ningún gobierno.

Mi propia historia (I)

De antemano os digo que no seré tan alegórico en mi historieta como lo ha sido mi compañero Borja en su fábula del Hombre de Barro. Pensándolo bien, quizás ni siquiera sea una historia: se trata, más que nada, de la crónica de las silenciosas -y no tan silenciosas en ocasiones- ideologías que han pululado por mi cabeza a lo largo de los últimos años.

Como a todo chavalín que se precie en este mundo de distracciones, no me importaba mucho lo que estuviera más allá de mi circulo social, así que la política, la religión y los problemas de nuestra sociedad no podían competir bajo ningún concepto con todo aquello que me mantuviera felizmente entretenido durante gran parte de mi vida.

En cambio, llegó el momento en que empezaron a interesarme estos temas. Sinceramente, no recuerdo hace cuánto fue, ni por qué. Solo sé que creció en mí un enorme odio social, como estoy seguro de que ocurre con muchos adolescentes. Y como en el caso de muchos adolescentes, mi respuesta puramente emocional me llevó a conclusiones equivocadas. Analicemos la situación fríamente, aquí y ahora, desde un punto de vista ya lejano. En resumidas cuentas, puede decirse que por aquella época me quejaba de los problemas que veía a mí alrededor sin tener en cuenta su raíz. Craso error. En esta sociedad tenemos la tendencia de tapar nuestros problemas con un parche y rezar para que toda la estructura no se derrumbe. En cambio, si no cortamos el problema de raíz este seguirá apareciendo.

¿Cuáles son los síntomas? Sin un conocimiento de sus causas, al oír hablar de inmigrantes, prisioneros y demás gente tratada como despojos humanos muchos no siempre hemos podido evitar sentirnos superiores y asqueados ante la posibilidad de que gente así exista, ya sea consciente o inconscientemente. Pero, ¿acaso ellos tienen la culpa? Como seres individuales, sin duda tienen su parte de 'culpa'. Pero, ¿acaba ahí la cosa? Por desgracia, esas preguntas tan esenciales tardaron en pasarse por mi cabeza.

Os propongo que imaginéis una situación alternativa. Supongamos que ese inmigrante que se gana la vida robando hubiera nacido rico. En tal caso, ¿no es evidente que no recurriría a la inmigración ni al robo? ¿No significa eso que el entorno nos moldea y que no hay gente "malvada", solo mal educada por la sociedad? Lo mismo ocurre con los presos. Toda esta gente de la que nos distanciamos no son más que productos de nuestra cultura. Algunos dirán que es una obviedad, pero que no es razón para no tratar el problema a corto plazo. Cierto, pero el hecho de que haya que hacer algo con ellos a corto plazo no es razón para no tratar el problema a largo plazo.

Tal y como dijo George Carlin haciendo referencia a otro síntoma de la enfermedad, los políticos: "Esto es lo que tenemos para ofrecer. Es lo que produce nuestro sistema".

El Hombre de Barro

La historia que os voy a contar puede recordaros en principio a la crónica del génesis de la humanidad que ofreció el primer libro de la Torá, el Pentateuco que forma los primeros cinco libros del Tanaj o Antiguo Testamento para los cristianos. En efecto, hablaré de un hombre de barro, pero su historia no podría ser más distinta: el golem al que me refiero es un ser humilde y despreocupado que terminó endurecido por los altos hornos de un sistema quebrado.

Esta criatura nació entre la naturaleza sin ataduras de ningún tipo, como todo en este mundo. Creció en un pequeño bosque, ignorante del mundo exterior. Hablaba con los ancianos árboles y les pedía una y otra vez que le contaran aquellas historias que aun lo fascinaban tanto como la primera vez que las escuchó. Aquellos venerables seres le miraban de la misma forma que miran los abuelos a sus nietos, con una mezcla de amor y comprensión. En las noches de verano se tumbaba en las praderas para mirar a las estrellas y caía dormido mientras observaba la Vía Láctea, la columna vertebral de la noche. Soñaba con una Estrella que le hablaba. Le hablaba y le hacía compañía. Y le besaba. Pero pronto todo eso acabaría.

Solo los árboles y las estrellas fueron testigos de la tragedia. Vinieron sombras enmascaradas. Hubo gritos y pronto, cuando se dejó de cantar sobre el trágico secuestro de aquel que jamás volvió a ser visto, olvido. Pero él no había desaparecido. Le habían llevado a un lugar oscuro y en silencio, una tumba en vida. Estaba sentado en una habitación austera: una mesa, dos sillas y nada más. Primero escuchó voces. Luego apareció un hombre.
«¿Eres al que llaman hombre libre?».
«No soy un hombre. Solo soy un ser de barro».
«¿Sientes?»
«Sí, siento».
«¿Piensas?».
«Sí, pienso».
El hombre le miró fijamente durante unos segundos. Sin previo aviso se levantó y se dirigió a alguien a quien el ser de barro no veía. Sólo dijo dos palabras: «Es él». El hombre se fue de la habitación y sombras fuera de su campo de visión se lo llevaron a otra habitación, también austera pero con un propósito muy distinto. Le torturaron. Una y otra y otra vez, día y noche. Primero ni le hablaban pero finalmente recurrieron a destrozarle el intelecto. En cambio, torturas que harían llorar a cualquiera en segundos no conseguían quebrar su mente. Un lejano recuerdo hogareño le daba fuerzas para seguir: los árboles, las noches de verano observando las estrellas. Los sueños con la estrella. El beso. No vendería tan fácil aquél beso.

El entorno alrededor del hombre de barro le había moldeado de una forma muy particular. Aquel subproducto inesperado de inusuales fenómenos naturales había crecido sin fronteras ni reglas, con total libertad y despreocupación, así que esas eran todas sus experiencias, vivencias, recuerdos e incluso sueños. El barro había tomado una forma: la de la libertad. Pero el barro se había endurecido. Aquellos que deseaban el poder en aras del poder, aquellos que habían olvidado otro propósito más allá del control, intentaron remoldearlo como si todavía fuera tan blando como había sido de joven. Pero no lo era.
«¿Quieres seguir con esto?».
«No».
«Entonces permite que te demos la forma de nuestro molde. Entra en nuestro horno».
«Me quemaría».
«Pero volverías».
«Lo que fuera que volviera no sería yo».
«¿Y quién es ese "yo"? ¿Qué diferencia hay entre ese "yo" y aquel que te ofrecemos?».
«Yo soy libre, vosotros no. ¿Cómo no podéis verlo?».
«Así no sufrimos. No hay dolor así que nos conformamos. Si te conformas a nuestro molde tú también podrás dejar de sufrir».
«Sí, qué bello sería un mundo sin dolor. Pero junto con el dolor destruis todo lo demás. Destruis el intelecto: la razón, la emoción, todo. Afrontar la realidad puede ser en ocasiones doloroso pero si lo reprimís no podréis sentiros... libres. ¡Eso es: la libertad!».
«Libertad...».
«Sí, libertad. Yo, un hombre de barro, he aprendido a pensar sin limites. ¿Qué os impide a vosotros, seres humanos, hacer lo mismo? Si no os movéis, nunca notaréis las cadenas, pero si el barco se hunde os iréis al fondo con ellas. Debéis afrontar la realidad para ser lo que deseéis: cada uno podréis tener vuestras propias ideas y sueños, seréis como el charco del que provengo: una rareza, únicos, individuos».
El humano quedó consternado. No estaba preparado para oír la verdad. No habló, pero se fue y le dejó solo y sin ataduras. El hombre de barro salió al exterior. Llovía. Ya ni recordaba el tacto de la lluvia. Dio un paso al frente y el agua le bañó. Las gotas fundieron su cuerpo y el hombre de barro volvió al charco del que provenía, entre los árboles y bajo las estrellas.

De nuevo era parte del todo. Era libre. Volvía a casa.