El Miedo como fundamento de poder

Hace un tiempo eché una ojeada a un artículo muy interesante, escrito por un politólogo llamado Gustavo Bastardo, acerca de cómo los gobiernos y los medios usan el miedo de forma sucia y barata en un ridículo esfuerzo de mantenerse relevantes. Querría compartir el texto:
No hay prejuicio en convenir que las pretensiones por interpelar a aquellos factores que responsabilizamos por contribuir al incremento de la violencia en la sociedad, tales como los medios de comunicación social, han logrado su éxito en el cine norteamericano, sobre todo si de premios, taquilla y buena crítica se trata. La orgía medios-violencia ha sido una díada que ha motivado en más de una ocasión la crítica social llevada a la gran pantalla; piénsese en "Asesinos por naturaleza" (O. Stone, 1994) o en "El Cuarto Poder" (C. Gavras, 1977). Por otra parte, el tema de la violencia llevado al cine en los Estados Unidos ha estado por lo general aderezado con otros móviles como el racismo, bien como historia pasada (El color púrpura: Spielberg, 1985) o como historia devenida en drama actual (Historia americana X: T. Kaye,1998).
[...]La premisa de la que parte Moore para concebir la teoría del miedo con la que argumenta su propuesta de cine, no es otra que la de Thomas Hobbes, padre del estado absolutista, sólo que el filósofo inglés atribuye ese miedo al hombre genérico en el marco de una concepción pesimista antropológica de la naturaleza humana, mientras que Moore lo endilga al hombre americano, especialmente el blanco "caucásico" -expresión difícil de escribir amén de deletrear- como lo deja ver el propio Moore al momento de llenar la hoja de requisitos para abrir una cuenta en el banco (acto por el cual recibe como obsequio un rifle de precisión) como una manera de preguntarse si es que acaso eso tiene algún significado específico que le da de por sí una condición especial a cierta raza de hombres.
El texto entero lo podéis encontrar aquí en formato PDF. Aunque el artículo es muy específico, no está nada mal, y ciertamente voy a escribir próximamente al respecto.

La Barca de los Sueños

Amigos, cada día me cercioro mas de que la humanidad ha muerto. No es que hayamos perdido los pulsos vitales, es que sencillamente hemos dejado de vivir. Tenemos el intelecto embotado y los sentimientos reprimidos. Todo aquello nos debería remover el alma y la conciencia no ha desaparecido, sigue ahí, pero no nos conmueve. ¿Qué es lo que falla?

Cada día vemos más atrocidades por televisión: asesinatos, guerras, hambrunas... ¡Pero parece tan lejano! Casi es como si perteneciera a otra dimensión. Estamos tan acostrumbados que acaba por formar parte de nuestra rutina diaria. Esta es una noticia habitual:
«Se interceptó anoche una patera en aguas españolas cuando transportaba a 96 inmigrantes de origen subsahariano».
Qué vacías nos suenan ya estas palabras, ¿verdad? Tan acostumbrados estamos a oírlas que nos parece normal. Psicológicamente esta naturalización de lo que debería parecernos extraordinario y horrible es similar al sexto de los once principios de propaganda de Joseph Goebbels, el encargado de diseñar y propagar la fanática publicidad nazi.
«Principio de orquestación. La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. De aquí viene también la famosa frase: "Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad"».
Se basa en la repetición. De igual forma que el Estado alemán convenció a su pueblo de las mentiras más desvergonzadas y de las verdades más horripilantes, esta sociedad se ha acostumbrado a nociones como la inmigración, el Tercer Mundo y la hambruna por su repetición natural. Nos parecen sucesos normales, tan comunes y predecibles como el tíc-tác del reloj. Y el terrible resultado es que conceptos como "Tercer Mundo" e "inmigrante ilegal" nos parezcan de lo mas cotidianos y aceptables del mundo. No lo son.

En primer lugar se habla de un Tercer Mundo. El término proviene del bloque que no formó parte de la Guerra Fría, que estaba formado por naciones subdesarrolladas, así que hoy día su significado es económico. Lo importante es que figuradamente se da a entender que existe otro lugar que no está en este planeta, tan alejado como Saturno o Júpiter, y nos lo repetimos con tal calma y frialdad que parece ser un hecho normal. Es decir, parece que el curso de la vida lo marca así. Pero no, las cosas no deberían ser de este modo ni tienen por qué serlo.

ESTE ES EL ASPECTO DE LA DEMOCRACIA

No se trata de otro mundo; África esta a apenas a unos kilómetros de España, un presunto país desarrollado, y cada vez que vemos imágenes como las de Rwanda pensamos algo como «Pobrecitos los negritos, que se matan a machetazos. En navidad les daré dinerito para acallar mi conciencia y tener los huevos de pensar que estoy cambiando el mundo». Ese Tercer Mundo es una realidad bien cercana. No es ficción, sino su penosa realidad, y debería ser la de todo el planeta Tierra, porque somos Ciudadanos del Mundo.

Cuando vemos a una señora mayor tirada en la calzada porque se ha tropezado la ayudamos por solidaridad, ¿verdad? En cambio, cuando un continente entero muere de hambre le damos las sobras de un sobrealimentado sistema. ¿Por qué? Porque están lejos. Y nos hemos acostumbrado oír a sus penas. Ya no nos sorpende, no nos conmociona, no nos indigna.

En segundo lugar está el término ilegal. Los inmigrantes ilegales. Este es el término que mejor expresa la gravedad de la injusticia, el máximo exponente de la extrema diferencia que nos separa. Ya es triste como nos tratamos entre nosotros en esta sociedad supuestamente civilizada pero peor aún es que a estas personas se les trate como ganado o incluso como mercancía ilegal. No, basta ya: ningún ser humano es ilegal.

Se nos tendría que caer a todos la cara de vergüenza cada vez que se divisara una sola patera, cada vez que una sola persona se tuviera que aferrar a unos cuantos trozos de madera para llevar una vida algo mejor, jugándosela en la barca de los sueños. Estamos encerrados dentro de nuestras propias fronteras: debemos abrir las puertas al mundo y recibir con un abrazo a los inmigrantes de todo el mundo, así como hicieron ellos en su tiempo. Una vez esto ocurra, el término "inmigrante" dejará de tener sentido.

Amigos, debo insistir en que no se trata del clasismo habitual dentro de cada sociedad particular, no se trata de que se nos valore por el tamaño de nuestra cartera. Con los extranjeros va más allá: son personas tan humanas como nosotros, con los mismos pensamientos, preocupaciones y sentimientos, que se han visto obligadas a desterrarse en otro mundo, convirtiéndose en mercancía ilegal para que luego les expulsemos de nuevo a su infierno o si se quedan les tratemos como a esclavos infra-humanos.

Como decían en Senderos de Gloria, de Stanley Kubrick:
«La patria es el refugio de los cobardes».

«La sociedad nos corrompe»

Jean-Jacques Rousseau dijo una vez:
«El hombre es bueno por naturaleza, la sociedad lo corrompe».
El francés tenía cierta razón, pero no toda. Cierto es que no se le puede culpar porque no tuviera demasiada idea sobre influencias genéticas, pero no por ello vamos a evitar corregirle. El hombre no es bueno ni malo por naturaleza: lo que en este punto de nuestra evolución social consideramos 'bondad' no es propio de la humanidad. Se trata de una propiedad que puede aparecer gracias a un entorno muy afortunado y poco común en esta sociedad.

Otra noción similar es la de la "tabula rasa", es decir, que somos como una vasija vacía hasta que aprendemos de la sociedad y nos llenamos. Esta locución tampoco tiene en cuenta la importancia de nuestra naturaleza: desde características que quizás nunca notemos hasta problemas serios como enfermedades de nacimiento, la genética siempre está ahí presente antes incluso de que la sociedad nos afecte de forma alguna.

La filosofía dedica gran parte de su estudio a responder a la gran pregunta: ¿qué somos y cómo hemos llegado a ser así? ¿Cual es nuestra naturaleza? De hecho, ¿acaso existe la naturaleza humana? No en el sentido tradicional: más allá de las propensiones y fronteras que nos imponga la genética, la naturaleza humana no es más que una forma fácil de explicar cuestiones demasiado complejas. Esta falacia es la mejor y última excusa para rechazar nuevos sistemas que exijan menos avaricia por nuestra parte. Muchos afirman que somos avaros y egocéntricos por naturaleza, ¿pero es eso cierto?

No exactamente: estos factores se manifiestan por nuestros instintos básios en ciertas circunstancias. En concreto, la avaricia y las ansias de poder y propiedad no son más que consecuencias de la escasez. En el caso de que llegue un momento en el que todos tengamos abundancia, no habrá necesidad de robar ni de tener propiedad tal como la entendemos actualmente, por lo que la avaricia acabará por ser prácticamente irrelevante.

En lo que respecta a si somos egocéntricos por naturaleza, la discusión puede ampliarse con facilidad, ya que sí que lo somos hasta cierto punto. Nuestro egocentrismo se ha ampliado hasta límites insospechables por la escasez de todas las sociedades, pero siempre ha estado y estará allí aunque sea de la forma más básica. Y es que, al fin y al cabo, dicho "egocentrismo natural" no es más que nuestro instinto de supervivencia. Le damos más importancia a nuestro ser -al ego- que a ningún otro ser, ya que nuestra existencia depende de permanecer vivos. Por ello, luchamos por sobrevivir a toda costa.

Pero, ¿qué podemos hacer con ese ego tan nuestro? En nuestra sociedad se aprovecha de forma individual: tanto en el capitalismo como en cualquier otro sistema que se base en el manejo desigual de la escasez el ego es necesario para escalar posiciones sociales. Básicamente, nos pisamos mutuamente para llegar a lo más alto de la pirámide. Al estar preocupados por nuestro estatus económico y social, no nos podemos permitir pensar demasiado en los demás. No es casualidad que las mayores atrocidades se cometan en las regiones más pobres y en tiempos de crisis, cuando la desigualdad es mayor.

La situación descrita perpetúa un sistema basado en escasez que no puede sostenerse mucho más, ya que tener como fin "mantener el sistema" (seguir existiendo en aras de seguir existiendo) no es un fin válido. Pero entonces, ¿qué podemos hacer? Quizás, la mejor forma de evitar la avaricia y el ego sería crear un sistema en el que se aprovechen dichos instintos innatos para el bien común, la abundancia sea accesible para todos de forma igualitaria y tenga como fin el desarrollo en lugar del mantenimiento. En tal sistema hipotético uno no tendría razón alguna para ser avaro, al igual que no tendría sentido robar. ¿Por qué ibas a robar algo que puedes tener tú fácilmente? ¿Y qué ibas a hacer con lo robado? ¿Venderlo? ¿A quién, si todo el mundo tiene acceso a lo necesario?

La compleja explicación de cómo podríamos manejar un sistema en el que todos tuviéramos abundancia la dejo para otro día. Hoy vengo a responder la gran pregunta que Rousseau creyó resolver y en su tiempo puede que bastara, pero ya no: ¿Qué somos?

Somos seres interconectados, pero no por fuerzas metafísicas sino por leyes naturales que nos hacen depende los unos de los otros, con propensiones genéticas que pueden empujarnos hacia cierto camino en la vida. En cambio, la senda la construye primordialmente la sociedad que nosotros mismos hemos creado. En un círculo vicioso, afectamos a la sociedad y la sociedad nos afecta a nosotros.

No podemos considerarnos bondadosos ni malvados por naturaleza, ya que estas no son más que calificaciones anticuadas que pueden hacer más daño que bien. No somos tablas rasas sobre las que inscribir sino seres cuyas características y propensiones innatas dirigen el desarrollo de aprendizaje que ofrece la sociedad, para bien o para mal: con una cultura cuerda y sana todos estaríamos cuerdos y sanos y con una cultura demente y enferma... amigos, no tenéis más que mirar a vuestro alrededor para ver los resultados.

Hay una realidad innegable en todo esto: nosotros somos como la sociedad en su totalidad y viceversa, pero solo nosotros podemos hacer algo al respecto, ya que la sociedad no moverá un dedo por ello. Sólo nosotros podemos cambiar la sociedad para que acabemos siendo afectados por ella de forma positiva y, por primera vez en nuestra existencia, podamos decir con total convicción: «Al hombre le guía su naturaleza, la sociedad nos desarrolla».