Mi propia historia (II)

Volvamos a la crónica de mis ideologías: cómo fui concienciándome del desgraciado funcionamiento del mundo en el que vivimos y cómo busqué soluciones a este gran problema. Pero, ¿cuál es el problema, y cuáles son esos síntomas?

Lo explicaré con los ejemplos expuestos en la primera parte del artículo: ¿no os parece enfermiza la idea misma de "ilegalizar" a una persona simplemente por traspasar fronteras nacionales, que no son más que una idea arbitraria? Ahí se encuentra mucho racismo y xenofobia alimentado por patriotismo, cuando en la mayoría de los casos la hipocresía es innegable; los estadounidenses son un gran ejemplo:


¿Y qué me decís de encerrar y marginar a aquellos que no son ciudadanos ideales, muchas veces por trasgedir las normas del monetarismo, que no es más que otra arbitrariedad? Si bien estos sujetos pueden ser peligrosos en sí mismos, lo que los gobiernos están haciendo implícitamente es esconder los síntomas de una gran enfermedad: la sociedad misma.

Hay que ir a la raíz del problema. Es evidente que los gobiernos siguen manteniendo su patético statu quo con ahínco, pero, ¿cuánto puede durar tal patraña? A comienzos de este siglo han comenzado a aparecer más y más movimientos en pos de un sistema a la altura de lo que la tecnología y la sabiduría del colectivo humano puede ofrecernos. Si comenzamos a trabajar para deshacernos de la enfermedad y no de los síntomas, si trabajamos para dejar atrás gradualmente este sistema obsoleto, quizás no sea demasiado tarde.

Por lo tanto, por fin empecé a darme cuenta de que si queríamos que la humanidad funcionara debíamos buscar una cura y no un tratamiento, una solución radical, si bien no definitiva ni utópica. Porque seamos sinceros: un mundo en el que mueren miles de personas día sí y día también solamente por amasar más dinero, con la patria y la religión como escudo y excusa (la trinidad de disparates intangibles), simplemente no funciona.


Visto lo visto, empecé a buscar verdaderas soluciones: nuevos sistemas que pudieran librarnos de esta especie de esclavitud mental y a veces física en la que vivimos (suene o no a cliché, vivir para trabajar no es un fin válido). Hubo cierta época en la que la democracia directa me pareció una salida viable, pero es evidente que es sólo un parche más. Un parche considerable, cierto, pero la enfermedad seguiría expandiéndose por debajo y resultaría en una pura oclocracia llevada por una masa ignorante. Y entonces di en el clavo: ¿para qué se necesita un gobierno democrático en una sociedad que se ha librado por completo de su corrupción? El sistema legislativo en el que se basa la sociedad moderna es en si mismo un parche, así que para deshacerse de la corrupción sistémica debería desaparecer el sistema entero. La libertad de la humanidad y los sistemas políticos no pueden convivir.

Dicho esto, solo me queda una pregunta: ¿somos algo más que 'activos' del sistema, meros peones, si aceptamos pasivamente toda la mierda que nos meten a presión en el cerebro o incluso si luchamos contra el sistema para instaurar uno similar que castigue a los antiguos castigadores? No lo creo. Solo podremos considerarnos realmente una humanidad civilizada cuando dejemos de luchar entre nosotros, trascendamos el sistema y miremos hacia delante, porque existe un futuro posible para la humanidad pero no nos lo ofrecerá ningún gobierno.

Mi propia historia (I)

De antemano os digo que no seré tan alegórico en mi historieta como lo ha sido mi compañero Borja en su fábula del Hombre de Barro. Pensándolo bien, quizás ni siquiera sea una historia: se trata, más que nada, de la crónica de las silenciosas -y no tan silenciosas en ocasiones- ideologías que han pululado por mi cabeza a lo largo de los últimos años.

Como a todo chavalín que se precie en este mundo de distracciones, no me importaba mucho lo que estuviera más allá de mi circulo social, así que la política, la religión y los problemas de nuestra sociedad no podían competir bajo ningún concepto con todo aquello que me mantuviera felizmente entretenido durante gran parte de mi vida.

En cambio, llegó el momento en que empezaron a interesarme estos temas. Sinceramente, no recuerdo hace cuánto fue, ni por qué. Solo sé que creció en mí un enorme odio social, como estoy seguro de que ocurre con muchos adolescentes. Y como en el caso de muchos adolescentes, mi respuesta puramente emocional me llevó a conclusiones equivocadas. Analicemos la situación fríamente, aquí y ahora, desde un punto de vista ya lejano. En resumidas cuentas, puede decirse que por aquella época me quejaba de los problemas que veía a mí alrededor sin tener en cuenta su raíz. Craso error. En esta sociedad tenemos la tendencia de tapar nuestros problemas con un parche y rezar para que toda la estructura no se derrumbe. En cambio, si no cortamos el problema de raíz este seguirá apareciendo.

¿Cuáles son los síntomas? Sin un conocimiento de sus causas, al oír hablar de inmigrantes, prisioneros y demás gente tratada como despojos humanos muchos no siempre hemos podido evitar sentirnos superiores y asqueados ante la posibilidad de que gente así exista, ya sea consciente o inconscientemente. Pero, ¿acaso ellos tienen la culpa? Como seres individuales, sin duda tienen su parte de 'culpa'. Pero, ¿acaba ahí la cosa? Por desgracia, esas preguntas tan esenciales tardaron en pasarse por mi cabeza.

Os propongo que imaginéis una situación alternativa. Supongamos que ese inmigrante que se gana la vida robando hubiera nacido rico. En tal caso, ¿no es evidente que no recurriría a la inmigración ni al robo? ¿No significa eso que el entorno nos moldea y que no hay gente "malvada", solo mal educada por la sociedad? Lo mismo ocurre con los presos. Toda esta gente de la que nos distanciamos no son más que productos de nuestra cultura. Algunos dirán que es una obviedad, pero que no es razón para no tratar el problema a corto plazo. Cierto, pero el hecho de que haya que hacer algo con ellos a corto plazo no es razón para no tratar el problema a largo plazo.

Tal y como dijo George Carlin haciendo referencia a otro síntoma de la enfermedad, los políticos: "Esto es lo que tenemos para ofrecer. Es lo que produce nuestro sistema".

El Hombre de Barro

La historia que os voy a contar puede recordaros en principio a la crónica del génesis de la humanidad que ofreció el primer libro de la Torá, el Pentateuco que forma los primeros cinco libros del Tanaj o Antiguo Testamento para los cristianos. En efecto, hablaré de un hombre de barro, pero su historia no podría ser más distinta: el golem al que me refiero es un ser humilde y despreocupado que terminó endurecido por los altos hornos de un sistema quebrado.

Esta criatura nació entre la naturaleza sin ataduras de ningún tipo, como todo en este mundo. Creció en un pequeño bosque, ignorante del mundo exterior. Hablaba con los ancianos árboles y les pedía una y otra vez que le contaran aquellas historias que aun lo fascinaban tanto como la primera vez que las escuchó. Aquellos venerables seres le miraban de la misma forma que miran los abuelos a sus nietos, con una mezcla de amor y comprensión. En las noches de verano se tumbaba en las praderas para mirar a las estrellas y caía dormido mientras observaba la Vía Láctea, la columna vertebral de la noche. Soñaba con una Estrella que le hablaba. Le hablaba y le hacía compañía. Y le besaba. Pero pronto todo eso acabaría.

Solo los árboles y las estrellas fueron testigos de la tragedia. Vinieron sombras enmascaradas. Hubo gritos y pronto, cuando se dejó de cantar sobre el trágico secuestro de aquel que jamás volvió a ser visto, olvido. Pero él no había desaparecido. Le habían llevado a un lugar oscuro y en silencio, una tumba en vida. Estaba sentado en una habitación austera: una mesa, dos sillas y nada más. Primero escuchó voces. Luego apareció un hombre.
«¿Eres al que llaman hombre libre?».
«No soy un hombre. Solo soy un ser de barro».
«¿Sientes?»
«Sí, siento».
«¿Piensas?».
«Sí, pienso».
El hombre le miró fijamente durante unos segundos. Sin previo aviso se levantó y se dirigió a alguien a quien el ser de barro no veía. Sólo dijo dos palabras: «Es él». El hombre se fue de la habitación y sombras fuera de su campo de visión se lo llevaron a otra habitación, también austera pero con un propósito muy distinto. Le torturaron. Una y otra y otra vez, día y noche. Primero ni le hablaban pero finalmente recurrieron a destrozarle el intelecto. En cambio, torturas que harían llorar a cualquiera en segundos no conseguían quebrar su mente. Un lejano recuerdo hogareño le daba fuerzas para seguir: los árboles, las noches de verano observando las estrellas. Los sueños con la estrella. El beso. No vendería tan fácil aquél beso.

El entorno alrededor del hombre de barro le había moldeado de una forma muy particular. Aquel subproducto inesperado de inusuales fenómenos naturales había crecido sin fronteras ni reglas, con total libertad y despreocupación, así que esas eran todas sus experiencias, vivencias, recuerdos e incluso sueños. El barro había tomado una forma: la de la libertad. Pero el barro se había endurecido. Aquellos que deseaban el poder en aras del poder, aquellos que habían olvidado otro propósito más allá del control, intentaron remoldearlo como si todavía fuera tan blando como había sido de joven. Pero no lo era.
«¿Quieres seguir con esto?».
«No».
«Entonces permite que te demos la forma de nuestro molde. Entra en nuestro horno».
«Me quemaría».
«Pero volverías».
«Lo que fuera que volviera no sería yo».
«¿Y quién es ese "yo"? ¿Qué diferencia hay entre ese "yo" y aquel que te ofrecemos?».
«Yo soy libre, vosotros no. ¿Cómo no podéis verlo?».
«Así no sufrimos. No hay dolor así que nos conformamos. Si te conformas a nuestro molde tú también podrás dejar de sufrir».
«Sí, qué bello sería un mundo sin dolor. Pero junto con el dolor destruis todo lo demás. Destruis el intelecto: la razón, la emoción, todo. Afrontar la realidad puede ser en ocasiones doloroso pero si lo reprimís no podréis sentiros... libres. ¡Eso es: la libertad!».
«Libertad...».
«Sí, libertad. Yo, un hombre de barro, he aprendido a pensar sin limites. ¿Qué os impide a vosotros, seres humanos, hacer lo mismo? Si no os movéis, nunca notaréis las cadenas, pero si el barco se hunde os iréis al fondo con ellas. Debéis afrontar la realidad para ser lo que deseéis: cada uno podréis tener vuestras propias ideas y sueños, seréis como el charco del que provengo: una rareza, únicos, individuos».
El humano quedó consternado. No estaba preparado para oír la verdad. No habló, pero se fue y le dejó solo y sin ataduras. El hombre de barro salió al exterior. Llovía. Ya ni recordaba el tacto de la lluvia. Dio un paso al frente y el agua le bañó. Las gotas fundieron su cuerpo y el hombre de barro volvió al charco del que provenía, entre los árboles y bajo las estrellas.

De nuevo era parte del todo. Era libre. Volvía a casa.