Esta criatura nació entre la naturaleza sin ataduras de ningún tipo, como todo en este mundo. Creció en un pequeño bosque, ignorante del mundo exterior. Hablaba con los ancianos árboles y les pedía una y otra vez que le contaran aquellas historias que aun lo fascinaban tanto como la primera vez que las escuchó. Aquellos venerables seres le miraban de la misma forma que miran los abuelos a sus nietos, con una mezcla de amor y comprensión. En las noches de verano se tumbaba en las praderas para mirar a las estrellas y caía dormido mientras observaba la Vía Láctea, la columna vertebral de la noche. Soñaba con una Estrella que le hablaba. Le hablaba y le hacía compañía. Y le besaba. Pero pronto todo eso acabaría.
Solo los árboles y las estrellas fueron testigos de la tragedia. Vinieron sombras enmascaradas. Hubo gritos y pronto, cuando se dejó de cantar sobre el trágico secuestro de aquel que jamás volvió a ser visto, olvido. Pero él no había desaparecido. Le habían llevado a un lugar oscuro y en silencio, una tumba en vida. Estaba sentado en una habitación austera: una mesa, dos sillas y nada más. Primero escuchó voces. Luego apareció un hombre.
«¿Eres al que llaman hombre libre?».El hombre le miró fijamente durante unos segundos. Sin previo aviso se levantó y se dirigió a alguien a quien el ser de barro no veía. Sólo dijo dos palabras: «Es él». El hombre se fue de la habitación y sombras fuera de su campo de visión se lo llevaron a otra habitación, también austera pero con un propósito muy distinto. Le torturaron. Una y otra y otra vez, día y noche. Primero ni le hablaban pero finalmente recurrieron a destrozarle el intelecto. En cambio, torturas que harían llorar a cualquiera en segundos no conseguían quebrar su mente. Un lejano recuerdo hogareño le daba fuerzas para seguir: los árboles, las noches de verano observando las estrellas. Los sueños con la estrella. El beso. No vendería tan fácil aquél beso.
«No soy un hombre. Solo soy un ser de barro».
«¿Sientes?»
«Sí, siento».
«¿Piensas?».
«Sí, pienso».
El entorno alrededor del hombre de barro le había moldeado de una forma muy particular. Aquel subproducto inesperado de inusuales fenómenos naturales había crecido sin fronteras ni reglas, con total libertad y despreocupación, así que esas eran todas sus experiencias, vivencias, recuerdos e incluso sueños. El barro había tomado una forma: la de la libertad. Pero el barro se había endurecido. Aquellos que deseaban el poder en aras del poder, aquellos que habían olvidado otro propósito más allá del control, intentaron remoldearlo como si todavía fuera tan blando como había sido de joven. Pero no lo era.
«¿Quieres seguir con esto?».El humano quedó consternado. No estaba preparado para oír la verdad. No habló, pero se fue y le dejó solo y sin ataduras. El hombre de barro salió al exterior. Llovía. Ya ni recordaba el tacto de la lluvia. Dio un paso al frente y el agua le bañó. Las gotas fundieron su cuerpo y el hombre de barro volvió al charco del que provenía, entre los árboles y bajo las estrellas.
«No».
«Entonces permite que te demos la forma de nuestro molde. Entra en nuestro horno».
«Me quemaría».
«Pero volverías».
«Lo que fuera que volviera no sería yo».
«¿Y quién es ese "yo"? ¿Qué diferencia hay entre ese "yo" y aquel que te ofrecemos?».
«Yo soy libre, vosotros no. ¿Cómo no podéis verlo?».
«Así no sufrimos. No hay dolor así que nos conformamos. Si te conformas a nuestro molde tú también podrás dejar de sufrir».
«Sí, qué bello sería un mundo sin dolor. Pero junto con el dolor destruis todo lo demás. Destruis el intelecto: la razón, la emoción, todo. Afrontar la realidad puede ser en ocasiones doloroso pero si lo reprimís no podréis sentiros... libres. ¡Eso es: la libertad!».
«Libertad...».
«Sí, libertad. Yo, un hombre de barro, he aprendido a pensar sin limites. ¿Qué os impide a vosotros, seres humanos, hacer lo mismo? Si no os movéis, nunca notaréis las cadenas, pero si el barco se hunde os iréis al fondo con ellas. Debéis afrontar la realidad para ser lo que deseéis: cada uno podréis tener vuestras propias ideas y sueños, seréis como el charco del que provengo: una rareza, únicos, individuos».
De nuevo era parte del todo. Era libre. Volvía a casa.