Europa acaba con ACTA

Hoy mismo el pleno del Parlamento Europeo ha rechazado el Acuerdo Comercial Anti-Falsificación, mejor conocido como ACTA, un acuerdo que establecería estándares internacionales del cumplimiento de los derechos de propiedad intelectual que amenazaba el futuro de Internet, de los medicamentos genéricos y de muchos de nuestros derechos civiles.

Con 478 votos en contra, 39 a favor, 165 abstenciones y el rechazo pronunciado de todos los partidos europeos excepto (sorpresa, sorpresa) el del Partido Popular Europeo, los 27 han tumbado unilateralmente al ACTA; el único pez gordo internacional que todavía apoya la propuesta es Estados Unidos, y sin la compañía de aliados como Australia y Europa se prevé que Washington retirará su apoyo, rematando así esta broma de mal gusto.

Entre otras cosas, ACTA haría responsables a los proveedores de acceso a internet del contenido protegido por derechos de autor que suban sus usuarios a la red, obligándoles a tomar un papel de policía que no les corresponde, y tendrían que proporcionar las direcciones IP de sospechosos de piratería a las autoridades. Pero esto va más allá de internet. Dado que el acuerdo es increíblemente vago, en esencia podría criminalizar los medicamentos genéricos: ya que carecen de propiedad intelectual, podrían considerarse drogas ilegales.

Sin duda las leyes de propiedad intelectual están anticuadas y necesitan una revisión: Internet ha marcado un antes y un después tecnológico y cultural y la legislatura no se ha puesto al día. Por desgracia, la mayoría de leyes propuestas para lidiar con los conflictos que este nuevo mundo ha creado no pretenden aprovechar la tecnología y crear nuevas oportunidades para los autores sino limitarla para, precisamente, no tener que cambiar la industria en absoluto. Eso es lo que hacía ACTA, como ya lo habían hecho antes SOPA y PIPA en Estados Unidos, y eso es lo que, con suerte, no se volverá a intentar en la comunidad internacional.

En efecto, con el batacazo que han recibido esta clase de leyes últimamente (con la excepción regional de la Ley Sinde aquí en España), es plausible que la Unión Europea empiece a proponer reformas legislativas en el ámbito de la propiedad intelectual que aprovechen las ventajas que nos ha traído el mundo digital en vez de pisotearlas. Al margen de lo que nos depare el futuro, este es un gran día para los ciudadanos europeos: por primera vez hemos prestado atención a la política supranacional y nos hemos movilizado juntos contra un tratado que podría abusar el derecho a la privacidad y a la información de los europeos.

En el mismo día que la organización cientíifica europea CERN anuncia que, con casi total seguridad, por fin han descubierto el bosón de Higgs, una partícula que explica por qué las demás partículas elementales tienen masa y completa el modelo estándar de física de partículas, la Unión Europea decide (con la excepción del partido europeo derechista, retrógrado no solo en asuntos sociales sino también económicos) que no vamos a seguir aprobando leyes anti-progresistas. Ahora mismo el futuro no pinta tan sombrío.

New European Scenario: Socialists Win France

Today came confirmation for something that everyone had seen coming: Sarkozy lost his French throne to Hollande, leader of the social-democrats. With a thin margin of 3.90%, France has elected a candidate who promises, among other things, a 75% income tax for the rich.

As it often happens during economic crises, the mob has embraced the opposition party, probably not because of an ideological revolution but because the current party had the misfortune of being the one polishing the throne when the crisis hit. The same can be said for Spain, but for the fact that it happened the other way around and the right-wing rules now.

In any case, this time blind mob rule may have had a lucky strike: among other things, Holland supports getting France out of Afghanistan by the end of this year, cutting nuclear energy by 25% in order to leave more room for renewable energies, recruiting 60,000 more teachers, legalizing same-sex marriage and adoption for LGBT couples, officially recognizing the minor languages of France and finally more public spending, which would be supported by higher taxes, including the aforementioned 75% income tax for the rich. It would be impressive if he delivered in any of that, let alone on all of it. Then again, he is a politician.

These national elections have created a new European scenario, since the Merkel-Sarkozy duo which has ruled the direction of politics in the European Union for the last five years completely vanishes with the socialist victory. Even though Holland seeks to have a closer economic and military relationship between the countries, most of his national agenda will not please Merkel at all, not to mention that Hollande wants to fight against the austerity measures promoted at the European Union by the soon-to-be-dissolved Franco-German duo.

However, maybe the Chancellor will not have much time to bark like a German Shepherd: unfortunately for those who enjoy a good political dispute in which allegedly serious countries behave like children, it looks like the Christian Democratic Union is losing the German vote. If the social-democrats achieve a new coalition with the Greens and the ethnic pro-Danish party, they will probably defeat the right-wing at Schleswig-Holstein, leaving Merkel with only seven of sixteen German States for the 2013 elections.

The socialist victory will have an effect on the rest of Europe even with the CDU still on charge of Germany, so it is strange to imagine what would happen if liberal governments where at the front of the biggest political powers of the supranation. To start with, we would probably stop hearing so much about austerity measures and more about taxing the rich.
(Leer la versión original: Nuevo panorama europeo: los socialistas ganan Francia)

Nuevo panorama europeo: los socialistas ganan Francia

Aunque se viera venir, hoy se ha confirmado que Sarkozy ha perdido el trono francés frente a Hollande del partido social-demócrata. Con un margen del 3,90%, Francia ha elegido a un candidato que promete, entre otras cosas, un impuesto sobre la renta del 75% para los ricos.

Como suele ocurrir en las crisis económicas, la muchedumbre se ha lanzado al partido opuesto, probablemente no por una revolución ideológica sino porque el partido actual tuvo la mala suerte de estar dando brillo al trono cuando la crisis golpeó al país. Lo mismo puede decirse de España, excepto que las tornas estaban del revés y ahora gobierna la derecha.

De todas formas, puede haber sido un afortunado tiro a ciegas: entre otras cosas, Hollande apoya sacar a Francia de Afganistán para el fin de año, reducir el uso de energía nuclear en un 25% para dejar paso a energías renovables, reclutar a 60.000 profesores más, legalizar el matrimonio y la adopción homosexuales, reconocer oficialmente las lenguas minoritarias de Francia y un mayor gasto público apoyado por impuestos más altos, incluido el ya mencionado impuesto sobre la renta del 75% para los más ricos. Sería sorprendente si cumpliera cualquiera de esas promesas, por no hablar de todas. No obstante, hablamos de un político.

Estas elecciones nacionales han abierto un nuevo panorama europeo, ya que con la victoria socialista desaparece el dúo Merkel-Sarkozy que ha dominado la dirección de la Unión Europea durante los últimos cinco años. Aunque Hollande pretende estrechar lazos económicos y militares entre ambos países, muchas de sus propuestas nacionales no van a dejar a Merkel muy contenta, por no hablar de que Hollande pretende luchar contra las medidas de austeridad que el dúo franco-alemán ha promovido en la Unión Europea.

Eso sí, puede que la canciller no tenga mucho tiempo para ladrar como un pastor alemán: por desgracia para aquellos que disfruten de una buena disputa política en la que países presuntamente serios se comportan como niños, parece que la Unión Demócrata Cristiana está perdiendo el voto alemán. Si los social-demócratas consiguen hacer una nueva coalición con los verdes y el partido étnico pro-danés, derrotarán a la derecha en Schleswig-Holstein, y para las elecciones de 2013 Merkel solo contará con siete de los dieciséis estados alemanes.

La victoria socialista nos afectará al resto de Europa aun con la CDU todavía al mando en Alemania, así que es extraño imaginarse qué ocurriría con los gobiernos progresistas al frente de las mayores potencias políticas de la supranación. Para empezar, puede que dejáramos de oír hablar tanto de medidas de austeridad y más de subir los impuestos a los ricos.
(Read the English translation: New European Scenario: Socialists Win France)

Syria and interventionism

While the Spanish people reexamine the prospect of a republic after the King's embarrassing encounter with an elephant and Italy judges Berlusconi for having sex with an underaged prostitute nicknamed Ruby the Heart Stealer, Europeans look up to the great power that is the United States for serious news. Unfortunately, their political sphere is really, really busy debating if abortion should be banned and the healthcare system auctioned off; or rather, if they should leave the 19th Century behind and join up with the civilized world. Busy as we are with such vital issues, the Syrian Uprising has turned one year and nobody gives a damn.

Last Thursday Assad's government agreed to a UN-backed ceasefire with the rebellion. Given that the future of the country is on the balance and the world's most powerful political alliance is watching closely, the Syrian government has taken the situation seriously -and to prove that seriousness they have not changed their strategy at all: Homs is still under siege and civilians are being killed all over Syria. Since this -apparently allegorical- ceasefire was put into effect, 40 people have died -adding up to the more than 13,000 dead since March 2011.

In this uprising the public debate seems to focus on what -if anything at all- should be done. In other words: should the UN intervene? The left-wing says no: the proverb claims that "the enemy of my enemy is my friend" and, since so many postmodernist liberals gloat over their hypocritical self-hate, that means that if the East hates the West the Syrian government is our friend. The right-wing says yes because even scavengers need fresh meat once in a while.

The concept of interventionism is not inherently wicked, particularly if national sovereignty is ignored. If someone is surprised about this attitude in a webpage by the name of "Citizens of the World," someone may need a dictionary. Essentially, interventionism is a heavily context-dependent policy: Syria is broken up because of sectarianism -albeit not as badly as Iraq was- and the government, as authoritarian and inept as it is, manages to keep the country in control and stable. Of course, the truth is much more complicated.

While the government and its followers are of the Shia Alawi minority, rebels are Sunnis, the Orthodox Muslims who derive their civil laws from Muhammad's Hadiths. We liberals are always ready to defend the freedom of the individual against an authoritarian government but, what if the will of the average individual is the imposition of a theocracy in which "Christians" would be exiled "to Beirut" and "Alawites" would be send to "their coffins", as a popular chant of the rebellion celebrates? The issue is even more intricate: the government is keenly aware of the partially tribal roots of the rebellion and does not hesitate to point out -or even encourage, according to rumors- the sectarianism among the rebels, with the aim of convincing minorities that Assad is the one thing that stands between them and the wrath of the Sunnis.

The Uprising does not look so romantic when the only available options seem to be freedom with violent sectarianism and totalitarian order without tribalism. Would it not be logical to consider the imposition of a third foreign force? No one in their right mind would consider the UN an impartial judge -but at least it is not interested in ethnic cleansing or totalitarianism.

However, the Iraq fiasco when it comes to taking the reins of the country is even worse than the original fiasco that was the invasion, so it may also be possible that intervening on Syria over the course of the civil war is a zero-sum game -nobody wins. What is certainly clear is that the other alternatives are leading Syria to ruin and this is the one thing which has not been tried.
(Leer la versión original: Siria y el intervencionismo)

Siria y el intervencionismo

Mientras el pueblo español se replantea la república tras el vergonzoso encuentro del Borbón con un elefante e Italia juzga a Berlusconi por acostarse con una menor de edad apodada Ruby Robacorazones, los europeos miramos a la gran potencia de los Estados Unidos en busca de noticias serias. Por desgracia, su esfera política está ocupadísima discutiendo si deberían prohibir el aborto y rematar la seguridad social o si, en cambio, deberían dejar atrás el siglo XIX y unirse al mundo civilizado. Ocupados como estamos con asuntos de tan vital importancia, el alzamiento sirio ha cumplido un año y a nadie le importa un bledo.

El jueves el gobierno de Assad y los rebeldes pactaron un alto al fuego apoyado por la ONU. Dado que el futuro del país pende de un hilo y la alianza política internacional más poderosa del planeta observa con atención, el gobierno sirio se ha tomado la situación en serio y para demostrar su seriedad no ha alterado su estrategia en absoluto: siguen asediando Homs y matando civiles por todo Siria. Desde que se proclamara este alto al fuego aparentemente alegórico han muerto 40 personas que se suman a más de 13.000 desde marzo de 2011.

En este alzamiento la discusión pública parece centrarse en qué deberíamos hacer o si deberíamos hacer algo en absoluto. En otras palabras: ¿la ONU debería intervenir? La izquierda dice que no: el proverbio afirma que «el enemigo de mi enemigo es mi amigo» y, como tantos progresistas posmodernistas se relamen en su auto-aversión hipócrita, eso significa que si Oriente odia a Occidente el gobierno sirio es amigo nuestro. La derecha dice que sí porque incluso los carroñeros necesitan sangre fresca de vez en cuando.

La noción del intervencionismo no es inherentemente perversa, particularmente si se ignora la soberanía nacional. Si a alguien le sorprende está actitud en una página llamada Ciudadanos del Mundo, quizá alguien necesite un diccionario. En esencia, el intervencionismo es una política que depende muchísimo del contexto: Siria está quebrantada por el sectarismo, si bien no tanto como en Iraq, y el gobierno, por muy autoritario e ineficaz que sea, cumple una función de control y estabilidad. Por supuesto, la verdad es mucho más complicada.

Mientras el gobierno y sus seguidores son de una minoría aluista chiísta, los rebeldes son suníes, los musulmanes ortodoxos que derivan sus leyes civiles de los hadices de Muhammad. Los progresistas siempre estamos dispuestos a anteponer la libertad del individuo ante un gobierno autoritario, pero, ¿y si la voluntad del individuo medio es la imposición de una teocracia en la que se exiliaría a "los cristianos a Beirut" y se destinaría a "los alauistas a la tumba", según celebra un canto popular de la rebelión? El asunto es aún más enrevesado: el gobierno es muy consciente de las raíces parcialmente tribales de la rebelión y no duda en señalar (y se rumorea que incluso alentar) al sectarismo entre los rebeldes, con el fin de convencer a las minorías de que Assad es lo único que los salva de la furia de los suníes.

El alzamiento ya no parece tan romántico cuando las únicas opciones parecen ser la libertad con sectarismo violento y el orden totalitario sin tribalismo. ¿Acaso no es lógico considerar la imposición de una tercera fuerza extranjera? Nadie en su sano juicio trataría a la ONU como un juez imparcial, pero al menos no está interesada en la limpieza étnica ni el totalitarismo.

En cambio, el fiasco de Iraq en lo que se refiere a tomar las riendas del país es aun mayor que el fiasco original de invadirlo, así que también es posible que intervenir en Siria durante la guerra civil sea un juego de suma cero y nadie salga ganando. Lo que está claro que las otras dos opciones están llevando a Siria a la ruina y esta es la única que aún no se ha intentado.
(Read the English translation: Syria and interventionism)

El renacimiento de la moral

Tradicionalmente, la moral como objeto de estudio ético ha sido una cuestión teológica y es en parte por ello que incluso hoy día el ateísmo se mira con desprecio: si Dios no existe, ¿en qué se fundamenta nuestra percepción del bien y el mal? ¿Cuál es la base de la moral?

La autocracia y la democracia no pueden determinar el bien y mal, ya que la imposición de los deseos del dictador -divino o no- refleja su poder pero no la rectitud de sus valores, y la opinión de la mayoría, representada directamente o por medio de leyes, evita conflictos pero no define una ética («diez blancos ahorcando a un negro es democracia»). Peor aun es fundamentarla en la tradición: que una práctica perdure no precisa bondad. En la ciencia de la lógica, estas apelaciones a la legitima sabiduría de la fuerza, el pueblo y la antigüedad son falacias ad baculum, ad populum y ad antiquitatem respectivamente.

¿Entonces qué define la moral? En The Moral Landscape, el neurocientífico Sam Harris argumenta que la moral se basa en el bienestar de los seres conscientes y que, por tanto, ha de aplicarse un modelo ético basado en los casos extremos de bienestar y sufrimiento totales. El autor imagina un "paisaje moral", un espacio de consecuencias reales y potenciales cuyas cimas corresponden al mayor bienestar y cuyos valles suponen el mayor sufrimiento:
«Formas distintas de pensar y comportarse (distintas prácticas culturales, códigos éticos, formas de gobierno, etcétera) resultarán en cambios en este paisaje y, por tanto, en grados distintos de prosperidad humana. No sugiero que vayamos a descubrir necesariamente una sola respuesta correcta a cada cuestión moral o una sola forma óptima en la que los humanos puedan vivir. Algunas cuestiones admitirán varias respuestas, cada una más o menos equivalente. [...]

Si pueden descubrirse verdades objetivas acerca del bienestar humano (si, por ejemplo, la amabilidad suele conducir a la felicidad más que la crueldad), algún día la ciencia debería poder reclamar con mucha precisión qué conductas y usos de nuestra atención son moralmente buenos, cuáles son neutrales y cuáles merece la pena abandonar».
Para llegar a este modelo racional y empírico, Harris primero tuvo que demostrar la conexión entre el bienestar y la moral, y para ello realizó una hazaña quizá mayor que su tesis central: acabó con la interpretación moderna de la guillotina de David Hume, la supuesta barrera entre hechos y valores cuya ruptura suele equipararse equivocadamente a la falacia naturalista. Aunque filósofos como G.E. Moore lo malinterpretaran así, ese no era el propósito de Hume: irónicamente, su argumento iba en contra de aquellos que pretendían deducir una ética por medio de la mera existencia de Dios. Harris aborda el problema de Hume pragmáticamente:
«Muchos escépticos morales... insisten en que las nociones de qué deberíamos hacer o qué valoramos solo pueden justificarse con otros valores y nunca con hechos acerca del mundo real. [...] Pero esta noción de "lo que debería ser" es una forma artificial e innecesariamente confusa de plantear las elecciones morales. [...] Para que la noción nos importe en absoluto, debe referirse a una preocupación por las experiencias reales o potenciales de los seres conscientes. Por ejemplo, decir que deberíamos tratar a los niños con ternura parece idéntico a decir que a todos nos vendrá mejor hacerlo».
Esta clase de moral fundada en evidencias se encuentra con dos adversarios que a su vez se consideran también enemigos mortales: la moral supuestamente absoluta de la religión clásica y el relativismo moral del posmodernismo. Ambas suponen una detestable ceguera de la realidad pero son discapacidades bien distintas. Los fundamentalistas, cegados por preceptos absolutos como que «mentir es pecado», sin prestar atención al contexto que posiblemente lo exculpe, no ven ni un solo tono de gris. Las repercusiones son obvias y terribles.

A la inversa, cegados en nombre de la retorcida visión de la tolerancia que proporciona el relativismo cultural, los posmodernistas solo ven tonos de gris, y solo así puede ocurrir que personas civilizadas y bienintencionadas toleren prácticas como la mutilación genital femenina y otras formas de opresión, sexismo y barbarismo: «es una cultura distinta con un código ético alternativo», dicen. Y tienen razón. Pero además de alternativo, ese código ético es intolerable y una afrenta a los derechos humanos. Como señala Harris, esta tolerancia intelectual no es solo un asunto académico: probablemente en este mismo instante estén quemando la cara con ácido a niñas por querer aprender a leer o por el "crimen" de dejarse violar.
«Si una sola persona en el mundo sujetara a una muchacha aterrorizada que se resiste y chilla, y con una cuchilla infectada le cortara los genitales, y luego la cosiera dejando solo un pequeño orificio para orinar y para el flujo menstrual, la única pregunta sería con qué severidad habría que castigar a esa persona, y si la pena de muerte sería una sanción lo suficientemente dura. Pero cuando lo hacen millones de personas, esa monstruosidad, en vez de multiplicarse por millones, de repente se convierte en "cultura" y, con ello, por arte de magia, pasa a ser no más horrible, sino menos, y hasta la defienden "pensadores morales" occidentales, incluidas feministas» -Donald Symons.
La falsa distinción entre hechos y valores es el principio responsable de que tantos hayan adoptado esta retorcida perspectiva entre los movimientos progresistas, para los cuales parece que cualquier crítica de oriente es un caso de imperialismo occidental. Teniendo en cuenta que su adversario es una extrema derecha obsesionada con el culto a Yahveh hasta el punto del fundamentalismo violento, no es de extrañar que hayan caído tan bajo.

Esta tercera perspectiva ética, basada en evidencias y no en revelación divina o tolerancia incondicional, pretende ser la voz de la razón entre los psicóticos que oyen voces de una deidad vengadora y los psicópatas que ignoran los chillidos de las niñas.
(Read the English translation: The Moral Renaissance)

The Moral Renaissance

Traditionally, morality as a study of ethics has always been a theological question and that is partly why even today atheism is looked upon with so much disdain: if God does not exist, where upon is our perception of good and evil to be founded? What is morality based on?

Autocracy and democracy cannot determine good and evil, since the imposition of whatever the dictator -divine or not- wishes does reflect their power but not the righteousness of their values, and the opinion of the majority -by direct representation or indirect legislation- avoids conflicts but does not define a code of ethics ("Ten white guys lynching one black guy is a democracy.") Even worse is to base it on tradition: the continuance of a practice does not require goodness. In the science of logic, these appeals to the legitimate wisdom of force, the people and antiquity are ad baculum, ad populum and ad antiquitatem fallacies respectively.

Then, what does define morality? In The Moral Landscape, neuroscientist Sam Harris argues that morality is based on the well-being of conscious beings and that, therefore, a code of ethics based on the extremes of total well-being and suffering must be applied. The author pictures a 'moral landscape', a space of actual and potential consequences whose peaks correspond to the heights of well-being and whose valleys represent the deepest suffering:
"Different ways of thinking and behaving —cultural practices, ethical codes, modes of government, etc.— will translate into movements across this landscape and, therefore, into different degrees of human flourishing. I’m not suggesting that we will necessarily discover one right answer to every moral question or a single best way for human beings to live. Some questions may admit of many answers, each more or less equivalent. [...]

If there are objective truths to be known about human well-being—if kindness, for instance, is generally more conducive to happiness than cruelty is—then science should one day be able to make very precise claims about which of our behaviours and uses of attention are morally good, which are neutral, and which are worth abandoning."
To get to this rational and empirical model, Harris had to first demonstrate the link between well-being and morality, and for that purpose he achieved a possibly bigger feat than his central thesis: he put an end to the modern interpretation of Hume's Guillotine, the supposed wall of separation between facts and values whose breaking is usually -but wrongly- likened to the naturalistic fallacy. Although philosophers such as G.E. Moore misinterpreted it like so, that was not Hume's purpose: ironically, his argument run against those who tried to deduce a code of ethics from the mere existence of God. Harris approaches Hume's problem pragmatically:
"Many moral skeptics... insist that notions of what we ought to do or value can be justified only in terms of other 'oughts,' never in terms of facts about the way the world is. [...] But this notion of 'ought' is an artificial and needlessly confusing way to think about moral choice. [...] If this notion of 'ought' means anything we can possibly care about, it must translate into a concern about the actual or potential experience of conscious beings (either in this life or in some other). For instance, to say that we ought to treat children with kindness seems identical to saying that everyone will tend to be better off if we do."
This kind of evidence-based morality is faced with two adversaries which in turn are also hostile to each other: the supposedly absolute morality of classic religion and the moral relativism of Postmodernism. Both entail an abhorrent blindness from reality but they are quite distinct disabilities. Fundamentalists -blinded by absolute precepts such as "lying is a sin" which leave no room for a possible context that absolve them- cannot see any shades of grey. The consequences are obvious and dreadful.

Inversely, blinded in the name of the distorted view of tolerance offered by cultural relativism, postmodernists can only see shades of gray -and that is the only way that civilized and well-intentioned people could tolerate practices such as female genital mutilation and other forms of oppression, sexism and barbarism: "it is a different culture with an alternative code of ethics," they say. And they are right. But this code of ethics is not only alternative but also intolerable and an affront to human rights. As Harris himself points out, this intellectual tolerance is not just an academic issue -probably at this very moment there are girls getting their faces burned off with acid for wanting to learn to read or for the 'crime' of getting raped.
"If only one person in the world held down a terrified, struggling, screaming little girl, cut off her genitals with a septic blade, and sewed her back up, leaving only a tiny hole for urine and menstrual flow, the only question would be how severely that person should be punished, and whether the death penalty would be a sufficiently severe sanction. But when millions of people do this, instead of the enormity being magnified millions-fold, suddenly it becomes “culture,” and thereby magically becomes less, rather than more, horrible, and is even defended by some Western “moral thinkers,” including feminists."
-Donald Symons.
The false distinction between facts and values is the principle responsible for the fact that so many have embraced this distorted view among the progressive movements, for which seemingly any criticism towards the East is a case of Western imperialism. Considering their adversaries are a far-right obsessed with the cult of Yahveh to the point of violent fundamentalism, it is no wonder they have sunk to such a low level.

This third ethical perspective, based on evidence and not divine revelation or unconditional tolerance, aims to be the voice of reason between the psychotics who hear voices from a vengeful deity and the psychopaths who ignore the screams of little girls.
(Leer la versión original: El renacimiento de la moral)

El posmodernismo en la lengua

Entre los muchos males de los que el posmodernismo es responsable, ya sea como causa ideológica o justificación post-hoc, destaca el estigma contra la función comunicativa y economía del lenguaje y la popularización del habla políticamente correcta, con sus eufemismos, oscurantismo semántico y confusiones sobre los estereotipos.

En el mundo académico la concepción clásica de la lengua ya no está sola: en lugar de admirar su función comunicativa, analítica y esclarecedora, se empezó a juzgar a la lengua por su capacidad de determinar e inhibir el pensamiento. De ahí surgen los movimientos para transformar el lenguaje, que pueden ser bienintenciados, como la inclusión de las mujeres en la lengua, o ciertamente siniestros, como los eufemismos políticos y militares que Orwell llevó al extremo de lo macabro en la ficticia Neolengua de 1984. Estos intentos se basan en teorías anticuadas según las cuales la relación entre las ideas y la lengua se invierte o, según las palabras de J. Hillis Miller, «el lenguaje no es un instrumento en manos del hombre [...] sino que el lenguaje piensa al hombre y su 'mundo'... si el hombre lo permite».

Como todas las teorías posmodernistas, esta noción invierte la lógica de la causa-efecto para crear una idea impenetrable y por tanto aparentemente inteligente. En realidad, el lenguaje nos permite comunicar pensamientos pero no es la materia de los pensamientos ni la causa del conocimiento. Y es por eso que la ingeniería social del Gran Hermano debe fallar: eliminar la palabra 'libertad' no eliminaría el anhelo visceral humano de ser libre.
«Como todas las teorías de la conspiración, la idea de que la lengua es una prisión denigra su materia mientras sobrestima su poder». -Steven Pinker
Esto no significa que la lengua sea solo un conjunto de etiquetas que no afectan al pensamiento: es el medio principal de transmisión cultural y es cierto que puede ser una herramienta de manipulación. En cambio, no es tan poderosa como deseamos y tememos, ya sea para eliminar el racismo y el sexismo o para mitigar verdades incómodas con un lenguaje semánticamente vacío. Y por eso sabemos perfectamente lo que significa el término "daños colaterales" y nadie acusa de racistas a los afroamericanos que usan el término peyorativo "nigger" para referirse a otros afroamericanos. En definitiva, el habla eufemística y políticamente correcta infravalora nuestra capacidad de distinguir contextos y subtextos.

Un ejemplo de la inutilidad de la corrección política es que, si bien el racismo, el sexismo y la homofobia ya no son posiciones aceptables en gran parte de las sociedades occidentales, aquellos que las comparten han encontrado vías de escape mediante el oscurantismo lingüístico con eufemismos como "los derechos de los hombres" que dan a entender que se trata de un movimiento defensivo y no ofensivo. Aunque el subtexto sea conocido por todos, el abandono de toda terminología denigrante les cubre las espaldas según las mismas reglas de corrección política creadas para combatirlos. Solo podremos condenar el verdadero problema, sus ideas, si volvemos a centrarnos en el contexto y el subtexto en lugar del lenguaje utilizado.

Esta transformación de nuestras prioridades también tiene consecuencias directas. La censura en los medios por miedo a hacer ofensa es un ejemplo perfecto: aquellos que establecen las normas de censura buscan palabras específicas al margen del contexto. No importa si se trata de una sátira o incluso un recurso literario de exageración con fines humorísticos. Los comediantes Ricky Gervais y George Carlin, que debido a su contenido impactante se han enfrentado a esta estúpida forma de censura a menudo, explican el problema con claridad:
«No hay nada sobre lo que no se debería bromear [...]. Cuando se cuenta una broma de mal gusto hay un acuerdo implícito de que ninguno piensa así en realidad. No contaría una broma de mal gusto a un pedófilo reconocido». -Ricky Gervais

«Muchos grupos de este país quieren decirte cómo hablar y de lo que no puedes hablar. A veces dirán que puedes hablar del tema pero no bromear "porque no es cosa de broma". Los comediantes siempre nos topamos con esa gilipollez [...]. Se pueden hacer chistes sobre todo: todo depende de cómo construyas la frase, de cuál sea la exageración, porque todo chiste necesita una exageración, algo que se salga de los límites. [...] Las palabras ["inapropiadas"] no tienen nada de malo en sí mismas: solo son palabras. Lo que importa es el contexto. Lo que las hace buenas o malas es quién las use, la intención tras las palabras. Las palabras en sí son completamente neutrales, son inocentes. Estoy harto de que se hable de "malas palabras" y "lenguaje sucio". ¡Gilipolleces! Es el contexto lo que las hace buenas o malas». -George Carlin
Otra víctima del posmodernismo en la lengua es la noción de los estereotipos, los conjuntos de adjetivos que se utilizan para encasillar a grupos variados en definiciones simplistas. Por desgracia, se suele cometer la equivocación de confundir prejuicios y juicios: la queja de «¡No me pongas etiquetas!» es legítima cuando al individuo se le encasilla injustamente sin conocimiento previo, pero no es apropiada cuando la "etiqueta" es la definición general y estadística de un grupo al que este pertenece. En esencia, es la diferencia entre decir que «los hombres son más fuertes que las mujeres» y «todos los hombres son más fuertes que las mujeres». Una es un dato estadístico cierto y la otra una generalización injusta pero, debido a la sobreprotección políticamente correcta contra el estereotipo, pocos notan la distinción.

De hecho, en el mundo académico varios investigadores han sufrido toda clase de abusos porque sus estudios puramente estadísticos se han malinterpretado como prejuicios morales: en 1991 los psicólogos Stanley Coren y Diane Halpern se enfrentaron a amenazas de muerte y a la censura en una revista científica por las conclusiones estadísticas de que los zurdos suelen tener más complicaciones y mueren antes que los diestros. En términos más generales, cada vez que se descubre un gen para la violencia, la homosexualidad o cualquier otro tema candente nadie parece comprender que no dicen que todos aquellos con el gen tendrán la condición o la conducta ni que estas no se presentarán sin el gen: la expresión de "un gen para..." se refiere a la mayor probabilidad de que la condición se presente, ni más ni menos.

Las reservas contra el racismo, la homofobia y todo lo expuesto aquí son legítimas, pero en la práctica las defensas se han llevado a unos extremos ridículos de manipulación y malinterpretación del lenguaje que sobrestiman su poder y subestiman nuestra inteligencia.
(Read the English translation: Postmodernism in Language)

Postmodernism in Language

Among the many ills for which postmodernism is responsible, be it as an ideological cause or a post-hoc justification, one stands out: the stigmatization of the communicative role of language and its economics and the popularization of political correctness, with its euphemisms, semantic obsurantism and confusions of stereotypes.

In academia, the classic conception of language is not alone anymore: instead of admiring its role in communicating, analyzing and clarifying, language started to be judged because of its ability to determine and inhibit thought. The movements to transform language originate in that idea: these may be well-meaning, such as the inclusion of the female sex in language, or assuredly sinister, such as the euphemisms used by politicans and the military that Orwell took to its most creepy extreme in 1984's fictional Newspeak. These attempts are based on obsolete theories according to which the relationship between ideas and language is inverted or, in the words of J. Hillis Miller, "language is not an instrument or tool in man's hands [...]. Language rather thinks man and his ‘world'... if he will allow it to do so."

Like all postmodernist theories, this notion inverts the cause-effect logic to create an impregnable -and therefore, apparently intelligent- idea. Actually, language allows us to communicate thoughts but it is neither the stuff of thought nor the cause of knowledge. And that is why The Big Brother's social engineering must fail: doing away with the word "freedom" would not do away with the visceral human yearning for freedom.
"Like all conspiracy theories, the idea that language is a prisonhouse denigrates its subject by overestimating its power." -Steven Pinker
This does not mean language is just a lot of labels that cannot affect thought itself: it is the main means by which culture is transmitted and it is true that it can be a manipulation tool. However, it is not as powerful as we wish and fear, be it to wipe out racism and sexism or to mitigate inconvenient truths by using a semantically hollow language. And that is why we perfectly know what "collateral damage" means and why African Americans that use the word "nigger" to refer to other African Americans are never accused of being racist. All in all, politically correct and euphemistic language belittles our ability to perceive context and subtext.

An example of the uselessness of political correctness is that, even if racism, sexism and homophobia are no longer acceptable stances in most of Western societies, those who take them have found a loophole through linguistic obcurantism and euphemisms such as "men's rights" which suggest that it is all about defense instead of offense. Even though everyone knows the subtext, abandoning all debasing terminology covers their backs according to the same PC rules created to fight them. The real problem -their ideas- can only be condemned if the focus becomes once again the context and subtext instead of the language used.

This mix-up of priorities also carries direct consequences. A great example is the censorship in the media out of fear of offending anyone: censors look for specific words with no regard to context -no matter if it is a humorous satire or even a rethorical device of exaggeration. Comedians Ricky Gervais and George Carlin, who have often faced this braindead form of censorship because of their shocking content, explain the problem beautifully:
"There's nothing you shouldn't joke about [...] When we tell a sick joke it's with the express understanding that neither party is really like that. I wouldn't tell a sick joke to a known pedophile." -Ricky Gervais

"Lots of groups in this country want to tell you how to talk, tell you what you can't talk about. Well, sometimes they'll say you can talk about something but you can't joke about it because 'it's not funny'. Comedians run into that shit all the time [...]. I believe you can joke about anything. It all depends on how you construct the joke, what the exaggeration is. Because every joke needs one exaggeration, one thing to be way out of proportion [...]. There is absolutely nothing wrong with ['inappropiate'] words in and of themselves. They're only words. It's the context that counts. It's the user. It's the intention behind the words that makes them good or bad. The words are completely neutral, the words are innocent. I get tired of people talking about 'bad words' and 'bad language.' Bullshit! It's the context that makes them good or bad." -George Carlin
Another casuality to postmodernism in language is the idea of stereotypes, the sets of adjectives used to pigeonhole varied groups in simplistic definitions. Unfortunately, the mistake is made of confusing prejudice with judgement -the "Don't you label me!» plaint is legitimate when the individual is being unjustly typecasted without any previous knowledge, but it is not appropiate when the "label" is the statistical definition of a group of which the individual is part. Essentially, it is the difference between saying "men are stronger than women" and "all men are stronger than women." The former is a statistical fact and the latter is an unjust generalization but, due to the PC overprotection against stereotypes, very few notice the distinction.

Actually, in academia many researchers have suffered all kinds of abuse because their purely statistical studies were misinterpreted to contain moral prejudice: in 1991 psychologists Stanley Coren and Diane Halpern faced death threats and a ban in a scholarly journal because their statistical conclusions showed that left-handed people tend to have more complications in life and die younger than right-handed people. More generally, every time a gene for violence, homosexuality or any other hot topic is discovered, no one seems to understand they are not claiming that those with the gene will absolutely have the condition or behavior or that these will not showcase absent the gene -the figure of speech "a gene for..." makes reference to nothing more or less than the increased probability of a behaviour appearing.

The stance against racism, homophobia and every other concern showcased here is legitimate, but in practice the defense has been taken to ridiculous extremes of language manipulation and misinterpretation that overestimate its power and underestimate our intelligence.
(Leer la versión original: El posmodernismo en la lengua)

"El espejismo de la chimenea" de Sam Harris

El neurocientífico Sam Harris, autor de The Moral Landscape, ha escrito en su blog personal un ensayo acerca de la colisión entre la racionalidad y nuestras creencias internas, el choque de ideas que sufren muchos creyentes que se enfrentan a las realidades que desafían sus dogmas. Harris usa como caso de estudio las chimeneas y el daño que estas causan, adoptando el divertido título de "El espejismo de las chimeneas", paralelismo de la polémica obra "El Espejismo de Dios" de su colega Richard Dawkins. El texto a seguir es una traducción:
Me parece que muchos ateos han olvidado (o nunca han sabido) cómo es sufrir una desdichada colisión con la racionalidad científica. Para nosotros estar abiertos a buenas pruebas y argumentos sensatos es un principio, y solemos estar dispuestos a seguirlos hasta donde sea que nos lleven. Algunos hemos construido nuestras vidas profesionales a partir de lamentarnos de que los religiosos no adopten esta misma actitud.

En cambio, recientemente me he encontrado con un ejemplo de intransigencia laica que puede dar a los lectores una idea de cómo se sienten los religiosos cuando sus creencias se critican. No es una analogía perfecta, como veréis, pero la 'rigurosa investigación' que he llevado a cabo en banquetes con invitados sugiere que merece la pena pensar en ello. Llamémos a este fenómeno
"El espejismo de las chimeneas".

En una noche fría, la mayoría considera que una hoguera bien cuidada es uno de los placeres más saludables que la humanidad ha producido. Una hoguera, ardiendo a salvo dentro de los confines de una chimenea o un horno de leña, es una fuente visible y tangible de confort para nosotros. Nos encanta todo: su calidez, la belleza de sus llamas y, a menos que uno sea alérgico al humo, el olor que este imparte en el aire.

Siento decir que si esta es vuestra opinión acerca de la hoguera de leña, no solo estáis equivocados sino peligrosamente desencaminados. Pretendo convenceros en serio, así que en parte podéis considerarlo un comunicado de interés público, pero por favor tened en mente que se trata de una analogía. Quiero que percibáis cómo os sentís y que os deis cuenta de la resistencia que se forma al considerar lo que tengo que decir.

Dado que la madera es una de las sustancias más naturales de la tierra y su uso como combustible es universal, la mayoría se imagina que quemar leña debe ser algo totalmente benigno. Respirar el aire invernal aromatizado por el humo de leña parece completamente distinto a echar bocanadas de un cigarro o inhalar el tubo de escape de un camión pasajero. Pero esto es un espejismo.

Esto es lo que sabemos desde un punto de vista científico: ningún grado de humo de leña es bueno para la respiración. Es al menos tan malo como el humo del cigarro y probablemente mucho peor (según un estudio, es 30 veces más carcinogénico). El humo de una hoguera de leña común contiene cientos de compuestos carcinogénicos, mutagénicos, teratogénicos e irritantes al sistema respiratorio. La mayoría de partículas que se generan al quemar leña son más pequeñas que un micrón, un tamaño que según se cree puede hacer mucho daño a los pulmones. De hecho, estas partículas son tan minúsculas que pueden evadir nuestras defensas mucociliares y entrar directamente en el torrente sanguíneo, presentando un peligro al corazón. Las partículas de este tamaño también se resisten al asentamiento gravitacional, manteniéndose en vuelo durante semanas seguidas.

Una vez salen de la chimenea, los gases tóxicos (por ejemplo, el benceno) y las partículas que forman el humo vuelven sin problemas a nuestros hogares. Según las investigaciones, casi el 70 por cierto del humo de chimenea vuelve a entrar en edificios cercanos. Los niños que viven en hogares con chimeneas u hornos de leña activos, o en zonas donde las hogueras son comunes, sufren una incidencia mayor de asma, tos, bronquitis, despertares nocturnos y función pulmonar comprometida. Entre adultos, las hogueras se asocian con una mayor frecuencia de visitas a salas de urgencia y admisiones al hospital por enfermedades respiratorias, además de una mayor mortalidad de ataques al corazón. La inhalación de humo de leña, incluso a niveles relativamente bajos, altera las funciones inmunes pulmonares, dejándonos más susceptibles a resfriados, gripes y otras infecciones respiratorias. Todos estos efectos pesan de forma desproporcionada en niños y ancianos.

La triste verdad sobre quemar leña se ha establecido científicamente hasta una certeza moral: esa agradable y acogedora hoguera en la chimenea es mala para vosotros. Es mala para vuestros hijos. Es mala para vuestros vecinos y sus hijos. Además, quemar leña es completamente innecesario ya que en el mundo desarrollado nunca nos faltan alternativas mejores y más limpias para calentar nuestros hogares. Si quemáis leña en los Estados Unidos, Australia, Europa o en cualquier nación desarrollada, seguramente lo estés haciendo de forma recreativa; y la persistencia de este hábito es una fuente principal de contaminación atmosférica. De hecho, el humo de leña suele contribuir más partículas dañinas en la atmósfera urbana que ninguna otra fuente.

En el mundo desarrollado, la quema de combustible solido en el hogar es una verdadera plaga, solo comparable a la mala higiene como un riesgo de salud medioambiental. En 2000, la Organización Mundial de la Salud estimó que causaba casi 2 millones de muertes prematuras cada año, muchísimo más que los accidentes de tráfico.

Sospecho que muchos habréis empezado a idear contraargumentos que serán reconocibles para cualquiera que haya debatido la validez y la utilidad de la religión. He aquí uno: los seres humanos nos hemos abrigado entre hogueras durante decenas de miles de años y está práctica fue crucial en la supervivencia de nuestra especie. Sin el fuego no habría cultura material. Nada se nos hace más natural que quemar leña para mantenernos cálidos.

No le falta razón. Pero otras muchas cosas son naturales, como morir en la anciana madurez de treinta años. Morir al nacer es increíblemente natural, al igual que la muerte prematura por decenas de enfermedades que ahora podemos prevenir. Que os zampe un león o un oso también es vuestro derecho de nacimiento, o lo sería sino fuera por el artificio defensivo de la civilización, y convertirse en el almuerzo para un carnívoro mayor os conectaría a la profunda historia de nuestra especie tanto como los placeres de la hoguera. Durante casi dos siglos la línea divisoria entre aquello que es natural (con todo el sufrimiento innecesario que ello implica) y aquello que es bueno ha ido creciendo. Respirar los gases de una chimenea ha acabado en el lado malo de esa línea.

El argumento contra la quema de leña está tan claro como el de fumar cigarros. De hecho, está aun más claro, ya que al comenzar una hoguera se envenena el aire que todos deben respirar en kilómetros a vuestro alrededor. Incluso si rechazáis toda intrusión de un Estado paternalista deberíais estar de acuerdo que la quema recreativa de leña es inmoral y debería ser ilegal, especialmente en zonas urbanas. Al encender una hoguera se crea una contaminación de la que uno no se puede deshacer. Incluso en el día con los cielos más claros del año una quema suficiente de leña dejará al aire de vuestra vecindad como un mal día en Pekín. Vuestro vecindario no debería pagar por vuestra conducta arcaica y no hay forma de que os transfieran este coste de forma que puedan preservar sus intereses. Por tanto, incluso los libertarios deberían estar dispuestos a aprobar leyes que prohibieran la quema recreativa de leña en provecho de alternativas más limpias, como el gas natural.

He descubierto que al proponer este argumento, incluso entre personas muy inteligentes y preocupadas por su salud, una verdad psicológica queda claramente visible: no quieren creérselo. La mayoría de la gente que conozco quiere vivir en un mundo en el que el humo de leña es indoloro. De hecho, parecen estar comprometidos con la idea de vivir en ese mundo, a pesar de los hechos. Intentar convencerlos de que las hogueras son dañinas y que siempre lo han sido es, en cierto modo, ofensivo. Simplemente, el ritual de quemar leña es demasiado reconfortante y familiar como para ponerlo en duda; su consolación es tan antigua y omnipresente que debe ser benigna. La alternativa, utilizar gas natural con leños falsos, parece un sacrilegio.

En cambio, la realidad de la situación no es científicamente ambigua: si os importa la salud de vuestra familia y vecinos, la escena de una chimenea encendida debería ser tan reconfortante como la de un motor diésel tirado en vuestra sala de estar. Es hora de romper el hechizo y usar una alternativa artificial o nada en absoluto.

Por supuesto, si sois como mis amigos, rechazaréis esta verdad. Y eso os debería dar una idea de a qué nos enfrentamos con la religión.
Este ensayo de Sam Harris muestra un ejemplo perfecto de la falacia naturalista en la que se basan la mayoría de religiones e incluso algunas teorías políticas: "Siempre ha estado con nosotros, es una tradición, así que debe ser bueno". En cierto modo, el foco de Ciudadanos del Mundo empieza a ser el análisis de las ideologías con bases visiblemente erróneas: artículos como La virtud de la fe, Choque de ideas, El engaño posmodernista y El fantasma de la máquina rechazan la creencia ciega, el relativismo, el posmodernismo, el dualismo y el primitivismo como bases argumentales. Los próximos ensayos seguirán la misma pauta.

El fantasma de la máquina

El "Fantasma de la máquina" es una locución que inventó el filósofo Gilbert Ryle para describir el dualismo mente-cuerpo de Descartes. En su libro The Concept of Mind Ryle ridiculizó la creencia de que el psique funciona independientemente del cuerpo físico. Según Descartes y todos los dualistas después, la mente no está sujeta a leyes mecánicas, ni siquiera está en el espacio. De ahí el alma etérea que gobierna el cuerpo mecánico, el fantasma de la máquina.

Aunque la propuesta de que existe una distinción vital entre mente y materia, que la mente es como un espíritu incorpóreo, es una teoría de la mente muy específica, rara vez viene sola. El lingüista y psicólogo experimental Steven Pinker lo dijo mejor en su libro The Blank Slate:
«Las doctrinas de la tabula rasa, el salvaje noble y el fantasma de la máquina (o, como los llaman los filósofos, empirismo, romanticismo y dualismo) [...] suelen encontrarse juntos. [...] Naturalmente, la tabula rasa coexiste con el fantasma de la máquina, dado que una tabla rasa es un lugar acogedor para que more un fantasma. Si un fantasma ha de estar al mando, la fábrica puede enviar el aparato con un mínimo de partes».
Esos son los tres mosqueteros: la tabula rasa de John Locke, el salvaje noble de Rousseau y el fantasma de la máquina de Descartes; la mente no tiene rasgos innatos, las personas nacen buenas por naturaleza y todos tenemos un alma con libre albedrío que no se somete a las leyes de la física y la biología. La unión del empirismo no epistemológico, el romanticismo y el dualismo es una poderosa fuerza seductora, pero no por su poder explicativo sino por lo que parecen representar: una barrera contra la desigualdad y el determinismo.

Pero defender una posición científica con sueños y esperanzas no tiene sentido. Concluir que la mente carece de rasgos inherentes a base de aspiraciones políticas y no pruebas reales es un ejemplo perfecto de la falacia moralista: es una presunción de que aquello que sea deseable debe ser verdad, que lo que debería ser también es. Por ejemplo: «No podemos estar predispuestos naturalmente a la xenofobia porque eso justificaría el racismo». En esencia es lo opuesto a la falacia naturalista, que presume que aquello que sea verdad debe ser deseable, que lo que es también debería ser: «Dado que estamos predispuestos naturalmente a la xenofobia, el racismo está justificado socialmente».

Aunque estos temores no son argumentos reales, eso no significa que no sean ciertos, así que mejor dejemos de lado la lógica formal. ¿La realidad de la naturaleza humana, no importa cuán maleable, socava las esperanzas de una igualdad social? No, porque las libertades civiles no dependen de la condición de que todos seamos iguales sino de una sociedad que trate a todos como individuos con derechos: no nacemos iguales, pero dar por sentado que por tanto no deberíamos tratarnos con igualdad es caer en la falacia naturalista. Lo siento, prometo no volver a mencionar las falacias lógicas.

Pero el abismo de la naturaleza humana es más profundo. Muchos temen la idea de que la biología toma parte en nuestra conducta y su implicación de que la mente no es más que una parte del cuerpo porque destruye la fuente aparente de nuestras libertades: el libre albedrío. Y es cierto que la destruye: al comprender que el dualismo mente-cuerpo no existe uno se da cuenta de que la mente está, como todo lo demás, sujeta a las leyes de la naturaleza, a la cadena infinita de causa y efecto. Por necesidad, esto convierte a la elección en una ilusión; muy útil o incluso crucial, pero técnicamente un espejismo. En su libro de 2010 "The Moral Landscape" el neurocientífico Sam Harris lo describe así:
«Toda nuestra conducta puede rastrearse hasta fenómenos biológicos de los que no somos conscientes: esto siempre ha sugerido que el libre albedrío es una ilusión. Por ejemplo, el psicólogo Benjamin Libet demostró que actividades en las regiones motoras del cerebro pueden detectarse unos 350 milisegundos antes de que la persona sienta que ha decidido moverse. Recientemente, otro laboratorio utilizó una IRMf para mostrar que algunas decisiones "conscientes" pueden predecirse hasta 10 segundos antes de formar parte de la conciencia, mucho antes de la actividad motora preparatoria que detectó Libet. Está claro que esta clase de hallazgos son difíciles de reconciliar con la sensación de que uno es la fuente consciente de sus acciones. [...]

El problema es que ninguna explicación de la causalidad da cabida al libre albedrío. Pensamientos, humores y deseos de toda clase aparecen de la nada y nos afectan (o no) por razones subjetivamente inescrutables. [...] Decir que una persona habría hecho otra cosa si hubiera decidido hacer otra cosa no significa nada, porque las "elecciones" de una persona solo aparecen en su torrente mental como de la nada. [...] Nuestra creencia en el libre albedrío emana de nuestra ignorancia momentánea sobre causas específicas previas. La expresión "libre albedrío" describe la impresión de identificarse con el contenido de cada pensamiento a medida que surge en la conciencia».
Harris procede a explicar por qué este hallazgo no acaba con la moralidad y la libertad:
«Como señaló Daniel Dennett, muchos confunden el determinismo con el fatalismo. Eso da lugar a preguntas como: "¿Si todo está determinado por qué debería hacer nada? ¿Por qué no sentarme y ver qué pasa?" Pero que nuestras elecciones dependan de causas previas no significa que no importen. [...] No sabemos lo que pretenderemos hasta que la intención surja. Ver esto es darse cuenta de que no eres el autor de tus pensamientos y acciones en la forma que suele suponer la gente. En cambio, esta comprensión no hace que la libertad social y política sea menos importante».
Que el libre albedrío sea una ilusión no menoscaba lo que consideramos como elecciones. Solo tenemos que comprender intelectualmente cómo funciona nuestra mente pero luego simplificarlo con el concepto del libre albedrío. Es un modelo: útil pero falso. Por ejemplo, en nuestra vida diaria no usamos física avanzada sino un modelo muy simple a base de experiencias que solo falla cuando las variables del entorno son muy distintas de las nuestras, como cuando el astronauta David Scott dejó caer un martillo y una pluma en la luna y cayeron a la misma velocidad. Es intuitivamente confuso pero intelectualmente explicable: no hay resistencia al aire en el vacío. De manera análoga, el libre albedrío es un modelo útil que no tenderá a fallarnos; pero más vale que seamos conscientes de su inexactitud o no reconoceremos las ocasiones en las que la experiencia común no es suficiente.

Pues esto no es un diálogo puramente filosófico: sostener como verdad esta idea y sus justificaciones filosóficas tiene consecuencias en el mundo real. La tabula rasa y el noble salvaje contaminan campos científicos como la antropología al romantizar nuestro estado de naturaleza (y la naturaleza misma) y al vetar la crítica legítima de las tribus primitivas, creando así expectativas poco realistas sobre los niños y otras gentes no civilizadas. En cambio, el mayor culpable es el fantasma de la máquina, de ahí el título de este ensayo: por ejemplo, en el dualismo mente-cuerpo radican las medidas políticas contra la investigación de células madre. En 2011 George W. Bush tomó la decisión de prohibir estos estudios tras consultar con varios filósofos dualistas y pensadores religiosos. Todavía a día de hoy existen muchas otras actitudes dañinas que asumen la existencia de un alma inmaterial mucho más allá del cuerpo.

Como indica el mismo Steven Pinker, todo esto «inscribe la tabula rasa, desclasa al salvaje noble y exorciza al fantasma de la máquina». Más que puntos de vista intelectuales son explicaciones primitivas basadas en el pensamiento mágico de que aquello que deseemos debe ser cierto. En cierto modo, la negación popular de la naturaleza humana es muy similar a la posición posmodernista hacia la ciencia en general: ambos proclaman una pared de separación entre sus ideas y aquello que el conocimiento metodológico pudiera llegar a alcanzar. Pero la realidad no tiene esas fronteras.
(The original article written in English here: The Ghost in the Machine)

The Ghost in the Machine

The Ghost in the Machine phrase was invented by philosopher Gilbert Ryle as a way to describe René Descartes' mind-body dualism. In his book The Concept of Mind Ryle ridiculed the belief that the psyche somehow functions independent of the physical body -according to Decartes and all dualists thereafter, the mind is not subject to mechanical laws, it is not even in space. Hence, the immaterial soul governing the mechanistic body, the Ghost in the Machine.

While the suggestion that there is a vital distinction between mind and matter, that the mind is some kind of disembodied spirit, is a very specific theory of the mind, it rarely comes alone. Linguist and experimental psychologist Steven Pinker puts it best in his book The Blank Slate:
"The doctrines of the Blank Slate, the Noble Savage, and the Ghost in the Machine -or, as philosophers call them, empiricism, romanticism, an dualism- [...] are often found together. [...] The Blank Slate naturally coexists with the Ghost in the Machine, too, since a slate that is blank is a hospitable place for a ghost to haunt. If a ghost is to be at the controls, the factory can ship the device with a minimum of parts."
So there we have the Three Musketeers: John Locke's Blank Slate, Rousseau's Noble Savage and Decartes' Ghost in the Machine -the mind has no innate traits, people are naturally born good and each of us has a free-willed soul that does not abide by the laws of physics or biology. Non-epistemological empiricism, romanticism and dualism brought together are a powerful seductive force, not so much for their explanatory power but for what they seem to represent: a barrier against inequality and determinism.

But defending a scientific position with hopes and dreams is a non sequitur. To conclude that the mind does not have inherent traits based on political aspirations and not actual evidence is a perfect example of the Moralistic fallacy: it is a presumption that whatever is desirable must be the truth, that what ought to be also is. For example: "We cannot be naturally predisposed to xenophobia because that would justify racism." Essentially, it is the opposite of the Naturalistic fallacy, which presumes that whatever is true must be desirable, that what is also ought to be: "Since we are naturally predisposed to xenophobia, racism is socially justifiable."

Although these fears are not actual arguments, that does not mean they are not true, so maybe we should leave Formal logic aside. Does the reality of human nature -however malleable- undermine the hopes for social equality? No, because civil liberties do not depend on the condition that we are all the same but on a society that treats people as individuals with rights: we are not born equal -but to assume that therefore we should not be treated equally is to fall in the Naturalistic fallacy. Sorry, I promise not to mention logical fallacies again.

But the rabbit hole of human nature goes deeper. The idea that our biology may play a part in our behaviour and its implication that the mind is but a part of the body is feared by many because it destroys the apparent source of our civil rights: free will. And it truly does: with the understanding that there is no mind-body dualism comes the realization that the mind is, just as everything else, subjected to the laws of nature, to the infinite chain of cause and effect. This necessarily makes choice an illusion -a very useful illusion, crucial even, but technically just a mirage. In his 2010 book "The Moral Landscape", neuroscientist Sam Harris describes it thus:
"All of our behavior can be traced to biological events about which we have no conscious knowledge: this has always suggested that free will is an illusion. For instance, the physiologist Benjamin Libet famously demonstrated that activity in the brain’s motor regions can be detected some 350 milliseconds before a person feels that he has decided to move. Another lab recently used fMRI data to show that some “conscious” decisions can be predicted up to 10 seconds before they enter awareness (long before the preparatory motor activity detected by Libet). Clearly, findings of this kind are difficult to reconcile with the sense that one is the conscious source of one’s actions. [...]

The problem is that no account of causality leaves room for free will. Thoughts, moods, and desires of every sort simply spring into view—and move us, or fail to move us, for reasons that are, from a subjective point of view, perfectly inscrutable. [...] It means nothing to say that a person would have done otherwise had he chosen to do otherwise, because a person’s “choices” merely appear in his mental stream as though sprung from the void. [...] Our belief in free will arises from our moment-to-moment ignorance of specific prior causes. The phrase “free will” describes what it feels like to be identified with the content of each thought as it arises in consciousness."
Harris goes on to explain why this realization does not put an end to morality and freedom:
"As Daniel Dennett has pointed out, many people confuse determinism with fatalism. This gives rise to questions like, “If everything is determined, why should I do anything? Why not just sit back and see what happens?” But the fact that our choices depend on prior causes does not mean that they do not matter. [...] We do not know what we will intend to do until the intention itself arises. To see this is to realize that you are not the author of your thoughts and actions in the way that people generally suppose. This insight does not make social and political freedom any less important, however."
The fact that free will is an illusion does not undercut what we think of as choices. We just need to intellectually understand how our minds actually work but then simplify it with the concept of free will. It is a model: useful but untrue. For example, in our everyday lives we do not use advanced physics but a very simple model based on experience that only fails us when the environmental variables are dramatically different from our own, as when astronaut David Scott dropped a hammer and a feather in the moon and they fell at the same rate. It is intuitively confusing but intellectually explainable: there is no air resistance in a vacuum. Similarly, free will is a useful model that will rarely fail us -but we'd better be mindful of its inaccuracy or we will fail to recognize those occasions when our regular experience does not suffice.

For this is not a purely philosophical discussion: holding this idea as the truth along with its philosophical justifications does have real-world consequences. The Blank Slate and the Noble Savage pollute scientific fields such as anthropology by romanticizing our state of nature -and Nature itself- and vetoing the legitimate criticism of primitive tribes, hence creating unrealistic expectations of children and other uncivilized people. Yet, particularly at fault is the Ghost in the Machine, therefrom the title of this essay: for instance, the mind-body dualism is at the core of the policies against embryonic stem-cell research. In 2001 George W. Bush made his decision to put a stop to these studies by consulting with a number of dualist philosophers and religious thinkers. Continuing to this day there are many other harmful attitudes that assume the existence of an immaterial soul above and beyond the body.

As Steven Pinker himself points out, all of this "fills in the blank slate, declasses the noble savage, and exorcises the ghost in the machine". These are not so much intellectual positions as primitive explanations based on the magical thinking that whatever we hope for must be true. In a way, the popular denial of human nature is very similar to the Postmodernist stance towards science in general: both of them proclaim a wall of separation between their ideas and that which methodical knowledge could conceivably attain. But reality has no such frontiers.
(El artículo traducido al castellano aquí: El fantasma de la máquina)

SOPA cae, el FBI cierra Megaupload

Ayer, exactamente un día después de la protesta online contra SOPA y PROTECT IP, el FBI y el Departamento de Estado de EEUU, con ayuda de varias agencias internacionales, llevaron a cabo una operación de clausura contra Megaupload, la página de intercambio de archivos más popular. Se ha cerrado la página y detenido a siete de sus empleados con cargos de violación de la propiedad intelectual por piratería informática y de conspiración criminal.

El Departamento de Justicia alega que estos siete acusados son responsables de "piratería masiva en todo el mundo de diferentes tipos de obras protegidas por derechos de propiedad intelectual". En total, cada acusado se enfrenta a una pena máxima de 50 años de prisión.

Si bien es cierto que la investigación habrá llevado su tiempo y precede las circunstancias políticas actuales, no parece fantástico aventurar que hayan elegido la fecha de ayer en retahíla a la protesta mundial en contra de SOPA y PIPA. La verdad es que no podemos confirmarlo. De todas formas, la protesta sí que tuvo su impacto político: antes de la protesta SOPA tenía 80 partidarios y 31 adversarios en el congreso; tras la protesta solo quedaban 65 partidarios y el número de adversarios llegó hasta 101. En el senado, PIPA pasó de tener 5 adversarios a 35 y solo se necesita que 41 senadores digan "No" a esta ley para frenarla.

Actualización. Lamar Smith, el mayor promotor de SOPA, ha decidido retirar la propuesta del congreso definitivamente. Además, la votación de PIPA ha quedado aplazada indefinidamente.

Aunque no podemos saber si la maniobra del FBI ha sido una táctica con una puntualidad política deliberada o no, la respuesta de Internet a la clausura de Megaupload ha sido sin duda muy deliberada: además de quejas populares, miles de personas han tomado la bandera de Anonymous en un ataque de denegación de servicio: en la noche entre el 19 y el 20 ha habido ataques masivos contra las páginas web de varias agencias estadounidenses y discográficas. Probablemente se trate del mayor ataque informático de la historia.

Para aquellos que no lo sepan, un DoS o ataque de denegación de servicio consiste en saturar una página web con tantas peticiones de visita simultáneas que esta queda inaccesible. Durante momentos distintos de la noche han caído las páginas de empresas como Universal, de organizaciones como la Asociación de Industria Discográfica de Estados Unidos, e incluso de agencias gubernamentales como el Departamento de Justicia. La última en caer ha sido la página del FBI, que supuestamente debería tener una seguridad excepcional.

En una muestra de sensacionalismo que resulta de todas formas atractiva y casi correcta, varios medios han calificado esta acción como la Primera Guerra Mundial Digital.

Internet se alza contra SOPA y PROTECT IP Act

Ya os hemos hablado de SOPA, la ley antipiratería estadounidense que aumentaría el poder de censura en la red a las fuerzas del orden y los titulares de los derechos de autor. Tras aplazarse en diciembre, parecía que la ley se votaría definitivamente el 24 de enero. Pero no será así: en un gesto populista pre-elecciones, Obama ha dado el carpetazo a SOPA.


Antes de que llegaran estas noticias empezó a organizarse un esfuerzo organizado para protestar contra la ley y hoy 18 de enero, justo una semana antes de la fecha original para la votación en el congreso. A pesar de las noticias, hoy habrá un apagón total en páginas como Reddit, Mozilla, Destructoid e incluso gigantes como Wikipedia en su versión inglesa. Google y otras muchas no suspenderán sus servicios pero sí protestarán contra la propuesta de ley.

Se trata de la mayor protesta online de la historia pero, ¿por qué llevarla a término si la Casa Blanca ha desechado la ley? Porque no se trata de un rechazo definitivo: han dejado a SOPA de lado hasta que pueda formarse un consenso, lo que significa que pueden surgir leyes similares. De hecho, Lamar Smith, el consejero del Comité judicial de la Cámara de Representantes que propuso SOPA, afirma que seguirá adelante con el proyecto en febrero diga lo que diga la Casa Blanca. Además, la PROTECT IP Act o PIPA, la propuesta en la que se basa SOPA, sigue sin oposición senatorial. En otras palabras, la lucha no ha acabado.

El fin de la protesta está claro: acabar con PIPA en el senado y rematar a SOPA en el congreso para defender los derechos de libertad de expresión y privacidad.

El dilema de la tecnología

La humanidad ha sido ama de la tecnología desde sus humildes comienzos. De hecho, las funciones cerebrales superiores que nos permiten crear y manejar herramientas son, en esencia, lo que nos distingue como especie, por muy capaces que puedan ser otros simios. Nuestra creatividad nos define y lo que sea que hagamos con ella indicará el progreso de nuestra civilización. Después de todo, la tecnología ya no está compuesta solo por herramientas de creación sino también por armas de destrucción.

Por desgracia, incluso en Occidente la gente muestra una extraña ambivalencia hacia la ciencia y la tecnología moderna. Sin duda es comprensible: generaciones aún vivas recuerdan lúcidamente los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Específicamente, recuerdan la bomba atómica. ¿Acaso puede discutirse? Fue una abominable e inexcusable invención de destrucción masiva. Ya lo dijo uno de los padres del Proyecto Manhattan, J. Robert Oppenheimer, citando el Bhágavad-guitá, un antiguo texto sagrado hinduista: «Me he convertido en La Muerte, el destructor de mundos».

Pero no olvidemos que el poder del átomo también nos ha traído avances ilimitados en la obtención de energía, la medicina y el conocimiento. Se perdería mucho sin estos avances, como el Gran colisionador de hadrones de CERN que ahora mismo desentierra los misterios del universo temprano y desafia el Modelo estándar de física de partículas al poner a prueba la existencia del Bosón de Higgs. La energía nuclear, como cualquier tecnología, puede usarse como una herramienta de creación. Como declaró el difunto astrofísico Carl Sagan:
«El mismo cohete y tecnología nuclear e informática que envía a nuestras naves más allá de los planetas conocidos también pueden usarse para destruir nuestra civilización global. Exactamente la misma tecnología puede usarse para el bien y para el mal».
La ciencia, y su materialización en la tecnología moderna, es neutral. El bien y el mal de la tecnología no se encuentra en su interior sino en aquello que acabemos haciendo con ese conocimiento. La humanidad tiene la clave tanto para el bien moral como para la malicia y codicia puras: la tecnología no es ni más ni menos que un medio, una herramienta que podemos usar para la creación o la destrucción.

Nuestro futuro y quizá incluso el de este punto azul suspendido en el espacio dependen de nosotros. Solo las herramientas de creación pueden traernos ese futuro. Cualquier futuro.
(The original article written in English here: The Quandary of Technology)

The Quandary of Technology

Humankind has been the master of technology since its humble beginnings. Actually, our ability to use higher brain functions in order to create and handle tools is essentially what sets us apart as a species, however able some other apes may be. Our creativity defines us and whatever we choose to do with it will mark the progress of our civilization. After all, technology is no longer defined only by useful tools of creation, but by weapons of destruction too.

Unfortunately, even in the Western world people have a strange ambivalence towards science and modern technology. It is certainly understandable -generations still alive vividly remember the horrors of World War II. Specifically, they remember the atomic bomb. There is nothing to argue, is there? It was a horrific and inexcusable invention of mass destruction. One of the fathers of the Manhattan Project, J. Robert Oppenheimer, said as much, quoting the Bhagavad Gita, an ancient Hindu scripture: "Now, I am become Death, the destroyer of worlds."

But lest we forget that the power of the atom has also brought us immesusurable advances in energy harnessing, medicine and knoweldge itself. Much would be lost without these advances, such as the CERN Large Hadron Collider that is currently unearthing the mysteries of the early universe and challenging the Standard Model of particle physics by putting the existence of the Higgs boson elementary particle to the test. Nuclear power -just as any other piece of technology- can also be a tool for creation. As the late astrophysicist Carl Sagan declared:
"That same rocket and nuclear and computer technology that sends our ships past the farthest known planet can also be used to destroy our global civilization. Exactly the same technology can be used for good and for evil."
Science -and its actualization in modern technology- is neutral. The good and the bad of technology is not to be found in itself but in whatever we end up doing with that knowledge. Humanity has the key to both moral goodness and pure wickedness and greed -technology is nothing more and nothing less than a conduit, a tool we can use for creation or destruction.

The future of our species and maybe even the fate of this pale blue dot suspended in space depend solely on us. Only tools of creation can bring us to that future. To any future.
(El artículo traducido al castellano aquí: El dilema de la tecnología)

El engaño posmodernista

El posmodernismo es un movimiento filosófico nacido tras la Segunda Guerra Mundial, provocado por un desencanto con la posición objetivista sobre la realidad que fomentó la Ilustración. Para ser sinceros, el conocimiento humano nunca se 'ilustró' durante la época conocida como "La Ilustración". La humanidad tuvo que esperar hasta el siglo XIX para que esos ideales se apoderaran de la sociedad y los gobiernos. Era de veras la era del racionalismo y la ciencia. Esta era también nos enseñó una triste realidad: a pesar de toda esta sofisticación, podíamos seguir actuando como bárbaros en nuestra propia tierra. Tras dos guerras mundiales, la gente buscaba una nueva forma de pensar.

Incluso entonces debía ser obvio: las cosas estaban cambiando. Surgieron miles de nuevas religiones tras la Guerra, muchas inspiradas por las antiguas religiones orientales. La cultura jipi estadounidense apareció aparentemente de la nada tras la falsedad de los idílicos años 50. Había una nueva forma de pensar y con ello vino la eternamente importante Duda, la esencia del escepticismo. De repente, la certeza de la mente mecanicista parecía contenida y de mente cerrada. Esta era una nueva era para buscar nuevas formas de hacerlo... ¡todo! Cada faceta de la vida debía reexaminarse; cada tradición mirada con sospecha.

Estas arenas movedizas sociales son vitales para cambiar el paradigma. A esta época de pensamiento anárquico le atañe intercambiar ideas sin discriminación para luego descartar lo malo y conservar lo bueno. Por desgracia, no fue así. Encontramos consuelo en la nesciencia, en la pura ignorancia. La sociedad malgastó esta oportunidad de usar la Duda como una herramienta en busca del conocimiento y se acurrucó entre los brazos de "la nada" disfrazada del siempre insignificante "Todo". La Duda ya no era una herramienta sino un fin, casi un extraño fetiche. El misterio se convirtió en virtud.

Según dicen, es una posición humilde: la certeza, como quiera que se alcance, es arrogante, intolerante y fascista. Sin duda, esta es la Era del Relativismo Moral y Social. Es fácil comprobarlo, si hacéis el favor: reunid a un público atento de personas aleatorias y, en cualquier contexto que deseéis (o en ninguno), pronunciad la famosa expresión «Todos tienen razón». Si no os saltan al cuello por el crimen intelectual de contradecirte en solo dos palabras (el verbo no cuenta), sabréis que estáis en compañía de aletargados relativistas.

La acusación de letargo puede sonar dura (¿o incluso intolerante?). Pueden ser personas por lo demás muy simpáticas e inteligentes, pero en lo que respecta al relativismo, ¿acaso no es ese su propósito? Por definición, cualquier conclusión, afirmación o dogma debe excluir otras conclusiones reales o potenciales. Así que, ¿por qué no designar todo como igualmente acertado y hala, no le demos más vueltas? Por supuesto, esta forma de pensar ignora que en si misma constituye un dogma. Pero ese es el resultado de intentar razonar y mostrar evidencias en contra del racionalismo y empirismo: utilizas exactamente lo mismo que descartas para descartarlo o, en otras palabras, estás cortando la rama sobre la que estás sentado. El engaño posmodernista es que todo es cierto excepto aquello que no esté de acuerdo con esa aseveración sin fundamento: la idea de que la realidad y el conocimiento son subjetivos se toma como principio, de tal manera que es imposible argumentar nada. Lo hacen aun y todo, por supuesto: pero tienen a mano un mantra seudo-filosófico que defecar como diarrea verbal en cuanto se les cuestione.

De nuevo, la posición relativista no es más que un insulto al escepticismo: toma la Duda y la usa como un escudo contra el conocimiento en lugar de como una herramienta en su busca. Sin duda es más fácil afirmar que la ciencia es dogmática y tan fundamentalista como la religión antigua que mirar cómo la ciencia ha descubierto lo que sabe. El posmodernista no comprende la importancia en todo de la metodología. Como ilustré en "La virtud de la fe":
«No hay más que reiterar la diferencia entre creencia y fe; no importa la gran o nula seguridad que tengas sobre cierta cuestión, sino el medio utilizado para llegar a tus conclusiones. Por definición y evidencia histórica, la ciencia revisa sus teorías según dicten las nuevas observaciones; y así la fe supone un gran contraste, que en la misma situación se presenta como la negación de dichas observaciones para poder preservar una creencia».
En cierto modo, es patéticicamente cómico cómo esta gente acusa a la ciencia de arrogancia y se enorgullecen de su humildad. Solo muestran su soberbia ciega cuando publicitan su humildad, pero van un paso más allá y se meten con la empresa humana que no solo ha salvado vidas innumerables sino que además se basa en un solo principio básico: «No lo sé». Este es el punto de partida de todo científico, un grupo de personas que, a pesar del estereotipo de sabelotodo, bien puede ser único en su orgullo al chillar con emoción infantil: «¡Todavía no lo sabemos!». Porque eso significa que hay más por descubrir, lo cual es el trabajo de un cientí-fico.

Pero peor quizá que esta total ceguera de la metodología es la caída en el oscurantismo. Como ya se ha mencionado, la Duda se convierte en objeto de culto, atribuyendo una virtud a algo que es por definición vacío e insignificante. Los creyentes en el posmodernismo o, como los llamaría el filósofo Daniel Dennett, los "Turbios" están rodeados: por un lado están los supernaturalistas y por el otro lado los ilustrados. Los Turbios consideran que ambos son absolutistas dogmáticos porque hacen aseveraciones y no les importa si han llegado a sus conclusiones a través de la fe ciega o de las evidencias. Los oscurantistas temen definir sus términos porque sus ideas deben estar pobremente definidas para evitar exponerse a un análisis crítico. Lo que es peor, los posmodernistas profesionales no se avergüenzan de ello: al glorificar lo abstruso, insisten en el orgullo que tienen de su ignorancia.

Sin embargo, todo eso sería perdonable si su humildad fuera más que falsa modestia, la exasperante cortesía del habla políticamente correcta: o sea, mentir sin vergüenza para evitar conflictos intelectuales; Dios sabe que puede llevarles a pensar en algo socialmente relevante. De hecho, aquellos que mantienen que «Todos tienen razón» son muy conscientes de que todo el mundo mantiene opiniones contradictorias sobre varios temas. Pensarán que tal o cual persona se equivoca al soltar sus obvias pamplinas e incluso puede que repliquen «Bueno, esa es tu opinión», que además de frenar la conversación es una falacia lógica, pero no tendrán una discusión formal, no sea que usen sus capacidades argumentativas por una vez.

Este comportamiento deriva del terror paralizante de ser marcado de «Intolerante», lo cual es una acusación casi tan grave como «Bebicida hitleriano». Esto frenará al individuo más astuto, así que parece ser un buen argumento: «¿Cómo te atreves, mero mortal, a interferir con el derecho civil de la libertad de pensamiento y expresión?». No interfiero. Defiendo el derecho de cada individuo a pensar y decir lo que le plazca siempre y cuando no hiera a otros. No me agradan las leyes de censura y quizá, solo quizá, pongo los límites en discursos de odio. Pero no cometo el fallo con el que el relativista cava su propia tumba: si bien cada individuo tiene el derecho a creer lo que le antoje, eso no significa que esas creencias deban ser inherentemente respetadas o incluso consideras automáticamente ciertas. La persona debe ser respetada y tratada con humanidad, pero sus ideas pueden criticarse y sí, incluso ridiculizarse, porque se está tratando el argumento y no la persona. Por mucho que ridiculice el posmodernismo, lo hago con argumentos y no atacando a sus partidarios personalmente.

¿Pero por qué tanta bulla? ¿No es sobre todo hipocresía inofensiva? No, no lo es. El engaño posmodernista yace en el rencor popular hacia la Ilustración, la noción de que una élite intelectual no es diferente de una política o financiera: la pericia y la certeza se consideran cualidades tiránicas de por sí, al margen del método utilizado para adquirir la experticia y por mucho que el pueblo pueda verificarlo con facilidad. Este fraude intelectual también es responsable del relativismo cultural que permite a muchos aceptar horrores como la mutilación genital femenina si hay una razón religiosa para la práctica. Pero, como filosofar es mi hobby, quizá no sea un accidente que para mi la mayor afronta del posmodernismo sea su embotamiento del intelecto, el secuestro de la Duda como una excusa para no pensar, la exaltación del misterio y el oscurantismo como virtudes cuando no son más que formas cobardes de restringir el conocimiento y de ejercer pereza intelectual.
(The original article written in English here: The Postmodernist Deceit)

The Postmodernist Deceit

Postmodernism is a philosophical movement born after World War II, brought about by a disillusionment with the objectivist stance on reality boosted by the Enlightenment. To be honest, human knowledge was never truly 'enlightened' during the time we know of as "The Enlightenment" -humanity had to wait until the 19th Century for those ideals to actually take hold of society and governments. This truly was the age of Rationalism and Science. This age also taught us a sad reality: despite all this sophistication, we could still act as Barbarians on our own land. After two World Wars, people sought a new way of thinking.

Even back then it must have been obvious -things were changing. Thousands of new religions sprung up after the War, many of them inspired by Eastern religions of old. The American Hippie culture popped seemingly out of nowhere just after the phoniness of the Idyllic Fifties. There was a whole new way of thinking and with it came Doubt. The ever-important Doubt, the essence of skepticism. All of the sudden, the certainty of the mechanistic mind seemed restrained and close-minded. This was a new age to open minds and seek new ways to do... everything! Every facet of life was to be reexamined; every tradition looked upon with suspicion.

This kind of societal quicksand is vital to all paradigm shifts. This epoch of anarchistic thought is supposed to brainstorm ideas without discrimination and then dump what's bad, save what isn't. Alas, we did not do that. We found comfort in nescience, in pure, unadulterated ignorance. Society wasted this chance of using Doubt as a tool towards knowledge and rather nestled between the arms of Nothingness disguised as the ever meaningless Everything. Doubt was no longer a tool but an end in itself, almost an eerie fetish. Mystery was made a virtue.

It is a humble position, they say: certainty, however reached at, is arrogant, intolerant and Fascistic. Truly, this is the Age of Moral and Social Relativism. If you want to test this claim, please just do the following: gather an attentive audience of random people and -in any context you wish, if any- utter the famous phrase "Everyone is right." If they do not jump at your throat for the intellectual crime of contradicting yourself in a mere two words (the linking verb does not count) you know you are in the good company of dull Relativists.

It may sound a bit harsh -intolerant, even- to accuse them of dullness. They may be perfectly nice and intelligent people otherwise, but concerning Relativism, that is essentially the point, is it not? Any conclusion, any claim, any dogma, must exclude other actual or even potential conclusions by definition. So why not just label everything as equally right and move on without thinking much about it? Of course, this way of thinking ignores that it in itself constitutes a dogma. But that is what you get when you try to reason and show evidence against Rationalism and Empiricism: you are using the very thing you are dismissing in order to dismiss it or, in other words, you are cutting off the tree branch on which you sit. The Postmodernist deceit is that everything is true except anything that does not agree with that unsupported claim -the idea that reality and knowledge are subjective is taken as a principle so it is then impossible to argue for or against anything. They still do it, of course -but they have a handy pseudo-philosophical mantra to defecate as verbal diarrhea whenever they are challenged.

Again, the position of the Relativist is but an insult to skepticism: it takes Doubt and uses it as a shield from knowledge instead of as a tool for knowledge. Indeed, it is easier to just claim that Science is dogmatic and just as fundamentalist as old-time religion than to actually look into how science has discovered what it knows. The Postmodernist fails to understand the importance of methodology in anything and everything. As I outlined in "The Virtue of Faith":
"There is but to reiterate the difference between belief and faith; it doesn't matter how sure or unsure you are about a certain question, but the methodology used to reach at your conclusions. By definition and historical evidence, science adjusts its theories based on new observations; and here faith shows its contrast, when in the same situation shows itself as the denial of said observations so that belief can be preserved."
In a way, it is pathetically funny how these people accuse Science of arrogance and pride themselves in humility. These people are only showing their blind haughtiness when they advertise their own humility, but they go a step further and pick on the human enterprise that not only has saved lives beyond counting but is also based on a single foundation: "I do not know". That is the starting line of every scientist, a group of people that, despite the know-it-all stereotype, may be the one group proud to shriek with childlike excitement: "We still don't know!". Because that means there is more to discover, which is the job of a scient-ist.

But perhaps worse than this utter blindness towards methodology is the fall on obscurantism itself. As mentioned above, Doubt becomes the idol, adscribing a virtue to something which is by definition hollow and meaningless. The believers in Postmodernism or, as philosopher Daniel Dennett puts them, the "Murkies" (obscurantists) are sandwiched between the supernaturalists and the enlightened. The Murkies see both of them as dogmatic absolutists just because they are making declarative sentences, not caring at all whether they arrived at their conclusions by blind faith or reason and evidence. Obscurantists fear clearly defined terms because their ideas must be ill-defined in order to avoid being exposed to critical analysis. Worst yet, the professional Postmodernist will not shy away from this: by glorifying the obscure, they make a point of their pride in their ignorance.

Nonetheless, all of this could be forgivable if their humility was something more than false modesty, the nerve-wracking politeness of political correctness -that is to say, lying through their teeth so as to avoid intellectual conflict, which God knows might make them think about something socially relevant. Actually, people who maintain that "everyone is right" are acutely aware that everyone around them maintains dissenting opinions on a myriad of topics. They will think that a certain whoever is wrong when they spout their obvious nonsense and may even reply with the conversation stopper (and plain logical fallacy) "Well, that is your opinion", but they will not have a formal argument, lest they use their discussion capabilities for once.

This behaviour comes from the brain-paralyzing fear of being socially branded as "Intolerant," which as accusations go is just a bit behind "Baby-killing Hitler-lover." This will halt even the most astute individual, so it is seems to be a good argument: "How dare you, mere mortal, interfere with the citizens right to Freedom of Thought and Expression?" Well, I am not. I defend the right of every individual to think and say whatever they please as long as it does not hurt others. I am not keen on censorship laws and maybe, just maybe, draw the line at hate speech. But I do not commit the final failure, the nail in the coffin of the Relativist: I do not think that the fact every individual has the right to think whatever they fancy means that these thoughts are to be inherently respected or even considered automatically right. The person must be respected and treated humanely -but their ideas can be criticized, dissected and yes, even ridiculed, because the argument is being addressed, not the person. However much I ridicule Postmodernism, I am doing it through arguments and not by attacking its supporters personally.

But why all the fuss anyway? Isn't it all mostly harmless hypocrisy? No, it is not. The Postmodernist Deceit lies in the popular spite of Enlightenment, the notion that an intellectual elite is not at all different from a political or financial elite: proficiency and certainty is viewed as inherently dictatorial, whatever the method is that acquired the expertise and however easily the people can verify it. This fraud of the intellect is also responsible for the cultural relativism that lets some people actually accept horrors such as female genital mutilation if there is a religious reason for it. But, as a hobbyist of philosophizing, it is perhaps no accident that for me the worst affront of Postmodernism is its dullness of the intellect -the hijacking of Doubt as an excuse for not thinking, the exaltation of mystery and obscurantism as virtues when they are nothing more than cowardly ways of restricting knowledge and exercising intellectual laziness.
(El artículo traducido al castellano aquí: El engaño posmodernista)