"El espejismo de la chimenea" de Sam Harris

El neurocientífico Sam Harris, autor de The Moral Landscape, ha escrito en su blog personal un ensayo acerca de la colisión entre la racionalidad y nuestras creencias internas, el choque de ideas que sufren muchos creyentes que se enfrentan a las realidades que desafían sus dogmas. Harris usa como caso de estudio las chimeneas y el daño que estas causan, adoptando el divertido título de "El espejismo de las chimeneas", paralelismo de la polémica obra "El Espejismo de Dios" de su colega Richard Dawkins. El texto a seguir es una traducción:
Me parece que muchos ateos han olvidado (o nunca han sabido) cómo es sufrir una desdichada colisión con la racionalidad científica. Para nosotros estar abiertos a buenas pruebas y argumentos sensatos es un principio, y solemos estar dispuestos a seguirlos hasta donde sea que nos lleven. Algunos hemos construido nuestras vidas profesionales a partir de lamentarnos de que los religiosos no adopten esta misma actitud.

En cambio, recientemente me he encontrado con un ejemplo de intransigencia laica que puede dar a los lectores una idea de cómo se sienten los religiosos cuando sus creencias se critican. No es una analogía perfecta, como veréis, pero la 'rigurosa investigación' que he llevado a cabo en banquetes con invitados sugiere que merece la pena pensar en ello. Llamémos a este fenómeno
"El espejismo de las chimeneas".

En una noche fría, la mayoría considera que una hoguera bien cuidada es uno de los placeres más saludables que la humanidad ha producido. Una hoguera, ardiendo a salvo dentro de los confines de una chimenea o un horno de leña, es una fuente visible y tangible de confort para nosotros. Nos encanta todo: su calidez, la belleza de sus llamas y, a menos que uno sea alérgico al humo, el olor que este imparte en el aire.

Siento decir que si esta es vuestra opinión acerca de la hoguera de leña, no solo estáis equivocados sino peligrosamente desencaminados. Pretendo convenceros en serio, así que en parte podéis considerarlo un comunicado de interés público, pero por favor tened en mente que se trata de una analogía. Quiero que percibáis cómo os sentís y que os deis cuenta de la resistencia que se forma al considerar lo que tengo que decir.

Dado que la madera es una de las sustancias más naturales de la tierra y su uso como combustible es universal, la mayoría se imagina que quemar leña debe ser algo totalmente benigno. Respirar el aire invernal aromatizado por el humo de leña parece completamente distinto a echar bocanadas de un cigarro o inhalar el tubo de escape de un camión pasajero. Pero esto es un espejismo.

Esto es lo que sabemos desde un punto de vista científico: ningún grado de humo de leña es bueno para la respiración. Es al menos tan malo como el humo del cigarro y probablemente mucho peor (según un estudio, es 30 veces más carcinogénico). El humo de una hoguera de leña común contiene cientos de compuestos carcinogénicos, mutagénicos, teratogénicos e irritantes al sistema respiratorio. La mayoría de partículas que se generan al quemar leña son más pequeñas que un micrón, un tamaño que según se cree puede hacer mucho daño a los pulmones. De hecho, estas partículas son tan minúsculas que pueden evadir nuestras defensas mucociliares y entrar directamente en el torrente sanguíneo, presentando un peligro al corazón. Las partículas de este tamaño también se resisten al asentamiento gravitacional, manteniéndose en vuelo durante semanas seguidas.

Una vez salen de la chimenea, los gases tóxicos (por ejemplo, el benceno) y las partículas que forman el humo vuelven sin problemas a nuestros hogares. Según las investigaciones, casi el 70 por cierto del humo de chimenea vuelve a entrar en edificios cercanos. Los niños que viven en hogares con chimeneas u hornos de leña activos, o en zonas donde las hogueras son comunes, sufren una incidencia mayor de asma, tos, bronquitis, despertares nocturnos y función pulmonar comprometida. Entre adultos, las hogueras se asocian con una mayor frecuencia de visitas a salas de urgencia y admisiones al hospital por enfermedades respiratorias, además de una mayor mortalidad de ataques al corazón. La inhalación de humo de leña, incluso a niveles relativamente bajos, altera las funciones inmunes pulmonares, dejándonos más susceptibles a resfriados, gripes y otras infecciones respiratorias. Todos estos efectos pesan de forma desproporcionada en niños y ancianos.

La triste verdad sobre quemar leña se ha establecido científicamente hasta una certeza moral: esa agradable y acogedora hoguera en la chimenea es mala para vosotros. Es mala para vuestros hijos. Es mala para vuestros vecinos y sus hijos. Además, quemar leña es completamente innecesario ya que en el mundo desarrollado nunca nos faltan alternativas mejores y más limpias para calentar nuestros hogares. Si quemáis leña en los Estados Unidos, Australia, Europa o en cualquier nación desarrollada, seguramente lo estés haciendo de forma recreativa; y la persistencia de este hábito es una fuente principal de contaminación atmosférica. De hecho, el humo de leña suele contribuir más partículas dañinas en la atmósfera urbana que ninguna otra fuente.

En el mundo desarrollado, la quema de combustible solido en el hogar es una verdadera plaga, solo comparable a la mala higiene como un riesgo de salud medioambiental. En 2000, la Organización Mundial de la Salud estimó que causaba casi 2 millones de muertes prematuras cada año, muchísimo más que los accidentes de tráfico.

Sospecho que muchos habréis empezado a idear contraargumentos que serán reconocibles para cualquiera que haya debatido la validez y la utilidad de la religión. He aquí uno: los seres humanos nos hemos abrigado entre hogueras durante decenas de miles de años y está práctica fue crucial en la supervivencia de nuestra especie. Sin el fuego no habría cultura material. Nada se nos hace más natural que quemar leña para mantenernos cálidos.

No le falta razón. Pero otras muchas cosas son naturales, como morir en la anciana madurez de treinta años. Morir al nacer es increíblemente natural, al igual que la muerte prematura por decenas de enfermedades que ahora podemos prevenir. Que os zampe un león o un oso también es vuestro derecho de nacimiento, o lo sería sino fuera por el artificio defensivo de la civilización, y convertirse en el almuerzo para un carnívoro mayor os conectaría a la profunda historia de nuestra especie tanto como los placeres de la hoguera. Durante casi dos siglos la línea divisoria entre aquello que es natural (con todo el sufrimiento innecesario que ello implica) y aquello que es bueno ha ido creciendo. Respirar los gases de una chimenea ha acabado en el lado malo de esa línea.

El argumento contra la quema de leña está tan claro como el de fumar cigarros. De hecho, está aun más claro, ya que al comenzar una hoguera se envenena el aire que todos deben respirar en kilómetros a vuestro alrededor. Incluso si rechazáis toda intrusión de un Estado paternalista deberíais estar de acuerdo que la quema recreativa de leña es inmoral y debería ser ilegal, especialmente en zonas urbanas. Al encender una hoguera se crea una contaminación de la que uno no se puede deshacer. Incluso en el día con los cielos más claros del año una quema suficiente de leña dejará al aire de vuestra vecindad como un mal día en Pekín. Vuestro vecindario no debería pagar por vuestra conducta arcaica y no hay forma de que os transfieran este coste de forma que puedan preservar sus intereses. Por tanto, incluso los libertarios deberían estar dispuestos a aprobar leyes que prohibieran la quema recreativa de leña en provecho de alternativas más limpias, como el gas natural.

He descubierto que al proponer este argumento, incluso entre personas muy inteligentes y preocupadas por su salud, una verdad psicológica queda claramente visible: no quieren creérselo. La mayoría de la gente que conozco quiere vivir en un mundo en el que el humo de leña es indoloro. De hecho, parecen estar comprometidos con la idea de vivir en ese mundo, a pesar de los hechos. Intentar convencerlos de que las hogueras son dañinas y que siempre lo han sido es, en cierto modo, ofensivo. Simplemente, el ritual de quemar leña es demasiado reconfortante y familiar como para ponerlo en duda; su consolación es tan antigua y omnipresente que debe ser benigna. La alternativa, utilizar gas natural con leños falsos, parece un sacrilegio.

En cambio, la realidad de la situación no es científicamente ambigua: si os importa la salud de vuestra familia y vecinos, la escena de una chimenea encendida debería ser tan reconfortante como la de un motor diésel tirado en vuestra sala de estar. Es hora de romper el hechizo y usar una alternativa artificial o nada en absoluto.

Por supuesto, si sois como mis amigos, rechazaréis esta verdad. Y eso os debería dar una idea de a qué nos enfrentamos con la religión.
Este ensayo de Sam Harris muestra un ejemplo perfecto de la falacia naturalista en la que se basan la mayoría de religiones e incluso algunas teorías políticas: "Siempre ha estado con nosotros, es una tradición, así que debe ser bueno". En cierto modo, el foco de Ciudadanos del Mundo empieza a ser el análisis de las ideologías con bases visiblemente erróneas: artículos como La virtud de la fe, Choque de ideas, El engaño posmodernista y El fantasma de la máquina rechazan la creencia ciega, el relativismo, el posmodernismo, el dualismo y el primitivismo como bases argumentales. Los próximos ensayos seguirán la misma pauta.

2 comentarios:

Baleperson dijo...

Como ya nos tienes acostumbrados, otro articulo que me hace pensar y muchas veces enfrentarme a conceptos profundamente arraigados en mis pensamiento-actuación. Gracias..

Camino a Gaia dijo...

Dada la finalidad del ensayo, es una analogía muy buena. Sin embargo podemos ir mas lejos y demostrar que también los argumentos expuestos pueden ser erróneos desde el punto de vista científico. En realidad parte de un prejuicio aún mas extendido , a saber: que la muerte es mala. En realidad, la capacidad de la vida de crecer exponencialmente la puede llevar, y de hecho lo hace, al colapso de los recursos de que depende y con ello a la autoextinción.
Para aceptar que el gas natural es mucho mejor, este debería ser un recurso renovable, y no lo es, y por otro lado la población del planeta debería mantenerse al menos estable. En caso contrario se crearía una sociedad fuertemente dependiente de recursos energéticos fósiles finitos y no renovables. Lo que finalmente nos llevaría a una situación de colapso inevitable e irreversible.
La analogía parte de un error de cortoplacismo, lo que nos lleva a la situación de que lo que puede ser bueno hoy puede ser la causa del desastre mañana. ¿o estamos ya inmersos en él?

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