El fantasma de la máquina

El "Fantasma de la máquina" es una locución que inventó el filósofo Gilbert Ryle para describir el dualismo mente-cuerpo de Descartes. En su libro The Concept of Mind Ryle ridiculizó la creencia de que el psique funciona independientemente del cuerpo físico. Según Descartes y todos los dualistas después, la mente no está sujeta a leyes mecánicas, ni siquiera está en el espacio. De ahí el alma etérea que gobierna el cuerpo mecánico, el fantasma de la máquina.

Aunque la propuesta de que existe una distinción vital entre mente y materia, que la mente es como un espíritu incorpóreo, es una teoría de la mente muy específica, rara vez viene sola. El lingüista y psicólogo experimental Steven Pinker lo dijo mejor en su libro The Blank Slate:
«Las doctrinas de la tabula rasa, el salvaje noble y el fantasma de la máquina (o, como los llaman los filósofos, empirismo, romanticismo y dualismo) [...] suelen encontrarse juntos. [...] Naturalmente, la tabula rasa coexiste con el fantasma de la máquina, dado que una tabla rasa es un lugar acogedor para que more un fantasma. Si un fantasma ha de estar al mando, la fábrica puede enviar el aparato con un mínimo de partes».
Esos son los tres mosqueteros: la tabula rasa de John Locke, el salvaje noble de Rousseau y el fantasma de la máquina de Descartes; la mente no tiene rasgos innatos, las personas nacen buenas por naturaleza y todos tenemos un alma con libre albedrío que no se somete a las leyes de la física y la biología. La unión del empirismo no epistemológico, el romanticismo y el dualismo es una poderosa fuerza seductora, pero no por su poder explicativo sino por lo que parecen representar: una barrera contra la desigualdad y el determinismo.

Pero defender una posición científica con sueños y esperanzas no tiene sentido. Concluir que la mente carece de rasgos inherentes a base de aspiraciones políticas y no pruebas reales es un ejemplo perfecto de la falacia moralista: es una presunción de que aquello que sea deseable debe ser verdad, que lo que debería ser también es. Por ejemplo: «No podemos estar predispuestos naturalmente a la xenofobia porque eso justificaría el racismo». En esencia es lo opuesto a la falacia naturalista, que presume que aquello que sea verdad debe ser deseable, que lo que es también debería ser: «Dado que estamos predispuestos naturalmente a la xenofobia, el racismo está justificado socialmente».

Aunque estos temores no son argumentos reales, eso no significa que no sean ciertos, así que mejor dejemos de lado la lógica formal. ¿La realidad de la naturaleza humana, no importa cuán maleable, socava las esperanzas de una igualdad social? No, porque las libertades civiles no dependen de la condición de que todos seamos iguales sino de una sociedad que trate a todos como individuos con derechos: no nacemos iguales, pero dar por sentado que por tanto no deberíamos tratarnos con igualdad es caer en la falacia naturalista. Lo siento, prometo no volver a mencionar las falacias lógicas.

Pero el abismo de la naturaleza humana es más profundo. Muchos temen la idea de que la biología toma parte en nuestra conducta y su implicación de que la mente no es más que una parte del cuerpo porque destruye la fuente aparente de nuestras libertades: el libre albedrío. Y es cierto que la destruye: al comprender que el dualismo mente-cuerpo no existe uno se da cuenta de que la mente está, como todo lo demás, sujeta a las leyes de la naturaleza, a la cadena infinita de causa y efecto. Por necesidad, esto convierte a la elección en una ilusión; muy útil o incluso crucial, pero técnicamente un espejismo. En su libro de 2010 "The Moral Landscape" el neurocientífico Sam Harris lo describe así:
«Toda nuestra conducta puede rastrearse hasta fenómenos biológicos de los que no somos conscientes: esto siempre ha sugerido que el libre albedrío es una ilusión. Por ejemplo, el psicólogo Benjamin Libet demostró que actividades en las regiones motoras del cerebro pueden detectarse unos 350 milisegundos antes de que la persona sienta que ha decidido moverse. Recientemente, otro laboratorio utilizó una IRMf para mostrar que algunas decisiones "conscientes" pueden predecirse hasta 10 segundos antes de formar parte de la conciencia, mucho antes de la actividad motora preparatoria que detectó Libet. Está claro que esta clase de hallazgos son difíciles de reconciliar con la sensación de que uno es la fuente consciente de sus acciones. [...]

El problema es que ninguna explicación de la causalidad da cabida al libre albedrío. Pensamientos, humores y deseos de toda clase aparecen de la nada y nos afectan (o no) por razones subjetivamente inescrutables. [...] Decir que una persona habría hecho otra cosa si hubiera decidido hacer otra cosa no significa nada, porque las "elecciones" de una persona solo aparecen en su torrente mental como de la nada. [...] Nuestra creencia en el libre albedrío emana de nuestra ignorancia momentánea sobre causas específicas previas. La expresión "libre albedrío" describe la impresión de identificarse con el contenido de cada pensamiento a medida que surge en la conciencia».
Harris procede a explicar por qué este hallazgo no acaba con la moralidad y la libertad:
«Como señaló Daniel Dennett, muchos confunden el determinismo con el fatalismo. Eso da lugar a preguntas como: "¿Si todo está determinado por qué debería hacer nada? ¿Por qué no sentarme y ver qué pasa?" Pero que nuestras elecciones dependan de causas previas no significa que no importen. [...] No sabemos lo que pretenderemos hasta que la intención surja. Ver esto es darse cuenta de que no eres el autor de tus pensamientos y acciones en la forma que suele suponer la gente. En cambio, esta comprensión no hace que la libertad social y política sea menos importante».
Que el libre albedrío sea una ilusión no menoscaba lo que consideramos como elecciones. Solo tenemos que comprender intelectualmente cómo funciona nuestra mente pero luego simplificarlo con el concepto del libre albedrío. Es un modelo: útil pero falso. Por ejemplo, en nuestra vida diaria no usamos física avanzada sino un modelo muy simple a base de experiencias que solo falla cuando las variables del entorno son muy distintas de las nuestras, como cuando el astronauta David Scott dejó caer un martillo y una pluma en la luna y cayeron a la misma velocidad. Es intuitivamente confuso pero intelectualmente explicable: no hay resistencia al aire en el vacío. De manera análoga, el libre albedrío es un modelo útil que no tenderá a fallarnos; pero más vale que seamos conscientes de su inexactitud o no reconoceremos las ocasiones en las que la experiencia común no es suficiente.

Pues esto no es un diálogo puramente filosófico: sostener como verdad esta idea y sus justificaciones filosóficas tiene consecuencias en el mundo real. La tabula rasa y el noble salvaje contaminan campos científicos como la antropología al romantizar nuestro estado de naturaleza (y la naturaleza misma) y al vetar la crítica legítima de las tribus primitivas, creando así expectativas poco realistas sobre los niños y otras gentes no civilizadas. En cambio, el mayor culpable es el fantasma de la máquina, de ahí el título de este ensayo: por ejemplo, en el dualismo mente-cuerpo radican las medidas políticas contra la investigación de células madre. En 2011 George W. Bush tomó la decisión de prohibir estos estudios tras consultar con varios filósofos dualistas y pensadores religiosos. Todavía a día de hoy existen muchas otras actitudes dañinas que asumen la existencia de un alma inmaterial mucho más allá del cuerpo.

Como indica el mismo Steven Pinker, todo esto «inscribe la tabula rasa, desclasa al salvaje noble y exorciza al fantasma de la máquina». Más que puntos de vista intelectuales son explicaciones primitivas basadas en el pensamiento mágico de que aquello que deseemos debe ser cierto. En cierto modo, la negación popular de la naturaleza humana es muy similar a la posición posmodernista hacia la ciencia en general: ambos proclaman una pared de separación entre sus ideas y aquello que el conocimiento metodológico pudiera llegar a alcanzar. Pero la realidad no tiene esas fronteras.
(The original article written in English here: The Ghost in the Machine)

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