La economía basada en recursos

La economía basada en recursos, también llamada economía post-escasez, economía de acceso u open source, es una propuesta osada. El mayor problema a la hora de definir el plantamiento de forma breve es que es más fácil decir lo que no es, las prácticas que rechaza. En cambio, una definición muy concisa sería esta: se trata de una puesta al día socioeconómica haciendo uso de la tecnología punta y los conocimientos contemporáneos por el bien de la humanidad. Se reconoce que la mayoría de los problemas sociales que nos atormentan hoy día y desde siempre son resultado directo o indirecto de la escasez (por verdadera limitación de recursos y por restricciones económicas) y ofrece como contra medida un cambio total desde la base misma de la estructura social: aunque el sistema monetario basado en la escasez, la competitividad y la mano de obra han servido su loable propósito, es evidente -por aspectos que comentaremos después- que sus días se acaban y que la sociedad ha de reestructurarse.

Debemos darnos cuenta de que vivimos en un mundo abierto, sin fronteras reales. Lo que hay son recursos y depósitos de energía por todas partes, todo ello dentro de un ecosistema que no podemos ignorar. Se necesita un sistema para cosechar y utilizar todo ello, teniéndolo bajo control de la forma más eficiente e inteligente posible, dejando de lado el sistema monetario y creando en cambio una economía basada directamente en los recursos. No deberíamos preguntarnos cuánto cuesta sino si tenemos los recursos.

Con ello, este sistema quiere dejar atrás las conductas competitivas perjudiciales que tenemos ahora y abordar el mundo desde un punto de vista basado en la información que podemos sacar de nuestro entorno de forma objetiva, haciendo uso de nuestros conocimientos tecnológicos para aprovechar los recursos de nuestro planeta; y para todo eso, se necesita un sistema específico. ¿Un gobierno, con la definición que tenemos del mismo a día de hoy? En absoluto. Esto ya lo expliqué brevemente en un artículo acerca del poder:
«Pero, ¿precisamos de un gobierno como lo entendemos hoy en día, de una cabeza controlando el sistema político establecido? No necesariamente: bastaría con un sistema económico (administración de bienes) informático supervisado por técnicos y científicos que simplemente se ocuparía de la gestión y organización de los recursos de la Tierra, de la construcción y de todos los demás fines meramente objetivos.

Al fin y al cabo, ¿qué más hay que decidir? ¿Gastos financieros, que es a lo que se reduce la política hoy en día, teniendo en cuenta que la guerra, las relaciones internacionales y la construcción de infraestructura pública también persiguen o se basan en fines económicos? En un mundo sin desigualdad social, en un mundo en el que el poder no recae sobre nadie, ¿para qué se necesita un sistema monetario?».
Estas ideas se materializan en la "economía basada en recursos", un diseño social puesto al día en lo que respecta a nuestros conocimientos: deja atrás todo el bagaje evolutivo de nuestra cultura y tradiciones y marca la línea en un "ahora, y hacia adelante". No se trata de una sociedad establecida sino emergente, dinámica, ya que ese es nuestro estado natural, y así es incluso hoy en día aunque el sistema de turno lo reprima.

Dicho de otra forma, el fin de la sociedad es seguir progresando. Nunca podremos llegar a la perfección, pero podemos tomar esa dirección en vez de crear una sociedad final de forma ficticia. Y es ficticia: los cambios ocurren lo queramos o no. A eso se le llama presiones biosociales: los grandes libertadores no lograron sus hazañas por si solos sino que las condiciones del momento lo permitieron; Abraham Lincoln no habría liberado a los esclavos en EE. UU. si las condiciones no hubieran pasado ya la necesidad de la esclavitud clásica.

En esta nueva economía todos los bienes y servicios están disponibles sin el uso de dinero, crédito, intercambio o cualquier otra forma de endeudamiento o servidumbre. El fin de este diseño social es liberar a la humanidad de las ocupaciones o profesiones repetitivas, mundanas y arbitrarias que no tienen relevancia real en lo que concierne al desarrollo social. También se alienta un nuevo sistema de incentivo que se centra en la educación, la conciencia social y la creatividad, en contraposición a los fines egoístas, superficiales y falsos de la adquisición de propiedades y poder que dominan hoy en día.

Al no haber comercio sino acceso, es obvio que la propiedad desaparecería, no porque un estado quiera controlar más su comercio, sino porque al no haber escasez la razón misma para la propiedad desaparece, y con ella la estratificación y la pobreza:
«Los cazadores tenían miles de fuentes salvajes de comida con la que subsistir. La agricultura lo cambió todo, creando una dependencia aplastante en unas pocas docenas de fuentes de comida... La agricultura permitió el almacenamiento de recursos excedentes y, por lo tanto, creó inevitablemente el almacenamiento desigual de los mismos, la estratificación de la sociedad y la invención de las clases. De ese modo permitió la invención de la pobreza» -Dr. Robert Sapolsky
La escasez de hoy en día se paliaría con sostenibilidad real. Al declarar a la Tierra y sus recursos patrimonio común de toda la humanidad no habría más invasiones territoriales, no necesitaríamos ejércitos y acabaríamos por no necesitar un cuerpo policial. Todo esto solo se necesita en una sociedad orientada hacia la escasez: hoy en día tenemos la tecnología, los recursos y el conocimiento suficiente como para resolver la mayoría de estos problemas. La idea de la sostenibilidad no debe tener más limite que el equilibrio entre nuestra supervivencia y la de nuestro ecosistema, al que podríamos denominar la cuarta familia de nuestro instinto de supervivencia: los tres primeros son nosotros mismos, nuestras familias y allegados, y finalmente la especie. El sistema ha de estar moldeado para permitirlo.

Cuanta menos capacidad de raciocinio tiene un animal, más se cierra sobre sí mismo para sobrevivir; no entiende la complejidad del entorno y por tanto su único medio para subsistir es sólo considerar vital su propia existencia. En cambio, muchos animales llegan a actuar a largo plazo instintivamente al proteger a la familia y a la especie. Sin duda, nosotros podemos darnos cuenta de que dependemos del ecosistema a largo plazo, sobre todo si lo explotamos así. Pero debemos proteger el entorno de verdad, sin barreras económicas.

Por ejemplo, pensad en el tremendo gasto de recursos que causa el comercio de importación y exportación: actualmente, importamos productos desde Sudamérica o Asia, y en materia de recursos el transporte lo hace mucho más "caro", aunque teniendo el sistema monetario como base sea más rentable (de forma ficticia, ya que nos pasará factura), por lo poco que pagan a los trabajadores en esos lugares, entre otros factores.

Tal gasto de recursos es absolutamente innecesario. El transporte de recursos a largas distancias debe reducirse al mínimo: hasta donde sea posible, las ciudades deberían funcionar como pequeños mundos auto suficientes, con lo que el transporte de recursos solo tendría cabida en casos realmente necesarios. No habría duplicidad innecesaria de productos, no habría obsolescencia planificada (ni percibida), y tampoco tendríamos la inmensa cantidad de desperdicios que vemos a día de hoy: sería un sistema realmente sostenible.

Aquí salen a relucir los dos únicos puntos que merecen la pena discutir. No me molestaré en responder a las acusaciones patéticas que etiquetan al modelo económico de comunismo, colectivismo, anarquismo o nuevo orden mundial (o anti-nuevo orden mundial, qué más dará). En todos estos sistemas económicos, políticos e ideológicos se emplea alguna clase de sistema monetario y su inherente sistema de valores competitivo, aunque sea en métodos primitivos de intercambio como en el anarquismo (que, por lo demás, tiene puntos en común con esta propuesta económica). En este nuevo sistema lo que habrá será acceso, con la única frontera natural: la capacidad portante de la Tierra y sus recursos.

Pero no es el dinero en sí con lo que la gente más razonable tiene un problema, sino con lo que llaman "naturaleza humana". Y he ahí el quid de la primera cuestión. Aunque muchos nos siguen hasta aquí, tarde o temprano suelen sacar la bandera de «Sí, una utopía muy bonita, pero el ser humano es corrupto por naturaleza, así que obviamente corrompería este sistema».. Aquí asoma su cola la supuesta guerra perpetua entre la naturaleza y la sociedad; lo innato y genético versus lo que aprendemos del entorno; lo que los angloparlantes llaman "nature vs nurture" o naturaleza vs formación. No existe tal cosa: lo que aprendemos y las disposiciones que dictan nuestros genes están estrechamente entrelazados; es evidente que los genes marcan nuestro desarrollo, pero también los afecta el entorno. No hay separación posible. Científicamente no hay guerra, no hay "versus": aquellos que lo afirman han adoptado un vocabulario científico y mantenido el antiguo dogma dualista de maldad y bondad natas.

Es muy cierto que la economía de acceso no funcionaría sin una "terapia social" previa. Al contrario de lo que muchos creen, no es imposible sobreponerse a las ideologías y dogmas tradicionales que la cultura establecida ha esculpido en piedra como finales. Me temo que los que piensan que el ser humano es de naturaleza completamente fija y rígida están muy equivocados: la conducta humana no es inmutable. Este punto es muy importante, ya que según dicho dogma, si el ser humano es inmutable, también lo es la estructura social y cultural.

Pero veamos, ¿qué es la cultura? Nada más y nada menos que un conjunto de actitudes, valores, fines y prácticas compartidas que caracterizan a un grupo. Nuestras distintas lenguas, estrategias sociales de supervivencia, percepción de la belleza, tradiciones que perpetuamos, mitos urbanos... todo ello da forma a nuestro pensamiento y personalidad, todo ello existe a raíz de la cultura y sociedad en la que nacemos. Y, si bien nunca hemos tenido abundancia y por ello nunca se ha hecho algo similar a lo aquí propuesto, todos esos aspectos de la cultura sí que han cambiado a lo largo de la historia.

Todo lo que pensamos y decimos se nos ha presentado primero de alguna forma, todo es una acumulación de experiencias. Eso sí, la ya indicada relación entre la naturaleza y la experiencia no significa que no estemos "cableados" de una forma específica: sí tenemos imperativos biológicos. Por mucho que intentes enseñar a hablar a un gato, este no lo conseguirá; igualmente, tenemos predisposiciones egocéntricas. La cuestión es como aprovecharse de ellas en verdadera igualdad social. Por desgracia, las predisposiciones biológicas se han malinterpretado como conductas genéticamente impuestas. Esa es la percepción de los medios respecto a la biología de conducta: encontrar el "gen criminal" y así justificar que podemos ser «malvados por naturaleza». Esto no es más que una forma extremadamente simplista de explicar el comportamiento humano, no muy diferente de la dualidad del del bien contra el mal que nos llega tradicionalmente de pensamientos supersticiosos primitivos. Así que en este caso, el gen ha sustituido al demonio que poseía a la persona haciéndola malvada y sin control sobre sus acciones.

En cambio, esto no es así. Los genes son en efecto imperativos en algunos casos, pero no causan conductas realmente. Como dijo el Dr. Robert Sapolsky:
«Los genes rara vez se tratan de inevitabilidad, especialmente en cuanto a los humanos, el cerebro o la conducta. Se tratan de vulnerabilidades, propensiones y tendencias».
Al final, la genética produce propensiones, pero es el entorno el que las dispara, sobre todo en el campo de la conducta. Que tengas el gen de la depresión no significa que vayas a deprimirte: debe haber un estrés en el entorno para que la predisposición a la enfermedad se dispare. No hace mucho que se ha desechado la idea de que la testosterona lleva a la violencia per se; son hechos relacionados entre sí, pero por mucha testosterona que tengas en el cuerpo, si nada te lleva a comportarte de forma violenta, la testosterona no se disparará.

De hecho, ocurre también que el entorno sobrescribe las predisposiciones que siempre se habían considerado elementos "de serie". En un estudio extirparon un gen clave para el sistema neurotransmisor de un ratón, centrándose en el aprendizaje y la memoria, dejándole así en un estado grave de retraso mental. En cambio, después de meterle en un entorno altamente estimulante, con el tiempo el ratón se sobrepuso a muchas de sus discapacidades de aprendizaje. Parece un ejemplo demasiado específico, pero esto significa que -siempre y cuando haya una base intacta sobre la que construirlos- un entorno adecuado es capaz de recuperar ciertos caminos neuronales.

Dicha explicación sirve para la conclusión: la experiencia dicta a las disposiciones naturales y si podemos cambiar también puede hacerlo la sociedad, con la "terapia social" apropiada. La excusa de la "naturaleza humana" no es válida porque los seres humanos no somos inherentemente avariciosos, competitivos o corruptos; simplemente, nuestro instinto de supervivencia nos puede llevar a hacer cualquier cosa si existe la necesidad, si hay escasez. En cambio, con abundancia, nada de eso existe, ya que las propensiones no se disparan.

Es difícil sobreponerse a estas tendencias sociales, pero si podemos incluso -con mucho tiempo y esfuerzo- modificar lo que consideramos innato, la educación adecuada puede ocuparse de enseñar estos nuevos valores e ideas sin demasiada dificultad. Basta con aprenderlos antes de que la degeneración del sistema actual nos afecte demasiado. Incluso entonces, es posible dar la vuelta al asunto; simplemente, es más difícil.

Tengamos en cuenta entonces que, con la desaparición de estas tendencias de conducta aberrante, es obvio que el sistema legislativo desaparecería debido a su inutilidad; una vez establecidas en la práctica las bases para este nuevo sistema, dejaría de haber leyes para ser sustituidas por un sistema de conducta no necesariamente estricto. Las leyes funcionan como parches y vendas imponiendo castigos por ciertas conductas, cuando lo lógico sería buscar la causa de dichas conductas y centrarse en arreglarlas. Las "leyes" estarían basadas en aspectos objetivos y mensurables. Por ejemplo, la sostenibilidad, la comprensión de la conducta humana y la relación natural recíproca entre todos los seres vivos y el entorno.

¿Las consecuencias de esta clase de educación? No solo desaparecería el sistema legislativo, sino con él -obviamente- el sistema jurídico y penitenciario. Aunque todo esto se puede dar por hecho en cierto modo, ya que hemos dejado claro que no habría gobierno alguno para poder controlar estas instituciones, muchos no atisban a comprender, por ejemplo, qué haríamos con los presos. Y el problema de esa pregunta es que se plantea desde un punto de referencia muy superficial: la pregunta no es «¿Qué haríamos con la población reclusa?» sino «¿Cómo podemos evitar que haya población reclusa?».

Pues bien, teniendo en cuenta que la gran mayoría de delitos e incluso crímenes los causa el dinero o las drogas, no es difícil de planteárselo. El resto se limitaría a individuos con problemas mentales, que ni siquiera deberían estar en una prisión sino en un centro de educación o tratamiento psiquiátrico. La aseveración de que la desigualdad económica causa la mayoría de crímenes recibe una sola réplica: ¿qué hay de la violencia por celos y otras emociones relacionadas con el ego?

Antes de nada dejemos claro que en EE. UU. alrededor del 90% de convictos y delincuentes lo son por razones directamente monetarias. De hecho, más de la mitad de los delincuentes lo son por narcóticos. No solo no son violentos; no es un acto criminal ni una ofensa ética: un adicto a la heroína no está robando ni matando a nadie aunque, como cualquier clase de adicto, podrá recurrir a la violencia si no puede conseguir su dosis, lo cual tiene más que ver con la ilegalidad de las drogas y la desigualdad económica que con el individuo.
«Cuando pregunto a los reclusos con los que trabajo por qué han asaltado a alguien, siempre me dicen lo mismo: "me faltó al respeto". [...] Aun no he visto ningún acto grave de violencia no provocado por la experiencia de sentirse avergonzado y humillado, faltado al respeto y ridiculizado, y que no representara un intento de prevenir o deshacer la pérdida de fe en sí mismo, sin importar el castigo, incluso si incluye la muerte. No podremos comprenderles si no nos damos cuenta de que realmente prefieren matar o herir (a otros o a sí mismos) que vivir sin orgullo, dignidad y amor propio. Literalmente, prefieren la muerte al deshonor» -James Gilligan
En otras palabras, existe una condición ambiental muy potente: nuestras nociones de humillación, respeto y ego están anticuadas y el sistema socioeconómico actual no está ayudando. Hará siglos que el intelecto humano pudo superar el dualismo: no se pueden ignorar las causas de la conducta criminal y presumir que son "malvados".

Antes he dicho que suelen salir a la luz dos formas de intentar rebatir estos argumentos una vez llegados a cierto punto, pero el segundo no es realmente una refutación, sino una duda, una pregunta que precisa de lo ya tratado para recibir una buena respuesta, la cual es, a su vez, vital para comprender al completo la economía post-escasez. La gran pregunta es: «¿Qué haré yo en esta sociedad?»

Para responder, profundizaré en el nuevo sistema de valores y prácticas adecuadas que he comentado anteriormente, y añadiré aún más peso a la gran duda del destino de las profesiones: la automatización. Aunque ya hemos comentado de pasada la importancia de la tecnología en el nuevo sistema, no está de más recalcar que la creciente automatización acabaría por hacerse cargo del primero, segundo y tercer sector de ocupación.

¿Suena utópico? La curva exponencial de este avance parece indicar que ocurrirá tarde o temprano: en los últimos cien años, el crecimiento de la producción en los dos primeros sectores ha ido creciendo a la par que la automatización se abría camino, mientras que el desempleo acrecentaba peligrosamente. A este concepto tan terrible para los economistas se le conoce como "desempleo tecnológico", y muy pronto nos llevará a un dilema irresoluble dentro del sistema actual: todos esos trabajadores han ido a parar al tercer sector, pero ahora que este empieza a automatizarse también, ¿a dónde irán a parar? A ninguna parte.

Hay quién dice que el tercer sector nunca desaparecerá del todo; y es cierto, no lo hará ni en este ni en ningún otro sistema, en cierto modo. No del todo. En cambio, muchos más trabajos de los que la mayoría cree podrían automatizarse hoy mismo; no digamos ya si se diera vía libre al progreso científico sin el obstáculo de la financiación de laboratorios. Las máquinas pueden ocupar la mayoría de nuestros trabajos de manera más rápida, eficiente y menos problemática, por no hablar de que una inmensidad de profesiones dejarían de tener sentido en un sistema no monetario. Empresarios, abogados, políticos y fuerzas militares y de seguridad acabarían desapareciendo por su redundancia.

Las secuelas del desempleo tecnológico serán catastróficas si no nos planteamos seriamente un cambio radical de sistema. Tenemos que entender que, según el pensamiento actual, en el ámbito socioeconómico los trabajadores son solo consumidores: si no pueden comprar, se vuelven figurantes inútiles en la cadena de consumición. Cuando se dice que «la oferta ha cubierto la demanda», la gran mayoría pobre del mundo no entra en la ecuación, ya que no tienen poder adquisitivo y por lo tanto no pueden «demandar» nada.

Pero, entonces, ¿por qué no evitan las empresas o los gobiernos que ocurra una catástrofe? Porque ellos piensan a corto plazo, y a corto plazo la automatización supone un crecimiento colosal de la producción y productividad: las maquinas no requieren tantos cuidados como los humanos, trabajan con más eficacia y su constancia de trabajo es virtualmente impecable; una ganga que no ignorarán (y no ignoran), y menos aún cuando no parecen tener que preocuparse demasiado por el desempleo tecnológico al tener en mano el tercer sector... hasta que sea demasiado tarde y el desempleo sea tan aplastante que, sin suficientes consumidores, la economía se derrumbe definitivamente.

Supongamos que ante el crash se propone este nuevo sistema de gestión (tanto social como individual) como una solución tangible, en vez de parchear el sistema como se ha venido haciendo en los últimos años. Antes planteaba vagamente la noción de que sin sistema monetario todas las ocupaciones que tenían que ver con el mismo desaparecerían, además de otros que no tendrían lugar en una sociedad más sana; y ahora añadimos el peso de la automatización y el desempleo tecnológico que causa. Así que volvamos a la gran pregunta: ¿qué haríamos en una sociedad sin -presuntamente- ocupaciones? ¿Cuál sería nuestra utilidad? ¿Como ocuparíamos nuestro tiempo?

Debemos tachar la noción tan mediatizada de que nuestro trabajo nos define, de que este nos proporciona una utilidad como seres vivos. No somos la figura material tras un puesto de trabajo. El sistema laboral actual se mantiene con la humillación y la sumisión, lo cual no solo daña la salud mental del trabajador sino que no impulsa la productividad y la eficacia en trabajos que requieran habilidades intelectuales y creativas.

Y no, tampoco nos define lo que compramos y consumimos. Esta parece una afirmación habitual, pero ni siquiera los que lo mantienen suelen darse cuenta de las ramificaciones del consumismo. En una economía basada en recursos no hay propiedad ya que el sistema se basa en el acceso: la duplicación de productos disminuye dramáticamente y, por tanto, el consumismo no tiene por qué impulsarse. Los automóviles se usarían al menos dos tercios menos debido a la proliferación del transporte público y compartido. El concepto del acceso es similar a cómo funcionan las bibliotecas: si necesitas algo, lo coges prestado. Y, dado que en este punto no hay escasez y se aplica un respeto social implícito, las bibliotecas no están desvalijadas. Ocurriría lo mismo con todo lo demás.

Dicho esto, es evidente que en una sociedad con un interés esclarecedor y creativo como base la gente se inclinaría por ocupar su tiempo en la investigación científica de cualquier campo y en cualquier forma de arte; dichas manifestaciones de la actividad humana tomarían un cauce mucho más desinteresado y creativo sin el incentivo económico de por medio. Además, de este modo nos libraríamos de las infinitas repeticiones y copias faltas de inspiración de tantísimas obras, de conocimientos científicos filtrados por ideas primitivas para el vulgo supersticioso (de nuevo, el «gen del mal» como causante absoluto), y muchas otras desfiguraciones que las artes y las ciencias padecen hoy día.

Respecto al mérito de la autoría tan romántico y dieciochesco que ha desencadenado en los derechos de autor debo decir que llegará un día en el que habremos renunciado a la propiedad como la entendemos actualmente y entenderemos que nuestras ideas no son del todo propias sino que son el producto de una acumulación de experiencias y aprendizaje. Como dijo Sir Isaac Newton (apropiadamente citando a otro individuo, Bernardo de Chartres), si pudo llegar tan lejos fue porque se había apoyado en los hombros de gigantes. De nuevo, no olvidemos que no estamos solos en este planeta: acapararte las ideas que se te han ocurrido no es muy diferente a embotellar y vender el aire que todos respiramos.

Pero estoy seguro de que habrá surgido aquí otra duda al hablar de artistas, técnicos, educadores y científicos que trabajan por el placer de trabajar; ni más ni menos, una pregunta que subyace del tema de las ocupaciones, conectada además a la convicción errónea de la naturaleza humana como factor absoluto: el incentivo. En efecto, muchos habrán sacado de nuevo el cartel de "PELIGRO: ¡Utopía en camino!", y teniendo en cuenta la gran contaminación de esta noción por el punto de vista mediatizado, no les culpo. Hay que comprender un punto muy importante: sí, los sistemas económicos tales como el capitalismo mantienen que para el progreso de una sociedad sana ha de haber un gran incentivo: el ánimo de lucro. Si esto fuera cierto, y como ya dijo Churchill acerca de la democracia, el capitalismo sería «el peor sistema, a excepción de todos los demás».

Es una suerte entonces que eso no sea cierto: el ánimo de lucro no es el único y ni por asomo el mejor incentivo. Al fin y al cabo, los mayores descubrimientos de la ciencia no se han hecho por el afán de enriquecerse, sino por la curiosidad natural del ser humano, esa característica que todos compartimos al nacer y que esta sociedad tiende a aplastar y despilfarrar en la mayoría de nosotros, convirtiéndonos en parte de la masa que se deja llevar por la corriente. No es culpa de ningún individuo; el sistema de valores actual nos fuerza a querer dinero porque lo necesitamos para vivir, así que nos aprovechamos de ello como podemos.

En cambio, si desde la misma base del sistema social se alentara -como ya hemos dicho- al espíritu creativo y de investigación, estaríamos rodeados de incontables Leonardo da Vincis, al menos en intención y esfuerzo. De todas formas, aunque ciertamente hay quien nace con más facilidad para aprender y ejercitar ciertos aspectos de la inteligencia, la gran mayoría tenemos básicamente la misma capacidad nata; luego están los pocos que se encuentran por debajo o encima de la media. Pero son muy pocos. A la curiosidad, ese incentivo inherente del ser humano (recordemos que el ánimo de lucro no es un deseo nato sino el subproducto de una necesidad primitiva), lo acompaña esa otra característica que todos compartimos: el instinto de supervivencia. Se trata del único instinto absoluto del que subyacen muchas otras propensiones sociales. Podría decirse que el afán por sobrevivir (primero uno mismo, luego los más allegados) es el único "egocentrismo nato" y no social.

Esa conciencia del «yo» es lo que algunos entienden al leer respecto a este modelo; y otros entienden justamente lo contrario, que se trata de un intento de "mente colmena", por así decirlo. La verdad es que ambos conceptos son inseparables, y por eso mismo suponen un gran incentivo a la hora de llevar a cabo una economía basada en recursos: lo que tú crees o descubras como individuo, ya sea una obra de arte o un avance científico, te satisfará a ti como individuo, pero la apreciación que tendrás por la sociedad en tal sistema (la relevancia social) te llevará a querer compartir tu idea con los demás; si creas algo que mejora tu vida en algún aspecto, lo compartirás, pero no por una "bondad" mágica sin causa, sino porque te interesa para sobrevivir como individuo, como miembro de tu entorno próximo y especie, y también como ser vivo que afecta al entorno que te rodea. En otras palabras: tu egocentrismo nato se extiende cuando el razonamiento te lleva a concluir que, de una forma u otra, en tu ego no solo estás incluido como individuo sino también los demás y el entorno, de los que dependes para tu supervivencia personal, tanto a corto como a largo plazo.

Si conseguimos actuar como un solo organismo en sociedad sin perder nuestro individualismo a nivel personal conseguiremos que el sistema de valores recíprocos e igualitarios propuesto florezca; no se trata de un sueño imposible, sino de un sistema tangible, organizado de tal manera que se tienen en cuenta nuestros conocimientos contemporáneos y con el firme fin de seguir progresando. Recalco que no se trata de una utopía, ya que ni por asomo es un sistema perfecto y sin duda aparecerían nuevos problemas; lo que ocurre es que, simplemente, este sistema es más efectivo y muchísimo menos neurótico.

En el futuro encontraréis en "Artículos destacados" aclaraciones de varios conceptos económicos, técnicos y sociales: lo aquí expuesto es la versión condensada de la perspectiva socioeconómica plasmada por todo "Ciudadanos del Mundo".