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Caminante no hay camino

El 20 de mayo en Donostia el compañero de "Ciudadanos del Mundo" Borja Oyón se ocupó de presentar un orden del día muy emotivo en la asamblea en pos de una democracia real, y ayer día 21 su intervención fue aun mayor, siendo el primer hablante. Aportó la lectura de un texto propio que, si bien fue redactado en octubre de 2010 como un gran artículo llamado "Caminantre no hay camino" para quejarse de lo adormitada que está la sociedad, es irónicamente aplicable a esta situación en la que los ciudadanos han despertado por fin.


Sin duda, es todo un ensayo que disfruté leyendo en su momento y al que si no recuerdo mal aporté esa cita de José Pablo Feinmann y un par de referencias pomposas sobre la filosofía crítica de Descartes y sobre la obra de James Whyte con aquello de "presas perfectas para los que quieren nuestros votos, dinero o devoción".

Gracias al invento llamado Internet, ya no me tendré que limitar a leer el artículo en la red: ahora podré escuchar un extracto salido de la misma voz del que lo redactó. Sin duda, lo agradezco personalmente teniendo en cuenta que no pude asistir al momento, y también para que quede constancia de su lectura y de los posteriores aplausos y clamores:

Qué difícil es seguir adelante cuando no puedes evitar que te destrocen las miradas de extrañeza que te echan por no seguir el camino predeterminado en esta sociedad establecida. Pero no hay vuelta atrás: nos toca un camino largo y duro a aquellos que despertamos del ensueño del "pequeño mundo" y vemos más allá de la telebasura, la educación negligente y otros aparatos de atontamiento social que antes nos dejaban vulnerables, presas perfectas para los que quieren nuestros votos, dinero o devoción. Como ya dijo José Pablo Feinmann:
"Hay un momento en el que usted dice: "¡Esto no va a más!". Pero ojo, porque a partir de ese momento, usted está solo. Usted está solo. Y va a tener que apechugar con ello. Va tener que hacerle frente. Y eso es una actitud filosófica. Pero es muy difícil, porque a partir de ahí deja de pertenecer a la manada y comienza a pertenecer a usted mismo. Y cuando eso ocurre, ya no tiene justificaciones, ya no puede distraerse; tiene que elegir, y usted va a ser el responsable de cada una de sus elecciones".
El camino es en ocasiones demasiado duro, ya que a día de hoy todavía somos pocos los que compartimos este trayecto repleto de incertidumbre. No es una perspectiva atractiva, pero Descartes tenía razón al preguntarse qué haríamos sin esa incertidumbre, sin esa duda, sin esa disconformidad: no se puede pensar críticamente ni tener la mente libre si no dudamos primero, si no nos preguntamos si las cosas no son siempre como dice la intuición, como afirma una figura autoritaria o como cree la mayoría, todas ellas falacias en las que cae la gente a diario; de hecho, en esos tres pilares se basa su adormecimiento. Al final, cada uno lleva su mundo a las espaldas y sus pensamientos como bandera. Si me preguntasen qué representa mi bandera, probablemente no diría más qué: "Cuando llegue el momento de decir adiós, poder afirmar con total seguridad que el viaje ha merecido la pena". Pero, como he dicho, cada uno lleva su mundo a las espaldas y por tanto tiene ideas distintas. En realidad, lo único vital es tenerlas; la esencia de la vida es pensar.

(Leer artículo completo)
Por supuesto, ayer hubo eventos similares y mucho mayores por todo el país y también internacionalmente. Ni más ni menos, en el punto central de la protesta, la Puerta del Sol de Madrid, hubo aproximadamente 28.000 personas. Hoy ya es 22 de mayo, día de las elecciones municipales en todo el Estado y también de las elecciones autonómicas en trece de las diecisiete comunidades. Todos querríamos levantarle el dedo medio a los partidos mayoritarios y al sistema político en sí votando en blanco o absteniéndonos. Por desgracia, ya hemos tratado por qué eso es una muy mala idea: tal y como están las reglas del juego, la única elección realista para mostrar el descontento con el statu quo es votar al partido minoritario que más nos plazca. Mañana ya se sabrá si este movimiento ha servido de algo.

Concentración en Donostia

Ayer 20 de mayo en Donostia-San Sebastián hubo una asamblea ciudadana por la movilización en pos de una democracia real, junto con más de trescientas otras ciudades por todo el país. Tras la asamblea, presentada por Borja Oyón, co-fundador de "Ciudadanos del Mundo", se crearon varios grupos de trabajo que presentaron propuestas en varios ámbitos: el Sistema Económico, Sistema Político, Educación, Trabajo, Medio ambiente y demás.


He aquí un extracto del orden del día presentado por Borja Oyón:
Para todos aquellos que no nos conozcan, somos un movimiento que, arraigado en la más profunda indignación, ha aflorado en forma de acampada. No solo aquí: hoy a la mañana el número de acampadas rondaban alrededor de las ciento ochenta; ahora, para las siete de la tarde eran más de trescientas veinte. Y desde lugares tan dispares como India, Siria, Tokio, China, EE. UU., México y Nueva Zelanda nos mandan un mensaje: no estamos solos. Medios de comunicación del calibre del Wall Street Journal y la CNN se han hecho eco de ello, demostrando una vez más que la mayor de las fuerzas son las ideas y las ganas de cambiar las cosas.

Motivo de ello es esta asamblea, máximo exponente de la voluntad de expresión de la ciudadanía. El fundamento de la asamblea será el siguiente. Existe un orden del día que se seguirá tanto en el aspecto del voto, como del tiempo, del tema y de su exposición, moderado todo ello por un compañero al que se respetará y se ocupará de otorgar la palabra para una correcta evolución del evento.

Incidiendo una vez más en nuestra voluntad por escuchar a los Sin Voz, después de la asamblea comunitaria se procederá a organizar grupos de tema libre para que nos expresemos e informemos sobre el porqué de de nuestra protesta. [...]

Dicho esto, se pasará a iniciar la asamblea. Utilizad vuestra más poderosa arma: la palabra.
Sólo puedo atestiguar por aquellos dedicados al sistema económico, pero diría que los grupos de trabajo funcionaron adecuadamente. En el caso de las propuestas para reformar el mundo financiero y buscar alternativas al consumismo (que no al consumo), la mayoría de los participantes ofrecieron propuestas tangibles. Personalmente, me alegró mucho que la mayoría conociera y apoyara conceptos tan marginales en la política como el "decrecimiento sostenible" ante el crecimiento infinito del capitalismo (imposible en un planeta finito) y el problema de la "obsolescencia programada", que debe paliarse con un reciclaje de diseño y con producción modular. Por otro lado, hay que admitir que entre las propuestas inteligentes había mucho romanticismo sinsentido y sentimientos anti-sistema sin alternativas.

Hoy habrá otra asamblea y con suerte así seguirá incluso después de las elecciones.

Olvidados

En un articulo anterior hacía referencia a las experiencias empáticas vividas en los bares y otros lugares de reunión donde se pueden encontrar verdaderas almas en pena, caminando de forma errática, sin sentido alguno en esta sociedad, buscando una felicidad que a ellos nunca se les ofreció. Aunque, como todos en este primer mundo, siempre he sido consciente de la existencia de esta clase social, pocas veces a lo largo de mi corta vida he observado realmente a este grupo al margen del que nosotros conocemos: la sociedad de los olvidados.

Aunque este mundo vive en el mismo plano físico que el nuestro, ya que la globalización no ha polarizado por completo a los países ricos de los pobres, figuradamente es justo decir que viven en su propio tercer mundo. Se trata de un plano paralelo que se rige por sus propias normas y códigos civiles, si bien estos no tienen más relevancia en el Congreso de los Diputados que la que tendría un libro infantil. Esa realidad oculta que nos hace sentir incómodos (pero no ya escandalizados, gracias a la televisión) es la que en ocasiones consigue remover y despertar de tan profundo sueño a ese pepito grillo que llevamos todos dentro; una realidad a la que no nos dignamos ni a mirar, por mucho de que se nos presente día tras día. No hay excusa: para verlo no hace falta irse hasta África. Las siguientes líneas van destinadas a que la próxima vez que salgáis de casa observéis en vez de simplemente 'ver', para así daros cuenta de que no todo marcha tan bien como parece.

Observad a los invisibles:
El sol se pone en una ciudad cualquiera y las farolas pueden descansar tras otra noche de trabajo dando un uniforme tono anaranjado a todas las calles. La gente regresa a sus casas, el asfalto se despeja de ruidosos coches y autobuses, y solo se escuchan las voces los más rezagados. De pronto la ciudad se sume en una calma agradable. Todo va bien. Ciudadanos, podéis iros a dormir bajo vuestras sabanas calientes. Buenas noches a todos.

Pero, ¿a todos? No: desde la calle, una mirada de ojos vidriosos ajados por años de alcoholismo observan con verdadera envidia cómo la última luz de una fachada se apaga.
"Cuanta felicidad" -piensa- "pero, ¿dónde está la mía?". Se rasca la cabeza y la barba. Los piojos se están cebando con él. Continúa empujando su casa, que cabe en un carro de supermercado. Mira a su alrededor en busca de un lugar para pasar la noche, y deduce que un cajero será la mejor opción. Si no le echan a patadas.

Monta los cartones de la forma más digna que sus dedos llenos de sabañones le permiten y entre tragos de vino y alguna calada narcótica trata de huir de su realidad nocturna, tan lejana para unos y tan dura para otros. Su mente se nubla pero sigue sintiéndose mal. Otro trago y ya está algo mejor. Algunas caladas y se encuentra cada vez más lejos de allí. Un último trago y ya duerme.

La paz inducida por el sueño es el único respiro donde refugiarse de esa locura; jamás le quitarán el recoveco en el que se encuentra con las memorias de una vida pasada, ya muy lejana, en la que él también era un ciudadano con casa, mujer, trabajo e hijos... pero qué lejos quedaba todo aquello.
Nada tiene de único este personaje. Muchas son las vidas desperdiciadas en la colmena en la que vivimos; con un ensordecedor silencio si te dedicas a escuchar y observar, una multitud de cuerpos sucios, bocas desdentadas y ciudades de cartón deambulan por el pavimento que para nosotros es calle y para ellos su único refugio, su último hogar.

Caminante no hay camino

En nuestro presente hay más de lo que nadie pudiera escribir en una sola vida. El resto no es más que un futuro incierto que condiciona nuestra forma de pensar y un pasado inmutable: días en blanco y negro con el marco más humilde que poseíamos, la inocencia; paginas amarillentas que releemos con la esperanza de que digan algo nuevo aunque siempre encontremos lo mismo una y otra vez.

En busca de un futuro más prometedor, suelo salir a la calle a pasear mientras miro con atención a las nubes, anhelando que desaparezcan, deseando que el tiempo conceda una tregua a su avance inexorable y que vuelva el color a las aceras, a la gente y a los ojos de los jóvenes que nos miramos como extraños.

Quizás los pocos años que llevo a mis espaldas me han recompensado con un poco de experiencia para el trayecto: me doy cuenta de que el mayor daño causado a la sociedad no es su esclavización, sino el paso crucial previo de dejarla adormecida, de arrancar el color de nuestras retinas. Pocos son los ojos que miro y reflectan ese furor por cambiar el mundo, amándolo y odiándolo al mismo tiempo por lo que es y podría ser respectivamente, y ese único fin de crear pequeñas maravillas que eleven el alma hasta el infinito aunque luego haya que dejarlas caer y volver al mundo real.


¿Qué causa esas miradas grises propias de muertos vivientes? Primero está la televisión basura y todo entretenimiento que no te erice los pelos de la nuca, que no te llene de adrenalina o que no cree placenteras conexiones neuronales en tu cerebro; luego están las drogas, que sólo en manos de jóvenes sin rumbo se convierten en realmente peligrosas; y finalmente una educación pésima que deja a los niños repletos de pura información, inútil si no se les enseña además a pensar. Toda esta contaminación física y mental persigue y erradica a los menos expuestos a la concienciación social, eliminando la inquietud de explorar el mundo que nos rodea para llegar a entenderlo, y sustituyéndolo por la aceptación del mismo sin pregunta alguna.

La imaginación que nos hacía volar de niños es solo un lastre a la hora de intentar crecer demasiado deprisa para hacerse respetar, lo cual ocurre solamente por la obsesión de ésta cultura con la opinión que los demás tengan de nuestra apariencia. El mundo hostil y competitivo en el que nos hemos visto forzados a crecer exige el abandono de cualquier rastro de inocencia e imaginación para evitar ser devorados por una sociedad pasivo-agresiva.

Qué difícil es seguir adelante cuando no puedes evitar que te destrocen las miradas de extrañeza que te echan por no seguir el camino predeterminado en esta sociedad establecida. Pero no hay vuelta atrás: nos toca un camino largo y duro a aquellos que despertamos del ensueño del "pequeño mundo" y vemos más allá de la telebasura, la educación negligente y otros aparatos de atontamiento social que antes nos dejaban vulnerables, presas perfectas para los que quieren nuestros votos, dinero o devoción. Como ya dijo José Pablo Feinmann:
"Hay un momento en el que usted dice: "¡Esto no va a más!". Pero ojo, porque a partir de ese momento, usted está solo. Usted está solo. Y va a tener que apechugar con ello. Va tener que hacerle frente. Y eso es una actitud filosófica. Pero es muy difícil, porque a partir de ahí deja de pertenecer a la manada y comienza a pertenecer a usted mismo. Y cuando eso ocurre, ya no tiene justificaciones, ya no puede distraerse; tiene que elegir, y usted va a ser el responsable de cada una de sus elecciones".
El camino es en ocasiones demasiado duro, ya que a día de hoy todavía somos pocos los que compartimos este trayecto repleto de incertidumbre. No es una perspectiva atractiva, pero Descartes tenía razón al preguntarse qué haríamos sin esa incertidumbre, sin esa duda, sin esa disconformidad: no se puede pensar críticamente ni tener la mente libre si no dudamos primero, si no nos preguntamos si las cosas no son siempre como dice la intuición, como afirma una figura autoritaria o como cree la mayoría, todas ellas falacias en las que cae la gente a diario; de hecho, en esos tres pilares se basa su adormecimiento. Al final, cada uno lleva su mundo a las espaldas y sus pensamientos como bandera. Si me preguntasen qué representa mi bandera, probablemente no diría más qué: "Cuando llegue el momento de decir adiós, poder afirmar con total seguridad que el viaje ha merecido la pena". Pero, como he dicho, cada uno lleva su mundo a las espaldas y por tanto tiene ideas distintas. En realidad, lo único vital es tenerlas; la esencia de la vida es pensar.

Por muy terrible que parezca caminar en soledad, nada supera a ver cómo algunos viandantes deciden abandonar el viaje. Se quedan sin fuerzas y se dejan llevar por la corriente. No los culpo: sólo son una víctima más, otra mirada que se apaga dejando para los locos la sobrecogedora experiencia de descubrir el mundo y, sólo quizás, también la posibilidad de cambiarlo. De todas formas, seré sincero: me cabrea pensar en aquellos compañeros que vieron cómo eran las cosas y no pudieron seguir adelante. Por supuesto, eso no quita que en el fondo solo quiera desearles un buen viaje por lo que significaron para mí: espero que el contento narcótico con el que ellos se conforman les traiga al menos una versión -si bien superficial- de la paz que en su día buscamos todos juntos.

Bares & Empatía

Desde que estoy de vacaciones tiendo irremediablemente a frecuentar estos lugares, pequeños remansos de paz donde sedar la rutina, el dolor de un amor no correspondido o simplemente buscar que los días pasen lo suficientemente rápido como para no ser consciente del arduo paso del tiempo, con la vaga esperanza de poder hacer oídos sordos al atronador "tic-tac" del reloj.

Cuando tomo asiento, simplemente suelo dedicarme a observar y escuchar, dos de las acciones que mas sabiduría otorgan en esta vida. Es entonces cuando me sorprendo de la forma en la que nos aísla la 'burbuja social', causante de que nuestra percepción ignore las realidades ajenas: obviamente, cada persona tienes sus problemas, pero existen aquellos cuyos sufrimientos deberían incumbirnos a todos.

En cambio, con ayuda de propagandas de individualismo barato definido por el consumismo y de ideologías basadas en 'el interés propio al servicio del bien común' (una de las grandes paradojas de Adam Smith), nos hemos aislado del mundo. Y así, el ser social de nuestro interior muere poco a poco, mientras lo único por lo que se nos pueda considerar "únicos" sigue sin ser más que humo, pues todos formamos parte de la misma masa.


En dichos lugares de almas en pena, se pueden ver infinidad de personajes divagando entre las lúgubres luces de la barra, buscando ese "algo" que propicie la máxima satisfacción inmediata que les promete la televisión, inexistente por desgracia, y menos aún en el fondo de un vaso. Se puede observar al señor que lleva treinta y cinco años trabajando en una fábrica sin saber muy bien por qué: los días pasan en rutina y las máquinas aplastan sus sueños como se hace con esas planchas de metal que serán cacerolas doce horas después en China. El sistema lo ha atado con las cadenas de la nueva esclavitud y los días vacíos le van matando, a sabiendas de que en un par de años se jubilará y pasará a ser una carga más para la sociedad, de la que el sistema no tardará demasiado en desprenderse: en tiempos de crisis, los servicios sociales (entre ellos las pensiones) son las primeros en desaparecer.

Otras veces entablo conversaciones en plena ensoñación etílica con alguien que solo me pedía un pitillo. Ese es el caso de un inmigrante que me explicaba, con amarga ironía, como le rechazaban para cualquier trabajo porque su cuerpo produce más melanina o porque su dios no se llama igual que aquí. Con la mirada de desilusión de un niño al que le han roto un juguete, me decía que había venido a este país a cumplir sus sueños, pero que solo se había encontrado con desolación al comprobar que estos no eran más que un espejismo.

En alguna otra ocasión me he encontrado con un hombre que ha sufrido el veneno de las drogas en lo más hondo de su corazón. Este carismático personaje es un habitual de los bares y lugares cercanos. Para algunos es un simple trastornado con insuficientes neuronas como para formar frases dignas de mención, pero al obsequiarle con un poco de mi tiempo, acabé escuchando emocionado historias duras, divertidas, tristes... Y allí estaba aquel hombre, agradecido por un regalo tan preciado como es un poco de compresión, ignorante de la realidad: él, el yonki de ojos vidriosos que se despedía con una bonachona sonrisa desdentada, era quien me había obsequiado a mi con la historia de su vida, era él quien me había permitido entrar en su burbuja, creando una conexión humana que poco vemos hoy día por las calles: empatía.


Por esa ampliación perceptiva de las realidades ajenas (o en términos comunes empatía) cada vez que paséis por uno de estos lugares, os digo que os sentéis con un amigo y una cerveza bien fría a observar y escuchar, pues veréis en ocasiones la otra cara de la moneda de una sociedad que sonríe en la televisión, pero se pudre por dentro en la realidad. ¡Ah, los bares! ¡Qué lugares tan entrañables donde los recuerdos se reducen a la mitad, pero son el doble de buenos!

Miradas

A veces, simplemente camino por mi barrio sin ninguna motivación, solamente por hacerlo. Consciente de que soy también uno de ellos, miro al suelo para evitar esos ojos de miradas vacías por la inconsciencia que produce la maquinaria del sistema: las de ancianos que añoran otros tiempos, vidriosas; otras grises de los trabajadores que cada mañana acuden a la misma rutina que los estrangula; las de niños felices sin conciencia de la realidad… Todas ellas miradas, al fin y al cabo.

Una nostalgia prendada de mi pecho me hace recordar, mientras suena alguna pieza de Bach en mi MP3, aquellos tiempos de ignorancia y felicidad, cuando todo era fácil, las decisiones se basaban en el presente y nada perturbaba un futuro sin problemas. Ahora en cambio la sociedad empieza su proceso de fagocitación, atrapándote en sus fríos tentáculos y tirando de manera imperceptible tu alma hacia un negro abismo de maquinismo y rutina que se alimenta de tus sueños.

Aún, mientras me debato entre sueño y realidad, recuerdo como si intentara rescatar algún fragmento de sensación de libertad para mitigar este dolor, intentar rescatar de entre los días vacios de mi baúl de recuerdos alguna foto en la que me veía sentado en una terraza desafiando a la noche, riendo con la luna, soñando con ser libre en cada estrella, saludando al sol y yéndome descortésmente a dormir cuando este se hallaba aun desperezándose. Pequeñas burbujas de oxigeno en un asfixiante entorno.

Ahora, ¿qué es lo que te queda? Despertar cada mañana esperando el momento de irte a dormir para volver a ese lugar recóndito de la mente donde la calma es palpable, donde el alivio onírico es el único respiro posible para el espíritu junto con algún momento a solas, tirado en el suelo de tu habitación escuchando alguna canción que mitigue tus ansias de libertad.

Amigos, al principio creía en una revolución peliculera, una de esas en las que todo el mundo sale a la calle con banderas al grito de “¡Revolución!”, pero ahora, al ver a la gente adorando al sistema que les despelleja la espalda a latigazos día a día y matando y muriendo por él en algún país lejano, mientras familias sufren en sus hogares, la cosa ha cambiado.

El fuego que impulsaba mi ignorante insumisión, que creía que alumbraría al mundo, resulta no ser más que una insignificante vela que apenas me calienta las manos. Pero cada mañana me recuerdo que no debo permitir que ese pequeño haz de luz se apague con los vientos y cantos de sirena que alguien manda día a día. Lo fácil que se mantenía la llama y lo duro que es mantener una simple velita encendida.

Llegando ya al final de esta melancólica divagación por los callejones de mi mente, os diré algo: no olvidéis que cada uno de vosotros debéis mantener vivo ese fuego, y aunque la revolución no sea global, cada uno lleva dentro su pequeña revolución, apenas perceptible, y más de aires románticos que prácticos, pero no perdáis la esperanza, algún día amigos, algún día...

La Barca de los Sueños

Amigos, cada día me cercioro mas de que la humanidad ha muerto. No es que hayamos perdido los pulsos vitales, es que sencillamente hemos dejado de vivir. Tenemos el intelecto embotado y los sentimientos reprimidos. Todo aquello nos debería remover el alma y la conciencia no ha desaparecido, sigue ahí, pero no nos conmueve. ¿Qué es lo que falla?

Cada día vemos más atrocidades por televisión: asesinatos, guerras, hambrunas... ¡Pero parece tan lejano! Casi es como si perteneciera a otra dimensión. Estamos tan acostrumbados que acaba por formar parte de nuestra rutina diaria. Esta es una noticia habitual:
«Se interceptó anoche una patera en aguas españolas cuando transportaba a 96 inmigrantes de origen subsahariano».
Qué vacías nos suenan ya estas palabras, ¿verdad? Tan acostumbrados estamos a oírlas que nos parece normal. Psicológicamente esta naturalización de lo que debería parecernos extraordinario y horrible es similar al sexto de los once principios de propaganda de Joseph Goebbels, el encargado de diseñar y propagar la fanática publicidad nazi.
«Principio de orquestación. La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. De aquí viene también la famosa frase: "Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad"».
Se basa en la repetición. De igual forma que el Estado alemán convenció a su pueblo de las mentiras más desvergonzadas y de las verdades más horripilantes, esta sociedad se ha acostumbrado a nociones como la inmigración, el Tercer Mundo y la hambruna por su repetición natural. Nos parecen sucesos normales, tan comunes y predecibles como el tíc-tác del reloj. Y el terrible resultado es que conceptos como "Tercer Mundo" e "inmigrante ilegal" nos parezcan de lo mas cotidianos y aceptables del mundo. No lo son.

En primer lugar se habla de un Tercer Mundo. El término proviene del bloque que no formó parte de la Guerra Fría, que estaba formado por naciones subdesarrolladas, así que hoy día su significado es económico. Lo importante es que figuradamente se da a entender que existe otro lugar que no está en este planeta, tan alejado como Saturno o Júpiter, y nos lo repetimos con tal calma y frialdad que parece ser un hecho normal. Es decir, parece que el curso de la vida lo marca así. Pero no, las cosas no deberían ser de este modo ni tienen por qué serlo.

ESTE ES EL ASPECTO DE LA DEMOCRACIA

No se trata de otro mundo; África esta a apenas a unos kilómetros de España, un presunto país desarrollado, y cada vez que vemos imágenes como las de Rwanda pensamos algo como «Pobrecitos los negritos, que se matan a machetazos. En navidad les daré dinerito para acallar mi conciencia y tener los huevos de pensar que estoy cambiando el mundo». Ese Tercer Mundo es una realidad bien cercana. No es ficción, sino su penosa realidad, y debería ser la de todo el planeta Tierra, porque somos Ciudadanos del Mundo.

Cuando vemos a una señora mayor tirada en la calzada porque se ha tropezado la ayudamos por solidaridad, ¿verdad? En cambio, cuando un continente entero muere de hambre le damos las sobras de un sobrealimentado sistema. ¿Por qué? Porque están lejos. Y nos hemos acostumbrado oír a sus penas. Ya no nos sorpende, no nos conmociona, no nos indigna.

En segundo lugar está el término ilegal. Los inmigrantes ilegales. Este es el término que mejor expresa la gravedad de la injusticia, el máximo exponente de la extrema diferencia que nos separa. Ya es triste como nos tratamos entre nosotros en esta sociedad supuestamente civilizada pero peor aún es que a estas personas se les trate como ganado o incluso como mercancía ilegal. No, basta ya: ningún ser humano es ilegal.

Se nos tendría que caer a todos la cara de vergüenza cada vez que se divisara una sola patera, cada vez que una sola persona se tuviera que aferrar a unos cuantos trozos de madera para llevar una vida algo mejor, jugándosela en la barca de los sueños. Estamos encerrados dentro de nuestras propias fronteras: debemos abrir las puertas al mundo y recibir con un abrazo a los inmigrantes de todo el mundo, así como hicieron ellos en su tiempo. Una vez esto ocurra, el término "inmigrante" dejará de tener sentido.

Amigos, debo insistir en que no se trata del clasismo habitual dentro de cada sociedad particular, no se trata de que se nos valore por el tamaño de nuestra cartera. Con los extranjeros va más allá: son personas tan humanas como nosotros, con los mismos pensamientos, preocupaciones y sentimientos, que se han visto obligadas a desterrarse en otro mundo, convirtiéndose en mercancía ilegal para que luego les expulsemos de nuevo a su infierno o si se quedan les tratemos como a esclavos infra-humanos.

Como decían en Senderos de Gloria, de Stanley Kubrick:
«La patria es el refugio de los cobardes».

El Hombre de Barro

La historia que os voy a contar puede recordaros en principio a la crónica del génesis de la humanidad que ofreció el primer libro de la Torá, el Pentateuco que forma los primeros cinco libros del Tanaj o Antiguo Testamento para los cristianos. En efecto, hablaré de un hombre de barro, pero su historia no podría ser más distinta: el golem al que me refiero es un ser humilde y despreocupado que terminó endurecido por los altos hornos de un sistema quebrado.

Esta criatura nació entre la naturaleza sin ataduras de ningún tipo, como todo en este mundo. Creció en un pequeño bosque, ignorante del mundo exterior. Hablaba con los ancianos árboles y les pedía una y otra vez que le contaran aquellas historias que aun lo fascinaban tanto como la primera vez que las escuchó. Aquellos venerables seres le miraban de la misma forma que miran los abuelos a sus nietos, con una mezcla de amor y comprensión. En las noches de verano se tumbaba en las praderas para mirar a las estrellas y caía dormido mientras observaba la Vía Láctea, la columna vertebral de la noche. Soñaba con una Estrella que le hablaba. Le hablaba y le hacía compañía. Y le besaba. Pero pronto todo eso acabaría.

Solo los árboles y las estrellas fueron testigos de la tragedia. Vinieron sombras enmascaradas. Hubo gritos y pronto, cuando se dejó de cantar sobre el trágico secuestro de aquel que jamás volvió a ser visto, olvido. Pero él no había desaparecido. Le habían llevado a un lugar oscuro y en silencio, una tumba en vida. Estaba sentado en una habitación austera: una mesa, dos sillas y nada más. Primero escuchó voces. Luego apareció un hombre.
«¿Eres al que llaman hombre libre?».
«No soy un hombre. Solo soy un ser de barro».
«¿Sientes?»
«Sí, siento».
«¿Piensas?».
«Sí, pienso».
El hombre le miró fijamente durante unos segundos. Sin previo aviso se levantó y se dirigió a alguien a quien el ser de barro no veía. Sólo dijo dos palabras: «Es él». El hombre se fue de la habitación y sombras fuera de su campo de visión se lo llevaron a otra habitación, también austera pero con un propósito muy distinto. Le torturaron. Una y otra y otra vez, día y noche. Primero ni le hablaban pero finalmente recurrieron a destrozarle el intelecto. En cambio, torturas que harían llorar a cualquiera en segundos no conseguían quebrar su mente. Un lejano recuerdo hogareño le daba fuerzas para seguir: los árboles, las noches de verano observando las estrellas. Los sueños con la estrella. El beso. No vendería tan fácil aquél beso.

El entorno alrededor del hombre de barro le había moldeado de una forma muy particular. Aquel subproducto inesperado de inusuales fenómenos naturales había crecido sin fronteras ni reglas, con total libertad y despreocupación, así que esas eran todas sus experiencias, vivencias, recuerdos e incluso sueños. El barro había tomado una forma: la de la libertad. Pero el barro se había endurecido. Aquellos que deseaban el poder en aras del poder, aquellos que habían olvidado otro propósito más allá del control, intentaron remoldearlo como si todavía fuera tan blando como había sido de joven. Pero no lo era.
«¿Quieres seguir con esto?».
«No».
«Entonces permite que te demos la forma de nuestro molde. Entra en nuestro horno».
«Me quemaría».
«Pero volverías».
«Lo que fuera que volviera no sería yo».
«¿Y quién es ese "yo"? ¿Qué diferencia hay entre ese "yo" y aquel que te ofrecemos?».
«Yo soy libre, vosotros no. ¿Cómo no podéis verlo?».
«Así no sufrimos. No hay dolor así que nos conformamos. Si te conformas a nuestro molde tú también podrás dejar de sufrir».
«Sí, qué bello sería un mundo sin dolor. Pero junto con el dolor destruis todo lo demás. Destruis el intelecto: la razón, la emoción, todo. Afrontar la realidad puede ser en ocasiones doloroso pero si lo reprimís no podréis sentiros... libres. ¡Eso es: la libertad!».
«Libertad...».
«Sí, libertad. Yo, un hombre de barro, he aprendido a pensar sin limites. ¿Qué os impide a vosotros, seres humanos, hacer lo mismo? Si no os movéis, nunca notaréis las cadenas, pero si el barco se hunde os iréis al fondo con ellas. Debéis afrontar la realidad para ser lo que deseéis: cada uno podréis tener vuestras propias ideas y sueños, seréis como el charco del que provengo: una rareza, únicos, individuos».
El humano quedó consternado. No estaba preparado para oír la verdad. No habló, pero se fue y le dejó solo y sin ataduras. El hombre de barro salió al exterior. Llovía. Ya ni recordaba el tacto de la lluvia. Dio un paso al frente y el agua le bañó. Las gotas fundieron su cuerpo y el hombre de barro volvió al charco del que provenía, entre los árboles y bajo las estrellas.

De nuevo era parte del todo. Era libre. Volvía a casa.