De antemano os digo que no seré tan alegórico en mi historieta como lo ha sido mi compañero Borja en su fábula del Hombre de Barro. Pensándolo bien, quizás ni siquiera sea una historia: se trata, más que nada, de la crónica de las silenciosas -y no tan silenciosas en ocasiones- ideologías que han pululado por mi cabeza a lo largo de los últimos años.
Como a todo chavalín que se precie en este mundo de distracciones, no me importaba mucho lo que estuviera más allá de mi circulo social, así que la política, la religión y los problemas de nuestra sociedad no podían competir bajo ningún concepto con todo aquello que me mantuviera felizmente entretenido durante gran parte de mi vida.
En cambio, llegó el momento en que empezaron a interesarme estos temas. Sinceramente, no recuerdo hace cuánto fue, ni por qué. Solo sé que creció en mí un enorme odio social, como estoy seguro de que ocurre con muchos adolescentes. Y como en el caso de muchos adolescentes, mi respuesta puramente emocional me llevó a conclusiones equivocadas. Analicemos la situación fríamente, aquí y ahora, desde un punto de vista ya lejano. En resumidas cuentas, puede decirse que por aquella época me quejaba de los problemas que veía a mí alrededor sin tener en cuenta su raíz. Craso error. En esta sociedad tenemos la tendencia de tapar nuestros problemas con un parche y rezar para que toda la estructura no se derrumbe. En cambio, si no cortamos el problema de raíz este seguirá apareciendo.
¿Cuáles son los síntomas? Sin un conocimiento de sus causas, al oír hablar de inmigrantes, prisioneros y demás gente tratada como despojos humanos muchos no siempre hemos podido evitar sentirnos superiores y asqueados ante la posibilidad de que gente así exista, ya sea consciente o inconscientemente. Pero, ¿acaso ellos tienen la culpa? Como seres individuales, sin duda tienen su parte de 'culpa'. Pero, ¿acaba ahí la cosa? Por desgracia, esas preguntas tan esenciales tardaron en pasarse por mi cabeza.
Os propongo que imaginéis una situación alternativa. Supongamos que ese inmigrante que se gana la vida robando hubiera nacido rico. En tal caso, ¿no es evidente que no recurriría a la inmigración ni al robo? ¿No significa eso que el entorno nos moldea y que no hay gente "malvada", solo mal educada por la sociedad? Lo mismo ocurre con los presos. Toda esta gente de la que nos distanciamos no son más que productos de nuestra cultura. Algunos dirán que es una obviedad, pero que no es razón para no tratar el problema a corto plazo. Cierto, pero el hecho de que haya que hacer algo con ellos a corto plazo no es razón para no tratar el problema a largo plazo.
Tal y como dijo George Carlin haciendo referencia a otro síntoma de la enfermedad, los políticos: "Esto es lo que tenemos para ofrecer. Es lo que produce nuestro sistema".
Mi propia historia (I)
Publicado por
LukaNieto
on viernes, 19 de junio de 2009
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Etiquetas:
Autor - Luka Nieto,
Sistema,
Sociedad
1 comentarios:
ah...
se me viene a la cabeza Russeau: el hombre nace bueno y la sociedad le corrompe.
Guste o no, el 99% de los finales de las vidas de los humanos se podrían predicar viendo las condiciones del territorio y sociedad donde nace.
interesante blog!
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