Naturaleza humana

Si bien suele ser por pura resignación más que por humildad ante la competencia ajena, la mayoría acepta la perspectiva de los especialistas en campos faltos de polémica popular. En cambio, tenemos un punto ciego: el estudio del ser humano y su naturaleza.

Por definición, la naturaleza humana se refiere a aquellos rasgos psicológicos que todos y cada uno de los seres humanos sobre este planeta compartimos de forma innata. No obstante, aun habiendo vivido todos en un contexto social circunstancial, basándonos solo en experiencias personales y sin saber nada de la biología de la conducta, por la gracia de ser humanos la mayoría se siente capaz de responder a un enigma tan omnímodo.

Al igual que tumbarse a mirar las estrellas no nos convierte en astrónomos y no somos geólogos por el mero hecho de coleccionar piedras, experimentar la conducta humana no nos convierte en expertos de nuestro carácter intrínseco. Debido a vivencias tan superficiales adoptamos conocimientos subjetivos y parciales al antropocentrismo, ambos víctimas potenciales del mayor causante de malentendidos a lo largo de la historia: confundir correlación por causa. A raíz del terrible "sentido común", creíamos erróneamente que el universo giraba a nuestro alrededor; la única forma de perseguir una verdad más objetiva fue la teorización y la experimentación exhaustivas. No hay razón para pensar que vaya a ser de otra forma en lo que concierne a la naturaleza humana.

Al observar las circunstancias actuales de la humanidad damos por hecho que se trata de una situación inamovible, un error que han cometido todas y cada una de las civilizaciones. Existe una excepción: en ocasiones surge un fervor revolucionario y se toma el extremo opuesto, asumiendo una tabula rasa sin rasgos psicológicos innatos y luego pretendiendo cambiarlo absolutamente todo a través de una simple formula de ingeniería social. Los años 70 fueron un gran ejemplo de esta clase de psicosis colectiva, incluso en el ámbito académico. De todas formas, por regla general la mayoría de la gente suele engañarse al creer que serán la única generación en la historia cuya cultura no cambiará de alguna forma. Teniendo en cuenta el factor potencial del entorno a la hora de moldearnos, es absurdo ignorarlo por completo y recurrir a la respuesta fácil: "Somos así por naturaleza".

En un mundo en que miles de millones de personas mueren por guerras inútiles y por hambrunas mientras el resto disfrutamos de una vida cómoda y literalmente una centésima parte de la población posee casi la mitad de las riquezas, no es de extrañar que hayamos concluido que nuestra naturaleza inamovible es la de la violencia y la avaricia. Dejando de lado el fallo argumental obvio de que todos aquellos que lo afirman luego admiten conocer a muchos familiares y amigos que no cumplen dichas características supuestamente universales y al fin y al cabo solo lo aplican al hablar de una etérea "sociedad", el argumento erra también al asumir que las circunstancias actuales se deben solo a un fallo genético.

A decir verdad, toda la polémica acerca de si es nuestra naturaleza o la influencia social lo que más afecta a nuestra conducta, también llamado el debate de lo innato o adquirido, es un completo sinsentido basado en el supuesto de que dichos polos opuestos son las dos únicas opciones: si nuestra conducta no está determinada por los genes, lo está por la sociedad. No es tan difícil encontrarse con lo que la ciencia nos dice del comportamiento humano, en fuentes fabulosas como las obras de divulgación científica "Genome" y "Nature via Nurture" de Matt Ridley o el curso del Dr. Robert Sapolsky en la Universidad de Stanford disponible en la red. En cambio, sus lecturas y visionado llevan semanas -es por eso que en este ensayo está condensada toda esa información en un vocabulario casi libre de terminología técnica.

En esencia, la refutación puede resumirse en una sola frase: la genética suele producir propensiones en la conducta, no causa comportamientos determinados. Por desgracia, por sus aspiraciones políticas muchos ignoran la realidad de la genética de la conducta porque la confunden con un concepto de servidumbre a los genes que justifica muchos males sociales, pero la verdad es que los genes rara vez determinan comportamientos. Mientras tanto, la sabiduría popular dualista tampoco ha aprendido de la ciencia: se ha limitado a adoptar la frase "Es genético" sin ninguna asimilación real ni conocimiento sobre lo que ello implica:
«El error no yace tanto en el dualismo, la noción de una mente separada de la materia cerebral. Existe una falacia mucho mayor que todos cometemos con tanta facilidad que ni siquiera nos damos cuenta. Damos por sentado instintivamente que la bioquímica corpórea es causa mientras el comportamiento es efecto, una suposición que hemos llevado a límites ridículos al considerar el impacto de los genes en nuestras vidas. Si los genes están involucrados en la conducta damos por hecho que son la causa y que son inmutables. Este error no lo cometen solo los deterministas genéticos sino también sus bulliciosos adversarios, aquellos que dicen que la conducta "no está en los genes" y aborrecen el fatalismo y la predestinación implícita de la genética de la conducta. Ceden demasiado terreno a sus adversarios al permitir que esta suposición persista, ya que admiten tácitamente que si los genes están involucrados en absoluto están en lo alto de la jerarquía. Olvidan que los genes necesitan activarse, y que sucesos externos o decisiones voluntarias pueden activarlos. No solo no yacemos a la merced de nuestros genes omnipotentes, sino que a menudo son los genes quienes yacen a nuestra merced» -Matt Ridley, Genome (1999)
La analogía que trata al ADN como si se tratara de un plano arquitectónico es engañosa: la expresión de los genes en el organismo puede cambiar según el entorno e incluso a pesar de predisposiciones contrarias. Por ejemplo, este fenómeno puede observarse en que la mayoría aplastante de mujeres con cáncer de mama (el 93%) no tienen el gen del cáncer de mama, y así ocurre con la mayoría de enfermedades y más aún con tendencias conductistas como la violencia: tener el 'gen de la violencia' es prácticamente irrelevante en un entorno que no dispare dicha potencialidad. Igualmente, la hormona de la testosterona no causa agresividad, sino que la potencia si ya está presente. ¿Significa esto que deberíamos ignorar el campo de la genética en la biología? Al contrario: deberíamos ser conscientes de nuestras peligrosas predisposiciones naturales e intentar evitarlas en lugar de ignorar su existencia.

A causa de la relación recíproca entre la influencia natural y la ambiental o social, no existe contraposición alguna entre lo innato y lo adquirido sino que lo innato se presenta por medio de lo adquirido. Nuestras disposiciones naturales se crearon debido a una variedad de ambientes y siguen modificándose a día de hoy. En cambio, la evolución biológica no es la cuestión en absoluto: la expresión de un gen depende en una medida considerable del entorno inmediato del organismo, desde el desarrollo embrionario hasta la vejez.

La visión tradicional de la naturaleza humana replicaría que, si esto es cierto, ¿cómo es que esta sociedad ha sido el resultado? En la obra "The Spirit Level: Why Equality is Better for Everyone" de Richard Wilkinson y Kate Pickett se muestra que el nivel de igualdad social influye directamente en las ocurrencias de ciertas enfermedades y conductas violentas. El estudio Whitehall mostró el mismo efecto: se estudió a 18.000 funcionarios y resultó que el estatus del trabajo predecía mejor la posibilidad de un ataque al corazón que la obesidad, el hábito de fumar o la alta presión sanguínea. En conclusión, la suma de ciertas enfermedades y conductas negativas depende en gran medida de la desigualdad económica entre los más ricos y más pobres de una sociedad y entre las sociedades más ricas y más pobres.

Esta clase de estudios explican el resultado de vivir en una civilización socialmente desigual, pero no su causa y proceso biológicos: varios científicos han analizado la relación entre la expresión de ciertas hormonas y el estatus social en individuos y, por ejemplo, las conclusiones del primer estudio de Whitehall se explican gracias a estudios llevados a cabo con primates: cuanto menor sea nuestro estatus menos control tenemos sobre nuestras vidas, elevando los niveles de una hormona esteroidea llamada cortisol (lo cual se expresa en estrés) y, entre otras cosas, incrementa el nivel de azúcar en la sangre, peligrando así ataques al corazón y en consecuencia alterando la tasa de mortalidad según el estatus social. Ha de clarificarse que los niveles de cortisol no se elevan en respuesta a la cantidad del trabajo realizado sino al grado de opresión y sumisión implícitas en la tarea.

Por tanto, además de las propensiones genéticas indirectas que pueda haber, la mayoría de prácticas humanas tienen una causa directa en la clase de interacción social. El problema no es la pobreza sino la desigualdad en sí, y es por eso que también afecta a los jefes de una tribu jerárquica: el egocentrismo obsesivo y las ansias de poder no son más que un mecanismo de defensa con el fin de mantener el estatus. Si bien dichas conductas son parte de la naturaleza humana, y también lo es la violencia, se tratan de potencialidades que solo el entorno puede disparar. El ya mencionado Dr. Sapoksy observó con sus propios ojos que cuando desaparecen los miembros más dominantes de un clan de babuinos (en tal caso concreto porque los machos agresivos asaltaron un campamento y murieron de tuberculosis por la basura robada), la cultura de los supervivientes se pacifica y así persiste incluso con el nacimiento de nuevas generaciones y la intrusión de babuinos de otros clanes.

Otro caso ejemplar de la relativa flexibilidad de la naturaleza humana y las influencias sociales es el estudio que realizó Hans Kummer en los años 70: al encontrarse a los babuinos hamadríades y de sabana, jerárquicos e igualitarios respectivamente, Kummer introdujo a un babuino hembra de sabana en una tribu hamadríade e hizo lo opuesto con una hembra hamadríade. Al contrario de lo que cabría esperar teniendo en cuenta los millones de años de memoria genética y toda una vida de formación que enseñaban cierto rol a las hembras, tardaron solo una hora en ajustar sus rituales de apareamiento. La moraleja está poco asimilada pero es vital para el funcionamiento sano de una civilización moderna: al margen de la relación exacta entre las influencias genéticas y las sociales, aquello que llamamos naturaleza humana no es del todo inmutable.

Nuestra sociedad es más compleja que la de una tribu de babuinos y también lo es el cerebro humano, pero tanto un análisis exhaustivo de la historia de la humanidad como de las nociones científicas modernas ponen en evidencia el sinsentido de hablar de la naturaleza humana como si fuera inamovible y del cambio social como si fuera semejante a moldear plastilina o llenar una vasija vacía. Lo segundo se usa para simplificar nuestras esperanzas de cambio social y aferrarse a conceptos anticuados de libre albedrío, y lo primero como excusa para proclamar una incapacidad intrínseca a la hora de cambiar a una sociedad más pacífica e igualitaria. En las preciosas palabras del difunto astrofísico Carl Sagan:
«Los cambios fundamentales de la sociedad suelen calificarse de poco prácticos o contrarios a la naturaleza humana, como si la guerra fuera práctica o como si solo existiese una naturaleza humana. Pero está claro que pueden realizarse cambios fundamentales; estamos rodeados de ellos. [...] Recurrir como siempre se ha hecho al chovinismo racial, sexual y religioso y al rabioso fervor nacionalista empieza a no funcionar. Se está desarrollando una nueva conciencia que ve a la Tierra como un solo organismo y reconoce que un organismo en guerra consigo mismo está condenado».
(Read the English translation: Human Nature)

5 comentarios:

solmos dijo...

Buen artículo, Luka. Ahora me estoy leyendo (bueno, es un audiobook) The Blank Slate: The Modern Denial of Human Nature, de Steven Pinker. Lo recomiendo, trata el tema desde otra perspectiva, desmitificando al otro extremo del debate: los que niegan cualquier relación entre genes y comportamiento y afirman que el ser humano es un papel en blanco que se puede moldear a la carta.

Luka Nieto dijo...

Sí, muy importante también. Lo tengo en mi lista de lectura. De hecho, los libros que recomiendo, "Nature via Nurture" y "Genome", pasan más tiempo desmintiendo a aquellos que dicen que la genética no afecta que lo contrario. A mi me ha salido así, simplemente.

Gabriel Hasbun dijo...

Buen aporte, ya lo compartí en redes sociales.

Mateospilar dijo...

si=si ; no=si

Luka Nieto dijo...

¿Cómo? :S

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