Los malvados políticos

Esta semana las arenas de la revolución las mueven las altas esferas: el nuevo gobierno libio sigue asediando Sirte, el concilio militar que lidera Egipto se ve obligado a ceder ante las demandas de los nuevos partidos, la rebelión siria se solidifica en un frente unido y la ONU se divide en bloques más propios de la guerra fría en su decisión de sancionar al gobierno sirio.

Ya informamos del ultimátum de los partidos políticos egipcios: exigieron que para el domingo se enmendara la legislación electoral que permitía presentarse a las elecciones a integrantes del régimen caído. El día 1 de octubre los dirigentes militares concedieron la reforma: no se permitirá que se presente ningún miembro del Partido Democrático Nacional de Mubarak.

Luego esta Siria. Aunque del conflicto no lleguen novedades significativas, sin duda sigue en marcha y varios medios han comenzado a describirlo como una guerra civil. Mientras tanto, el frente unido de la oposición al que se aludió la semana pasada se ha pronunciado por fin: buscan un estado civil y democrático y no aceptarán ninguna interferencia internacional para conseguirlo. Aparentemente China y Rusia se lo han tomado a pecho.

Y es que hoy mismo China y Rusia han vetado la resolución del Consejo de Seguridad que condenaba al gobierno sirio y sugería posibles represalias en forma de sanciones si continuaban con la masacre de civiles. Los datos varían entre la ONU y la Organización Nacional de los Derechos Humanos de Siria, pero han muerto entre 2.700 y 3.600 civiles y 680 fuerzas de seguridad, incluyendo a los desertores. Una verdadera masacre.

No es noticia el no-intervencionismo de gigantes como China y Rusia. Aunque dichas superpotencias no hayan estado exentas de prácticas imperialistas, es una postura en principio loable. Por otro lado, es ridículo esperar que comunidades como EE. UU. y UE, que no solo dependen del mercado con las naciones árabes sino que técnicamente están comprometidas con la Declaración Universal de los Derechos humanos, ignoren la rampante destrucción de la infraestructura económica local y la mórbida cantidad de muertes.

No hay que ser un genio para sospechar su prioridad pero demonizar automáticamente a los embajadores de la ONU tampoco es una postura racional. Ni lo es, por supuesto, sugerir que la resolución está motivada principalmente por la crisis humanitaria y que no han cedido a presiones económicas. Parece ser una situación similar a la de Libia: al margen de los verdaderos intereses de la ONU, de hecho pueden evitar una masacre. Y al contrario que en Libia, es probable que puedan hacerlo sin más que sanciones económicas.

Además, no olvidemos que la oposición no permitiría una intervención extranjera: la ONU no podría meter las narices en su gobierno y por tanto las empresas occidentales no tendrían la oportunidad de trapichear injustamente. Al igual que en Libia, occidente no saldría ganando si sancionaran al gobierno sirio o incluso si la OTAN llegara a tomar medidas militares.

Las relaciones mercantiles entre los gobiernos árabes y los occidentales son mucho más abiertas de lo que sugerirían sus diferencias políticas: con las revoluciones populares están perdiendo influencia en los países árabes. Lo máximo a lo que pueden aspirar una vez se da el traspaso de poderes es a mantener una fracción de la relación económica anterior.

Por mucho que nos encante atribuir cualidades de una increíble perversión diabólica a los políticos, la verdad es como de costumbre más complicada y menos dramática: su atención en efecto la dirige el coste económico de estos conflictos pero una vez atentos son tan capaces como cualquiera de nosotros de preocuparse por una crisis humanitaria. Muy a pesar de aquellos que abrazan una visión dualista del bien y el mal, los políticos y todo aquel con quien no estamos de acuerdo también son personas humanas y no el anticristo personificado.

No es mi intención justificar sus acciones sino explicarlas: no son tanto monstruos despiadados como criaturas dirigidas por el olor que dejan los sistemas económicos en crisis.

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