Choque de ideas

En Psicología existe un concepto llamado disonancia cognitiva que se refiere a la «tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias y emociones que percibe una persona al mantener al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto». Es decir, se trata de mantener simultáneamente dos ideas incompatibles.

Sin lugar a dudas, esta noción está algo trasnochada para aquellos que conozcan la obra de ficción distópica 1984 de George Orwell. La palabra «doblepensar» es el ejemplo más conocido de la neolengua y, como tal, ha pasado al habla popular, especialmente en inglés como doublethink. Pese a que su uso genérico es similar al caso psicológico, lo dejaremos de lado ya que no nos han de lavar el cerebro para estar afectados por la disonancia cognitiva. Que sea una debilidad humana básica lo convierte en un fenómeno aún más terrorífico.

Si bien las repercusiones sociales son graves, esta tensión psicológica se da a diario en muchos de nosotros personalmente. Uno de los ejemplos postulados es el de fumar: a pesar de que todos queramos llevar una vida larga y sana, muchos fuman con el conocimiento de las consecuencias potencialmente cancerígenas. La salida obvia es dejar de fumar, pero es cierto que ignorar las pruebas de que fumar aumenta las posibilidades de cáncer de pulmón también hará desaparecer la disonancia cognitiva. El cáncer no será tan considerado.

Aunque la verdadera adicción suela tomar el relevo de evitar que se deje de fumar, este choque puramente psicológico suele ser aun más nocivo en los nuevos fumadores. Erróneamente, este choque de ideas suele considerarse preferible a confrontar conscientemente la creencia de «Soy una persona inteligente y racional» con el hecho de «Estoy aumentando mis posibilidades de cáncer». Hacerlo supone un frustrante golpe para el orgullo personal pero es ciertamente menos dañino que el tormento psicológico que supone suplantar la razón por la racionalización. Y el cáncer. No nos olvidemos del cáncer.

De forma no muy distinta a una pandemia, esta afección psicológica se ha extendido desde el individuo a la sociedad. Si bien no es su causa directa, el alza del relativismo social sí que ha posibilitado la intrusión de este caso grave de deshonestidad intelectual. Esta filosofía que defiende la validez de todo sistema cultural y prohíbe valorar de forma distinta ideologías distintas está particularmente presente en la política, donde los estadistas y demás aspirantes al poder intentan complacer al denominador común.

Al popularizarse la lengua diplomática (o «habla políticamente correcta») también la gente de a pie aprende a enredar el idioma y dejarlo vacío de significado para racionalizar el pensamiento relativista. Así surgen nociones contradictorias sin sentido como que las creencias personales del individuo no influirán jamás en su comportamiento y que por tanto no son de mayor importancia para el grupo, ya sea un partido político, un think tank o cualquier otra clase de organización de fines comunes. Esta práctica, revolcada en la más nauseabunda demagogia, tiene éxito en su fin de atraer a más miembros del denominador común -por desgracia, también diluye por completo los ideales originales del grupo.

Aceptar el relativismo no es signo de una mente abierta sino de una profunda confusión de la honestidad intelectual. La valoración diferencial de las ideas es tan importante en la vida diaria y la política como en la ciencia; ignorar que distintos sistemas y prácticas tienen resultados mejores o peores es una muestra espeluznante de doblepensamiento. La tesis que Sam Harris repitió hasta la saciedad en The Moral Landscape debería esclarecer que, aunque no dispongamos de una gradación numérica de qué es éticamente 'mejor' o 'peor', los casos absolutos de total bienestar y total malestar que podemos imaginar nos permiten censurar inequívocamente prácticas como la mutilación genital femenina en ciertas denominaciones del Islam, a pesar de la libertad religiosa.

Dejando de lado el relativismo que tanto daño sigue haciendo, volvamos a uno de sus subproductos principales y la consideración central de este texto: el mantenimiento simultáneo de ideas dispares. Aunque haya quedado descrito como un síntoma de descuido y confusión mentales, todos lo hemos experimentado. Por muy sinceros y claros que seamos con nosotros mismos sobre nuestras ideas, todos hemos sentido esa frustración y enfado internos en el proceso de cambiar radicalmente de opinión. Y es que, si bien es mentira que convencer a alguien a base de razón y hechos es imposible, es muy cierto que raramente verás el cambio ocurrir frente a tus ojos; incluso los más humildes tendrán dificultad en admitir al instante que están equivocados sobre una creencia arraigada.

La disonancia cognitiva surge en ese proceso de transformación mental: a pesar de que ya no mantengamos realmente aquella convicción establecida la seguiremos profesando y haremos todo lo posible por ignorar que ahora creemos algo muy distinto. Nos estancamos. Dejamos de razonar y empezamos a racionalizar. Lo experimenté personalmente al dejar de creer en pseudociencias: profesaba la creencia aunque en el fondo supiera que no podía creer en prácticas con pretensiones científicas que no estaban respaldadas por pruebas.

Sin lugar a dudas fue la época más frustrante e infeliz de mi vida. No puedo ni imaginar cómo será para aquellos que no solo la padecen al cambiar de paradigma sino que viven a diario con esa disonancia tamborileando en su cabeza. Lo único que puedo hacer es implorar a aquellos que se sientan identificados (aunque estén aterrorizados de admitir eso siquiera) que intenten ser valientes y se admitan la contradicción de ideas que les atormenta.

(Read the English translation: A Clash of Ideas)

3 comentarios:

solmos dijo...

Este es un tema muy interesante. De hecho me quedé a medias en la traducción de un capítulo de un libro que recomiendo a todo el mundo, Thinking as a Science, de Henry Hazlitt, que trata precisamente de este tema. Quizás tu artículo me anime a acabarlo. Voy a citar un párrafo que creo que complementa muy bien el final de tu artículo:


"Supón que haces una afirmación. ¿Y si más adelante te das cuenta de que esa afirmación es incorrecta? No pasa nada, reconoce que estabas equivocado. Reconoce que has hecho algo humano, que has hecho algo que todo hombre en el pasado ha hecho, que has cometido un error. Reconozco que tal confesión es difícil. Es el mayor golpe hacia tí mismo, y muy pocos te respetarán por hacer tal cosa. La mayoría de ellos dirán, '¿Ves? ¡Admite que estaba equivocado!' Para esta gente, tú y tu teoría quedarán más desacreditados que si te hubieras aferrado a ella toda tu vida, sin importar que fuera obvia y flagrantemente en contra de los hechos. Pero algunas personas agradecerán tu sacrificio. Algunas personas admirarán tu grandeza. Y crecerás. Crecerás como pensador. Y mejor aún, crecerás moralmente. Y llegará el momento en el que tendrás menos y menos ocasiones cometiendo este fallo, ya que aprenderás a pensar más cuidadosamente antes de defender una opinión."

solmos dijo...

Por cierto Luka, ¿en qué estabas equivocado?

Luka Nieto dijo...

¿Te refieres a cual fue mi gran cambio de opinión? Antes creía en varias pseudociencias. Casi cualquiera, en realidad. El proceso inconsciente de convertirme a escéptico fue duro y frustrante.

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