«La maldad en los lugares altos»

Las razones para las protestas globales a las que ahora mismo se enfrentan las altas esferas políticas y financieras deberían ser obvias para todo aquel que preste atención al mundo. No hace falta repetirlas. En cambio, hay una cuestión que no puedo evitar abordar: la autocrítica.

Una de las tácticas más comunes entre los activistas que se manifiestan en defensa de un cambio político, social y económico es la demonización de las altas esferas. Ya adelanté mi crítica en el caso de las potenciales acciones de la ONU en Siria: argumenté que «por mucho que nos encante atribuir cualidades de una increíble perversión diabólica a los políticos» la realidad es más mundana y tiene mucho más que ver con el desarrollo natural de la relación entre la política y la economía que con una maldad intrínseca en el corazón de los políticos.

Tendemos a considerar «malvado» a todo aquel con creencias arraigadas distintas y «benévolo» a los mayores representantes de nuestra ideología. Aunque todo sería mucho más simple si dichas distinciones binarias existieran en el mundo real, me temo que los políticos y banqueros no son secuaces de Satanás sino personas humanas, por mucho daño que hagan. Esto no les exculpa a ellos: nos ayuda a nosotros a entender la verdadera situación.

Por desgracia, esa no es una explicación emocionalmente satisfactoria para aquellos que abracen el dualismo moral. En la Epístola a los Efesios, capítulo seis versículos once y doce, San Pablo sí que sabe vendernos una guerra contra «la maldad en los lugares altos»:
«Revestíos con toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo. Porque nuestra lucha no es contra sangre ni carne, sino contra principados, contra autoridades, contra los gobernantes de estas tinieblas, contra la maldad espiritual en los lugares altos» -Efesios 6:11-12, versión King James
Si bien se refieren a demonios y a los cielos, estas líneas son muy similares a la crítica fanática de los políticos y los banqueros. Además, la difamación contra estos últimos suele ser inseparable de un antisemitismo conspirativo, si bien no tan paranoide como los delirios sobre una élite de «Illuminati» que domina el mundo. Es un sistema perfecto de creencia sectaria: si critico sus convicciones significa que formo parte de la conspiración de los «Illuminati».

Esta práctica no solo me apena porque muestra el pensamiento supersticioso de tantos. No, mi amargura y la autocrítica pueden englobarse en una sola pregunta: en un mundo infinitamente repleto de razones legítimas por las cuales acusar a nuestros gobernantes y exigir un cambio radical, ¿de verdad tenemos que recurrir a la demagogia y al dualismo irracional?

La respuesta correcta es «no», por cierto.

(Read the English translation: "Wickedness in high places")

1 comentarios:

Bale NIETO dijo...

Estoy totalmente de acuerdo, la respuesta es no, pero si que es verdad que muchas veces es lo más fácil debido a fundamentalmente al hábito.  Estupendo articulo Luka, gracias.

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