El altar del equilibrio periodístico

Además de ser el presentador del nuevo programa Escépticos, el periodista Luis Alfonso Gámez es consultor del Center for Scientific Inquiry y miembro del Círculo Escéptico. Digamos que su trabajo en el nuevo programa de ETB2 está lejos de poder considerarse mercenario.

Suele colaborar en el CSI y su última aportación se titula El altar del equilibrio periodístico:
“Hace mucho, yo bromeaba con que si un partido (político) declarase que la Tierra era plana, los titulares dirían: «Divergencia de opiniones sobre la forma del planeta»”, escribía a principios de agosto Paul Krugman en The New York Times. El Nobel de Economía de 2008 salía así al paso de la equidistancia periodística entre las posturas de republicanos y demócratas respecto al aumento del techo de deuda de Estados Unidos. Su artículo, titulado “Escurrir el bulto con el centrismo” en la versión del diario español El País, refleja lo que pasa a menudo en los medios de comunicación cuando hablan de pseudociencia. También en este caso, como dice Krugman sobre las discrepancias económicas entre los dos grandes partidos estadounidenses, “el culto al equilibrio ha desempeñado una función importante a la hora de llevarnos al borde del desastre”.

Buena parte del éxito social de la superstición se debe a la actitud de los periodistas al cubrir la información científica. Aunque en otros campos esquivamos la imparcialidad -la información deportiva es una muestra de forofismo desde la cabecera más amarilla hasta la más seria- y la falta de precisión -con la economía no se juega porque los agentes implicados son poderosos-, a la hora de hablar de ciencia prácticamente vale todo. Si alguien asegura que es capaz de vivir de la luz, por mucho que el sentido común y el redactor especializado en salud alerten de que eso es imposible, siempre habrá un alma caritativa en alguna redacción que diga que hay que dar los dos puntos de vista y que el lector decida.

Gracias a esa equidistancia, la bobada tendrá su cuota de atención mediática con alguna frase aislada en el reportaje que alimente la duda, una gota de pepitogrillismo disuelta en un océano de credulidad. Y mira que es fácil comprobar que no se puede vivir sin comer si es que eres tan burro que tienes dudas sobre ello: basta con hacer periodismo, con poner a un redactor pegado al ayunador prodigioso para que controle que no ingiere nada y ver qué pasa al cabo de unos días. Pero es más cómodo repetir la tontería sin más… [...]

No ha lugar a la equidistancia cuando hablamos de ciencia y pseudociencia. Los periodistas no podemos no mojarnos cuando alguien dice que puede levitar o que el VIH no es el causante del sida. Al primero, hay que animarle a asomarse a la ventana y lanzarse al vacío; al segundo, a inyectarse una solución con VIH, renunciar a cualquier medicación y hablamos en unos años. Si no, que se callen. Cada vez que los periodistas no hacemos algo así, cada vez que no ponemos en evidencia la estupidez, cada vez que nos lavamos las manos ante afirmaciones extraordinarias y manifiestamente falsas, cada vez que nos situamos por encima del bien y del mal como árbitros de un equilibrado combate racional entre escépticos y pseudocientíficos, estamos incumpliendo un principio básico de la profesión, el de ofrecer una información veraz, y traicionando la confianza del público.
El artículo en su integridad merece una lectura: se trata de un gran análisis de la posición "imparcial" en los medios llevada hasta la locura, como cuando en EE. UU. traen a un astrólogo al programa para contrastar las afirmaciones de un astrónomo sin distinción crítica alguna.

En cambio, no es un problema estadounidense: se ha propagado como un virus y ya lo podemos ver en todas partes. Sin lugar a dudas es uno de los muchos factores que está destruyendo todo rigor periodístico en los medios.