Una primavera invernal

Han sido dos semanas duras en la agria primavera árabe. El gobierno sirio y yemení sigue cebándose con sus ciudadanos, el Consejo Nacional de Transición lucha una guerra sucia contra los restos del régimen gadafa y los nuevos partidos egipcios tienen nuevas demandas.

En Siria, el día 15 se creó el Concilio Nacional Sirio, una oposición contra Assad similar al CNT libio. Además, ha habido deserciones masivas del ejercito en Rastan y los países occidentales de la ONU han empezado a tratar la posibilidad de sancionar al gobierno sirio. Un delegado nacional e internacional de las protestas, un ejército dividido y una ONU sancionadora es lo que llevó a la guerra civil libia y a la transición de poderes. Parece cada vez más probable que en Siria ocurra lo mismo. En cambio, no puede decirse lo mismo de Yemen.

El 18 de septiembre murieron al menos veintiséis manifestantes a manos de las fuerzas leales a Saleh. Para el día 20, en solo tres días, el número de víctimas se había elevado sobre sesenta. Si bien los manifestantes no han empezado a organizarse políticamente como en Libia y Siria, sí que han heredado la peor característica de dichos alzamientos: el ejército está dividido y comienza a ser un conflicto armado, si bien no una guerra civil.

Pero una guerra civil es a lo que se enfrenta Libia. El gobierno de transición ha enviado tropas a Sirte, la ciudad natal de Gadafi y centro de los gadafistas. Ha ocurrido lo que se dijo que ocurriría en Ciudadanos del Mundo con la victoria de los rebeldes: «Muchos morirán todavía en ambos bandos y tantos otros que no han tocado un arma en toda la guerra».

No hay excusa para este asedio. Si bien los rebeldes escoltaron las familias que huían de la ciudad, la OTAN bombardeó hasta no dejar títere con cabeza. Según parece, han dejado de ser quirúrgicos y han derribado cualquier edificio. Además, a pesar de la protección de los rebeldes, los gadafistas temen que se les acabe castigando. Y es probable que así sea.

Tras una guerra civil será difícil establecer un gobierno estable, no digamos ya democrático y justo. Otros lo tienen bastante más fácil, como Egipto, que está en proceso de conseguir su objetivo democrático. Aun así, los manifestantes están de nuevo en las calles. ¿Por qué? La friolera de sesenta partidos políticos han amenazado con boicotear las elecciones a menos que los dirigentes militares de transición enmienden la legislación electoral: con un ultimátum este domingo, piden que el gobierno acuse de traición a aquellos envueltos en el régimen de Mubarak, lo cual imposibilitaría que se presentaran a las elecciones durante al menos diez años. Están pisando un terreno difícil pero son demandas comprensibles.

Siria y Yemen siguen los pasos de Libia, la nueva Libia sigue los pasos de la vieja Libia y Egipto tiene un gran potencial que siempre a punto de echar a perder. Sin duda, esta «primavera árabe» ha comenzado a marchitarse al acercarse el frío del invierno.

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