Desde que estoy de vacaciones tiendo irremediablemente a frecuentar estos lugares, pequeños remansos de paz donde sedar la rutina, el dolor de un amor no correspondido o simplemente buscar que los días pasen lo suficientemente rápido como para no ser consciente del arduo paso del tiempo, con la vaga esperanza de poder hacer oídos sordos al atronador "tic-tac" del reloj.
Cuando tomo asiento, simplemente suelo dedicarme a observar y escuchar, dos de las acciones que mas sabiduría otorgan en esta vida. Es entonces cuando me sorprendo de la forma en la que nos aísla la 'burbuja social', causante de que nuestra percepción ignore las realidades ajenas: obviamente, cada persona tienes sus problemas, pero existen aquellos cuyos sufrimientos deberían incumbirnos a todos.
En cambio, con ayuda de propagandas de individualismo barato definido por el consumismo y de ideologías basadas en 'el interés propio al servicio del bien común' (una de las grandes paradojas de Adam Smith), nos hemos aislado del mundo. Y así, el ser social de nuestro interior muere poco a poco, mientras lo único por lo que se nos pueda considerar "únicos" sigue sin ser más que humo, pues todos formamos parte de la misma masa.
En dichos lugares de almas en pena, se pueden ver infinidad de personajes divagando entre las lúgubres luces de la barra, buscando ese "algo" que propicie la máxima satisfacción inmediata que les promete la televisión, inexistente por desgracia, y menos aún en el fondo de un vaso. Se puede observar al señor que lleva treinta y cinco años trabajando en una fábrica sin saber muy bien por qué: los días pasan en rutina y las máquinas aplastan sus sueños como se hace con esas planchas de metal que serán cacerolas doce horas después en China. El sistema lo ha atado con las cadenas de la nueva esclavitud y los días vacíos le van matando, a sabiendas de que en un par de años se jubilará y pasará a ser una carga más para la sociedad, de la que el sistema no tardará demasiado en desprenderse: en tiempos de crisis, los servicios sociales (entre ellos las pensiones) son las primeros en desaparecer.
Otras veces entablo conversaciones en plena ensoñación etílica con alguien que solo me pedía un pitillo. Ese es el caso de un inmigrante que me explicaba, con amarga ironía, como le rechazaban para cualquier trabajo porque su cuerpo produce más melanina o porque su dios no se llama igual que aquí. Con la mirada de desilusión de un niño al que le han roto un juguete, me decía que había venido a este país a cumplir sus sueños, pero que solo se había encontrado con desolación al comprobar que estos no eran más que un espejismo.
En alguna otra ocasión me he encontrado con un hombre que ha sufrido el veneno de las drogas en lo más hondo de su corazón. Este carismático personaje es un habitual de los bares y lugares cercanos. Para algunos es un simple trastornado con insuficientes neuronas como para formar frases dignas de mención, pero al obsequiarle con un poco de mi tiempo, acabé escuchando emocionado historias duras, divertidas, tristes... Y allí estaba aquel hombre, agradecido por un regalo tan preciado como es un poco de compresión, ignorante de la realidad: él, el yonki de ojos vidriosos que se despedía con una bonachona sonrisa desdentada, era quien me había obsequiado a mi con la historia de su vida, era él quien me había permitido entrar en su burbuja, creando una conexión humana que poco vemos hoy día por las calles: empatía.
Por esa ampliación perceptiva de las realidades ajenas (o en términos comunes empatía) cada vez que paséis por uno de estos lugares, os digo que os sentéis con un amigo y una cerveza bien fría a observar y escuchar, pues veréis en ocasiones la otra cara de la moneda de una sociedad que sonríe en la televisión, pero se pudre por dentro en la realidad. ¡Ah, los bares! ¡Qué lugares tan entrañables donde los recuerdos se reducen a la mitad, pero son el doble de buenos!
4 comentarios:
¡Ey, no sabía que habías puesto lo de los bares! ¿Has añadido cosas desde que lo leí, no? Bueno, he corregido los dos errores que había (dos tildes); por lo demás, genial.
Por cierto, me encanta como lo has enfocado; la historia de los bares es el vehículo para explicar a la gente la importancia de reunirse y conectar entre sí, de comunicarse, de tener constancia de los sufrimientos de los demás para ver que los problemas son de todos. En contraposición has dejado entrever un poco que se nos intenta convencer de lo contrario, que cada uno a lo suyo y que comprando todo se soluciona; para que esa parte del artículo quede bien resuelta, he añadido un par de frases, espero que no te importe.
Una gran verdad compañero, un saludo desde una cafeteria de Elche :)
Gracias Danny, no deja de ser irónico que nos saludes desde allí. ;)
Siempre ha sido una realidad que los bares son y serán quizá el sitio de vida social por excelencia en nuestro país. Solo hay que ver la cantidad de estos por habitante.
Como curiosidad, en el pueblo donde veraneo no hay tienda, lo más cercano es la casa de una señora que vende cosas del Día del pueblo de al lado, en cambio, hay 2 bares y el centro de abuelos, que es un bar al fin y al cabo.
En este sentido los Irlandeses son aun más curiosos, allí el Pub es el sitio donde ir a pasar la tarde a verse con la gente del pueblo. Pero llevado de una forma distinta, allí va toda la familia, mientras que aquí suele ser un sitio de reunión de amigos.
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