Bertrand Russell

Bertrand Russell era un filósofo, lógico matemático, historiador y crítico social. En cambio, la esencia de su disposición se puede resumir en una palabra, o dos si eres un poco clásico: Bertrand Russell era un científico, un filósofo natural. Murió hará poco más de cuarenta y un años, lo cual me da una excusa para mostraros sin más razón unos monólogos suyos. Sinceramente, ya hubiera muerto el dos de febrero o no, habría escrito este texto.

Russell era agnóstico en cuanto a las afirmaciones divinas. En realidad, era agnóstico en cuanto a todo lo que no estuviera claramente a un lado entre la eterna cuestión del escéptico: la realidad y la imaginación. Su punto de vista era, en una palabra que probablemente no sea reconocible para todos, epojé; suspender el juicio hasta que se presenten las pruebas.

De todas formas, seguramente hoy se le consideraría ateo, dado que últimamente se ha redefinido el concepto para referirse a gente que no cree en Dios en lugar de a gente que afirma la irrefutable inexistencia de Dios. La diferencia puede ser sutil pero es vital: "Dios no existe" es una afirmación que no oirás de muchos ateos versados en filosofía, que admiten la remota posibilidad hipotética de alguna clase de dios, aunque les parezca improbable, y en algunos casos específicos lógicamente imposible (como el Dios abrahámico ortodoxo). De todas formas, el caso es que Bertrand Russell fue quien ideó el argumento contra la justificación de la fe que se ha venido a conocer como "La tetera de Russell". En esencia, deja en evidencia la falsa lógica de que la carga de las pruebas recae en el escéptico y no en el creyente:
Muchas personas ortodoxas hablan como si pensaran que es tarea de los escépticos refutar los dogmas recibidos, en vez de que sean los dogmáticos quienes los prueben. Por supuesto, eso es un error. Si yo sugiriera que entre la Tierra y Marte hay una tetera de porcelana que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie podría refutar mi aseveración, siempre que me cuidara de añadir que la tetera es demasiado pequeña como para ser vista aún por los telescopios más potentes. Pero si yo dijera que, puesto que mi aseveración no puede ser refutada, dudar de ella es de una presuntuosidad intolerable por parte de la razón humana, se pensaría con toda razón que estoy diciendo tonterías. Sin embargo, si la existencia de tal tetera se afirmara en libros antiguos, si se enseñara cada domingo como verdad sagrada, si se instalara en la mente de los niños en la escuela, la vacilación para creer en su existencia sería un signo de excentricidad, y quien dudara merecería la atención de un psiquiatra en un tiempo iluminado, o la del inquisidor en tiempos anteriores.
En cambio, aunque ese argumento es espectacular y su planteamiento genial, vengo a mostraros algo muy diferente. Quizás un punto de vista más personal de este señor.




Sin duda, un gran hombre. Ojalá su mensaje para el futuro se hubiera cumplido para el día de hoy. No es así. Por desgracia, podría decirse que en ciertos sentidos ha empeorado.

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